PRENSA INDEPENDIENTE
Octubre 16, 2003

CULTURA
La revancha de Lezama

LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Lezama Lima escribió durante 15 años las más conmovedoras de sus cartas a su hermana Eloísa, casi siempre en septiembre. Tal vez fuese casualidad o algo relacionado con la sensibilidad de los poetas.

Puede ser que el genio de la calle Trocadero, temeroso y presa de "la más arrasante melancolía", sin compensación alguna, fuera más propenso a desahogar su tristeza en el noveno mes del año, a las puertas de cada otoño.

En su correspondencia con la hermana en el exilio, el escritor lamenta amargamente la desintegración forzosa de su familia, la monotonía enloquecedora, la invariable respuesta negativa a sus gestiones para viajar al exterior, el aislamiento inexorable, el agobio de ignorar cuál era la culpa que expiaba.

Un Moloch inédito por estos lares, el Leviatán totalitario, "el Estado como la más fría ballena dormida en medio de los hielos", había varado en la playa del autor de Paradiso.

El régimen revolucionario le haría pagar una irrevocable condena al más importante escritor cubano del siglo XX por los gravísimos pecados de ser burgués, católico, políticamente poco confiable e incompatible con los códigos de conducta moral del castrismo-machismo-leninismo.

"Vivo en la ruina y en la desesperación", escribía a Eloísa en el nefasto 1971 cubano.

Bien lejos de su torre de marfil, sometido a las crecientes penurias y escaseces, ante lo nimio gigantesco en que se tornaban las cosas más simples, Lezama agradecía a Eloísa, entre tanto sentimiento y frases bellas, como los más preciados de los bienes, unas navajitas de afeitar, un pomo de salsa Maggi, una camisa azul, un par de zapatos ortopédicos o un pantalón talla 46 imposible de arreglar.

Cuando falleció en 1976 ya había muerto varias veces. Lo había matado la separación de los suyos, el miedo y el ostracismo a que se vio condenado por mediocres mandarines hacedores de "políticas culturales". Aquel 9 de agosto sepultaron su fantasma.

Tras su muerte, los ladrones de tumbas de la cultura oficial se lanzaron ávidos sobre su obra monumental. Pero Lezama no era un muerto dócil. Como su mejor revancha, sus cartas a Eloísa son uno de los más patéticos testimonios de las secuelas terribles en el alma del individuo del totalitarismo cubano. El mismo que todavía proscribe el pensamiento, encarcela poetas y mantiene un país suspendido en el tiempo. cnet/50


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