HISTORIA
La crisis de los cohetes
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org)
- El pasado año, al cumplirse el aniversario
40 de la llamada Crisis de los Cohetes, pero que
aquí siempre ha sido denominada Crisis
de Octubre, se reunieron en La Habana los principales
protagonistas de aquel suceso.
Entre otras definiciones, se suele decir que
la política es el arte de lo imposible.
Tal aseveración parece hacerse realidad
cuando se ven, sentados en una misma mesa, a los
que otrora fueron encarnizados enemigos. Pero
además del formidable poder de convocatoria
de la política y de la necesaria y atrayente
investigación histórica, cualquier
pretexto puede ser esgrimido para veranear un
poco por estas tierras de sol y playas, de esbeltos
mulatos y mulatas (según los gustos o preferencias).
Siempre creí que si de algún evento
histórico se posee suficiente documentación
y testimonios, es sobre la Crisis de los misiles.
Por mi parte, recuerdo con suficiente nitidez
los pormenores de aquellos días, vistos
a través de un hombre muy joven y de sencilla
posición social.
Desde mediados de 1962 el gobierno cubano negaba
enfáticamente las reiteradas insinuaciones
y acusaciones lanzadas por los Estados Unidos,
en el sentido de que la entonces Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS), estaba introduciendo, subrepticiamente,
misiles nucleares en territorio cubano con el
propósito de establecer una base nuclear
en nuestro país, y a las puertas mismas
del territorio norteamericano.
El régimen cubano negaba tal acusación
calificándola de falsa, mentirosa y destinada
a desacreditar a la revolución. Aseguraba
que los barcos soviéticos no descargaban
misiles en nuestros puertos, sino carne rusa enlatada
y frijoles colorados de Ucrania, enviados por
los hermanos soviéticos como desinteresado
gesto de internacionalismo proletario frente a
los siniestros intentos del Imperialismo de matar
a nuestro pueblo por hambre.
Pero cuando el 22 de octubre de 1962 el entonces
presidente Kennedy presentaba ante el mundo pruebas
irrefutables de los hechos y establecía
un bloqueo naval a la Isla, el gobierno empezaba
a hablar de "armas estratégicas".
Nunca de misiles y cohetes. Estas eras palabras
prohibidas, y aún lo son.
La movilización militar del país
se generalizaba. El Malecón habanero se
llenaba de baterías antiaéreas,
llamadas "cuatro bocas", y a lo largo
de todo el litoral se emplazaban cañones
de largo alcance, camuflados y protegidos por
sacos de arena. En la calle había poca
presencia de hombres y mujeres, pues buena parte
de ellos se encontraba atrincherada por todo el
país.
Días después el gobierno cubano
hablaba del asunto de manera oficial y diferenciada,
denunciando y rechazando el acuerdo al alcanzado
entre Kennedy y Kruschev, en virtud del cual lo
dos colosos nucleares lograban un entendimiento,
llevándose las armas de nuestro suelo nacional.
Fue así como la cólera del castrismo
alzaba su verbo encendido de ira y las multitudes
gritaban en las calles "Nikita, Nikita, mariquita,
lo que se da no se quita".
Hoy, con más edad y madurez mental, comprendo
la gravedad de aquellos acontecimientos y el inminente
peligro que se cernía sobre todos. Prácticamente
Cuba hubiera desaparecido de la faz de la tierra
de haberse consumado un enfrentamiento nuclear.
La devastación mundial que tal catástrofe
hubiese concitado resulta inimaginable.
A 41 años de aquellos sucesos se impone
una reflexión: ¿Cómo es posible
que 7 millones de cubanos hubiesen estado al borde
del exterminio sin haber sido informados del peligro
real que les acechaba? ¿En nombre de qué
ideología o razón puede disponerse
de la vida humana?
Porque si aún existiera en el mundo una
razón suficiente que justificara el holocausto
de una nación, incluyendo a su realidad
biológica e inanimada, habría que
inquirir sobre el consentimiento individual y
colectivo, pues los estados y gobiernos están
en el deber de proteger la vida humana, pero no
facultados para disponer de ella. cnet/03
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