SOCIEDAD
Salvador Montiel
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org)
- Sara Montiel estuvo en La Habana, pero Salvador
no logró cumplir su sueño de hablar
personalmente con la veddette que adora.
La veterana cantante española, inaccesible
y con varias libras de más paseó
por La Habana con su prometido cubano, pero Salvador
no pudo verla ni de lejos. Se tuvo que conformar
con las imágenes de un espacio noticioso
televisivo.
Salvador nació en Santiago de Cuba hace
cerca de 50 años, pero hace más
de 24 vive en La Habana. Vino huyendo del ambiente
provinciano y homofóbico de su ciudad.
De niño, cuando se quedaba solo en su
casa, se disfrazaba con ropas de su madre y cantaba
ante un espejo, imitando la voz y los gestos de
Sara Montiel, tomados de las muchísimas
veces que vio en el cine sus películas
Varietés, Carmen la de Ronda y El último
cuplé. Desde entonces, se sabe de memoria
y canta más de 100 canciones de la intérprete
española.
Tres amigos fueron el público de su primer
espectáculo en Santiago, encarnando a la
Montiel. Pese a detenciones y multas por escándalo
público, Salvador y Sofi (su amigo Julio,
de los años santiagueros) actuaron durante
años en la capital en shows clandestinos,
ante un público mayoritariamente gay, casi
siempre en casas alquiladas en las playas.
En 1884, en Brisas del Mar, pasó uno de
los mayores apuros de su vida cuando la policía
irrumpió en una casa donde se celebraba
uno de estos espectáculos. Con tacones
altos y falda larga, corrió durante horas
entre mangles y matorrales para evitar ir a la
cárcel.
Salvador-Sara, junto a Samantha de Mónaco
y Paloma Dietrich, fue uno de los invitados a
actuar en la gala por el primer aniversario de
la muerte del creador del personaje de Gunila
von Bismark, Guillermo Ginestá, un seropositivo
de VIH de Arroyo Naranjo, de extraordinario talento
histriónico, que murió en 1994 en
el sanatorio de Santiago de las Vegas.
El homenaje se produjo en el capitalino teatro
América el 28 de febrero de 1995. Un jurado
integrado por los escritores Miguel Barnet y Senel
Paz (el guionista de Fresa y chocolate y autor
del relato en que se basó) y la cantante
Soledad Delgado, eligió una Miss Gunila
entre nueve travestis concursantes.
El transformismo, una tradición del teatro
vernáculo había sido proscrito por
el régimen revolucionario en 1961 con la
prohibición de Musmé, el más
famoso travesti del período republicano.
Treinta y cuatro años después,
con la reaparición de los shows de travestis
en teatros y cabarets, en pleno destape gay, Salvador
pensó que había llegado su momento
de saltar a la gloria. Las muñecas prohibidas
por la moral comunista salían del closet
con revuelo de tules y tacones. Pero sus ilusiones
duraron poco.
El transformismo de los 90 no pasó de
ser un intento ante puertas que se volvieron a
cerrar, pese a una relativa ampliación
de los márgenes de tolerancia hacia el
homosexualismo. El horno no estaba para pastelitos.
Hoy, por las calles habaneras deambulan travestis,
sin ovación ni pasarelas. Sólo curiosidad,
risas y algún que otro insulto.
Salvador es uno de ellos. Aunque no renuncia
a sus cuidados de belleza ni a cantar como la
Montiel, su principal preocupación no es
precisamente artística, ni siquiera los
trapos o el sexo, sino la subsistencia, a como
dé lugar.
A sus espaldas se burlan de él y lo llaman
pájara y viejo loco. Salvador finge no
oírlos. Ante sus amistades admite que está
loco: "Sí, loco por ser mujer".
Y se aleja, rumbo al Vedado, canturreando un cuplé.
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