CULTURA
La revancha de Lezama
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org)
- Lezama Lima escribió durante 15 años
las más conmovedoras de sus cartas a su
hermana Eloísa, casi siempre en septiembre.
Tal vez fuese casualidad o algo relacionado con
la sensibilidad de los poetas.
Puede ser que el genio de la calle Trocadero,
temeroso y presa de "la más arrasante
melancolía", sin compensación
alguna, fuera más propenso a desahogar
su tristeza en el noveno mes del año, a
las puertas de cada otoño.
En su correspondencia con la hermana en el exilio,
el escritor lamenta amargamente la desintegración
forzosa de su familia, la monotonía enloquecedora,
la invariable respuesta negativa a sus gestiones
para viajar al exterior, el aislamiento inexorable,
el agobio de ignorar cuál era la culpa
que expiaba.
Un Moloch inédito por estos lares, el
Leviatán totalitario, "el Estado como
la más fría ballena dormida en medio
de los hielos", había varado en la
playa del autor de Paradiso.
El régimen revolucionario le haría
pagar una irrevocable condena al más importante
escritor cubano del siglo XX por los gravísimos
pecados de ser burgués, católico,
políticamente poco confiable e incompatible
con los códigos de conducta moral del castrismo-machismo-leninismo.
"Vivo en la ruina y en la desesperación",
escribía a Eloísa en el nefasto
1971 cubano.
Bien lejos de su torre de marfil, sometido a
las crecientes penurias y escaseces, ante lo nimio
gigantesco en que se tornaban las cosas más
simples, Lezama agradecía a Eloísa,
entre tanto sentimiento y frases bellas, como
los más preciados de los bienes, unas navajitas
de afeitar, un pomo de salsa Maggi, una camisa
azul, un par de zapatos ortopédicos o un
pantalón talla 46 imposible de arreglar.
Cuando falleció en 1976 ya había
muerto varias veces. Lo había matado la
separación de los suyos, el miedo y el
ostracismo a que se vio condenado por mediocres
mandarines hacedores de "políticas
culturales". Aquel 9 de agosto sepultaron
su fantasma.
Tras su muerte, los ladrones de tumbas de la
cultura oficial se lanzaron ávidos sobre
su obra monumental. Pero Lezama no era un muerto
dócil. Como su mejor revancha, sus cartas
a Eloísa son uno de los más patéticos
testimonios de las secuelas terribles en el alma
del individuo del totalitarismo cubano. El mismo
que todavía proscribe el pensamiento, encarcela
poetas y mantiene un país suspendido en
el tiempo. cnet/50
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