PRISIONES
Cuando el pánico sustituye al oxígeno
LA HABANA, octubre - (www.cubamnet.org)
- En la prisión habanera de Quivicán,
miles de presos hacinados tratamos penosamente
de conciliar el sueño, atormentados por
el calor sofocante, picados de chinches y mosquitos.
Toda clase de alimañas infectas conviven
aquí con las víctimas de la ambigua
justicia revolucionaria. Dormir para los presos
significa engañar el hambre, evadirse temporalmente
de las calamidades nocturnas.
Cuatro hombres no duermen. Han logrado romper
un pedazo de concreto y quitar uno de los barrotes
de su jaula. Consiguen escalar al techo del edificio.
Luego bajan furtivamente haciendo peligrosas piruetas
por la esquina este. Casi pegotinados a las paredes,
apenas sin aliento, esperan la ocasión
propicia. Tienen que sortear unos 20 metros de
terreno despejado, peinado esporádicamente,
por potentes reflectores de halógenos.
Algunos reclusos aseguran que la primera alambrada
posee aditamentos eléctricos para electrocutar
a los prófugos. Del otro lado está
la libertad diseñada por el régimen
para los cubanos mansos.
La muerte tampoco duerme, acecha hambrienta las
aspilleras de los puestos de vigilancia donde
los centinelas de turno, ebrios, hacen danzar
las luces de los reflectores buscando atolondrados
cualquier sombra inusual.
Conspira la luna llena. Casi puede leerse a la
luz del firmamento. No tiene plan de fuga premeditado,
mejor así. Dentro de la prisión
hacer planes es peligroso, los delatores son tan
abundantes, acaso como las mismas ratas.
De pronto la despedida, adiós, y suerte.
No hay ninguna señal, sólo se miran
las caras, todos de acuerdo en segundos sin articular
palabra.
Se lanzan a correr, corren desesperados, hacia
las fronteras de su infierno, aprovechan una desviación
temporal de las luces hacia otro sitio. Corren
saltándoles el corazón a la boca.
Ya sobrepasan la primera alambrada. Las púas
les causan heridas lacerantes, pero no sienten
el dolor, superado por la desesperación
o la angustia que diezma sus sentidos.
En este instante crucial un rayo perdido de fatídica
luz rompe las escasas tinieblas. Los fulmina y
identifica.
Han sido descubiertos
El acertijo, pez a su equipaje. No hay balas
de salva, ni advertencias, ni rostros de clemencia,
sólo mortíferos proyectiles que
llueven sobre sus cuerpos en ráfagas intermitentes
de fusiles AK47.
Para Noel Rosales Fuentes llegó su última
vez. Natural de Güines, en La Habana, tiene
31 años al morir, era él mas adelantado
del grupo. Cuando lo impacta el primer disparo
grita: "Me cogió la corriente, Reinier,
me mató la corriente".
Estaba preso por hurto y sacrificio de ganado
mayor. La carne de res en Cuba tiene precios que
dan escalofríos, se paga muchas veces con
la libertad, incluso con la vida, deja huérfanos
a hijos menores.
Reinier Hernández Piloto, su compañero
más próximo, también de Güines,
resbala y cae, lesionándose un pie, no
puede huir. Trata de hurtar el cuerpo a las balas,
las luces lo ciegan, los tiros lo aturden, está
a merced de sus verdugos. Luego sería arrastrado
hacia el interior del antro que dejara atrás
por escasos minutos.
Los otros dos logran sortear el último
obstáculo. Raudel Morales y Roberto Frías
escapan a campo traviesa, despavoridos, alejándose
del infernal concierto de tiros, gritos, campanas
y ladrillos. Se estremece la dotación penitenciaria.
Desde las celdas de castigo, ubicadas en el último
piso del edificio conocido como Tiburón
se oyen gritos de "asesinos", "mataron
a uno", "abajo la tiranía",
"vivan los derechos humanos".
Es Carlos Martín Gómez, preso político
del Partido Pro Derechos Humanos, cuyo presidente,
Emilio Leyva, está también en esta
prisión. Con la salud quebrantada, yace
en la enfermería, extenuado, luego de una
prolongada huelga de hambre. Se me ocurre entonces
una idea, conservo una bolsa de nylon negra con
la que improviso en instantes una bandera. Con
mucha discreción, ya que me espían
casi siempre, logro sacarla al exterior, colgándola
donde habitualmente tendemos la ropa mojada. Resulta
perfectamente visible para la constelación
de estrellas y barras militares que fisgonean
en el territorio próximo.
El subliminal mensaje cumple su objetivo, percibo
la iracunda turbación generada por el temible
emblema pirata entre la tropa verde olivo. Casi
medio centenar de policías irrumpen en
el destacamento y destrozan la bandera. Se llevan
esposado a Zapata Tamayo.
Afuera, una lúgubre comitiva retira el
cadáver en una camilla, cubierto por una
sábana. La consternación se refleja
en el rostro de los reos, y también la
impotencia, el miedo, la rabia.
Cierta vez leí esta frase, garabateada
con sangre ya seca en las paredes de un calabozo:
"Cuando el pánico sustituye al oxígeno,
para qué respirar". cnet/52
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