SOCIEDAD
Una historia de mala muerte (I parte)
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org)
- Pues nada. Cuando a cualquiera lo envuelve la
mala suerte, es difícil hallar un remedio.
Y apunto más. La mala suerte envuelve.
No hay otro verbo. Por la sencilla razón
que la sinrazón lo ciega. No le permite
ver más allá del límite nebuloso
del infortunio. Así son las cosas.
Ocurrió a Lucila, entrada en la cuarentena,
casada hace unos veinte años y con dos
hijos tocando la puerta de la adolescencia difícil,
descubrir la infidelidad de su marido, Remberto,
quien, complacido con la juventud provocadora
ostentada por una vecina, decidió saltar
de la cama de su mujer a la de la otra. Un brinco
que le pareció fácil. Era sólo
cruzar la calle y ganar la acera de enfrente.
Quizás, como aquel César se dijo:
vini, vidi, vinci (llegué, vi, vencí,
aunque el negro Rembo no sepa qué es el
latín).
Mas, obvió que Lucía aún
guardaba ciertos rescoldos del carácter
de sus veinte años, cuando la conoció.
La Lucy montó en cólera. Peor,
evidentemente, que la de Aquiles. Las negras cubanas
no entienden de esas sutilezas. Luego de un escándalo
sinfónico seriado (percusión, metales,
viento y voces, una semana) entiéndase
golpiza a palos, calderos por la cabeza, soplado
con "polvos mágicos", con más
ingredientes que los Maggi, insultos capaces de
sonrojar a un muerto, la Lucy quedó desconcertada
por la obstinación amorosa de Remberto,
el chofer, su marido.
De tanto revolver (sin revólver, pero
a polvazos) la atmósfera, de por sí
contaminada, atrajo sobre sí "el ave
negra del infortunio", como le llaman por
aquí a la mala suerte.
Lucila descuidó a sus hijos y la casa.
Y para qué decir que a ella misma. cnet/29
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