PRENSA INDEPENDIENTE
Octubre 17, 2003

PRISIONES
Cuando el pánico sustituye al oxígeno

LA HABANA, octubre - (www.cubamnet.org) - En la prisión habanera de Quivicán, miles de presos hacinados tratamos penosamente de conciliar el sueño, atormentados por el calor sofocante, picados de chinches y mosquitos. Toda clase de alimañas infectas conviven aquí con las víctimas de la ambigua justicia revolucionaria. Dormir para los presos significa engañar el hambre, evadirse temporalmente de las calamidades nocturnas.

Cuatro hombres no duermen. Han logrado romper un pedazo de concreto y quitar uno de los barrotes de su jaula. Consiguen escalar al techo del edificio. Luego bajan furtivamente haciendo peligrosas piruetas por la esquina este. Casi pegotinados a las paredes, apenas sin aliento, esperan la ocasión propicia. Tienen que sortear unos 20 metros de terreno despejado, peinado esporádicamente, por potentes reflectores de halógenos.

Algunos reclusos aseguran que la primera alambrada posee aditamentos eléctricos para electrocutar a los prófugos. Del otro lado está la libertad diseñada por el régimen para los cubanos mansos.

La muerte tampoco duerme, acecha hambrienta las aspilleras de los puestos de vigilancia donde los centinelas de turno, ebrios, hacen danzar las luces de los reflectores buscando atolondrados cualquier sombra inusual.

Conspira la luna llena. Casi puede leerse a la luz del firmamento. No tiene plan de fuga premeditado, mejor así. Dentro de la prisión hacer planes es peligroso, los delatores son tan abundantes, acaso como las mismas ratas.

De pronto la despedida, adiós, y suerte. No hay ninguna señal, sólo se miran las caras, todos de acuerdo en segundos sin articular palabra.

Se lanzan a correr, corren desesperados, hacia las fronteras de su infierno, aprovechan una desviación temporal de las luces hacia otro sitio. Corren saltándoles el corazón a la boca.

Ya sobrepasan la primera alambrada. Las púas les causan heridas lacerantes, pero no sienten el dolor, superado por la desesperación o la angustia que diezma sus sentidos.

En este instante crucial un rayo perdido de fatídica luz rompe las escasas tinieblas. Los fulmina y identifica.

Han sido descubiertos…

El acertijo, pez a su equipaje. No hay balas de salva, ni advertencias, ni rostros de clemencia, sólo mortíferos proyectiles que llueven sobre sus cuerpos en ráfagas intermitentes de fusiles AK47.

Para Noel Rosales Fuentes llegó su última vez. Natural de Güines, en La Habana, tiene 31 años al morir, era él mas adelantado del grupo. Cuando lo impacta el primer disparo grita: "Me cogió la corriente, Reinier, me mató la corriente".

Estaba preso por hurto y sacrificio de ganado mayor. La carne de res en Cuba tiene precios que dan escalofríos, se paga muchas veces con la libertad, incluso con la vida, deja huérfanos a hijos menores.

Reinier Hernández Piloto, su compañero más próximo, también de Güines, resbala y cae, lesionándose un pie, no puede huir. Trata de hurtar el cuerpo a las balas, las luces lo ciegan, los tiros lo aturden, está a merced de sus verdugos. Luego sería arrastrado hacia el interior del antro que dejara atrás por escasos minutos.

Los otros dos logran sortear el último obstáculo. Raudel Morales y Roberto Frías escapan a campo traviesa, despavoridos, alejándose del infernal concierto de tiros, gritos, campanas y ladrillos. Se estremece la dotación penitenciaria.

Desde las celdas de castigo, ubicadas en el último piso del edificio conocido como Tiburón se oyen gritos de "asesinos", "mataron a uno", "abajo la tiranía", "vivan los derechos humanos".

Es Carlos Martín Gómez, preso político del Partido Pro Derechos Humanos, cuyo presidente, Emilio Leyva, está también en esta prisión. Con la salud quebrantada, yace en la enfermería, extenuado, luego de una prolongada huelga de hambre. Se me ocurre entonces una idea, conservo una bolsa de nylon negra con la que improviso en instantes una bandera. Con mucha discreción, ya que me espían casi siempre, logro sacarla al exterior, colgándola donde habitualmente tendemos la ropa mojada. Resulta perfectamente visible para la constelación de estrellas y barras militares que fisgonean en el territorio próximo.

El subliminal mensaje cumple su objetivo, percibo la iracunda turbación generada por el temible emblema pirata entre la tropa verde olivo. Casi medio centenar de policías irrumpen en el destacamento y destrozan la bandera. Se llevan esposado a Zapata Tamayo.

Afuera, una lúgubre comitiva retira el cadáver en una camilla, cubierto por una sábana. La consternación se refleja en el rostro de los reos, y también la impotencia, el miedo, la rabia.

Cierta vez leí esta frase, garabateada con sangre ya seca en las paredes de un calabozo:

"Cuando el pánico sustituye al oxígeno, para qué respirar". cnet/52


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