SOCIEDAD
La gastronomía revolucionaria detrás del mostrador
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org)
- Además de nuestro medio ambiente, hay
que purificar y descontaminar el servicio gastronómico
cubano.
Una cadena de engaños, vulneraciones en
la calidad de los alimentos, falta de higiene,
de control y exigencia, forman parte del abanico
de maltratos que sufren los clientes de los establecimientos
de servicios comerciales del país.
El maltrato más común es el ruido
en las cafeterías, a veces atronador por
las grabadoras, que causan contaminación
acústica. A ello debe sumarse el calor,
mezclado al vaho de diversos olores y a la suciedad
circundante en pisos, mostradores y paredes en
un ambiente etílico desagradable.
La vocería incomprensible impacta al consumidor,
pues en el interior se alterna la venta de bebidas
de alcohol con la de alimentos. A veces los bebedores
se adueñan del mostrador. Otras, son los
merolicos aglomerados en los alrededores los que
hacen difícil salir o entrar a las cafeterías.
¡Y la cocina! Tiznada, y con una costra
negra que la grasa ha formado en años en
el descuidado metal. Luego, el cocinero que conversa
sobre los alimentos, que pasan después
a manos del dependiente, quien terminó
de fumarse un cigarrillo.
Ese es el desorden persistente y resistente que
pone a prueba su termómetro de tolerancia.
En materia de alimento, la mala manipulación
y el engaño se dan la mano. En muchas ocasiones
los dulces o panes pasan veinticuatro horas en
vitrina y luego se venden, incluso con su apariencia
dañada.
Cuántas veces, hemos visto alimentos -panes
con lechón, croquetas, pizzas- expuestos
a un sofocante sol, bajo altas temperaturas, al
alcance de los vectores y al polvo...
Y qué decir de las moscas. En verdad merecen
un monumento por las nubes que se encuentran en
las cafeterías y en los alimentos.
Común también es lavar vasos sin
detergentes en aguas estancadas que pueden transmitir
una hepatitis A o catarro, el más común
de los virus que recibe el cubano de a pie. Y
si a la vista pública es así, qué
habrá detrás de los mostradores.
Volviendo a los alimentos puede decirse que son
una burla y robo al consumidor. En unas, no se
cumplen las normas de medidas adecuada. Cortar
un pan, echarle una croqueta, fría, sin
aderezo, así sin más nada es una
forma de desprecio, es como un toma, paga y vete...
Esa es la expresión frecuente de los empleados
gastronómicos.
Las alteraciones en los productos son tan claras
como el agua de Vento. Por ejemplo, en el listado
de ofertas incluye pan con croquetas de pollo.
¡Pero no es de pollo! O de cerdo. ¡Tampoco
lo es! El pan con hamburguesa -una masa de harina
sazonada y frita- nada tiene que ver con la verdadera
de carne picada. ¿Entonces qué son?
El coffe cake no es coffe cake sino algo parecido
al "pan de gloria", que tampoco lo es.
En otras cafeterías, se puede comprar refresco
en botella, de dudosa procedencia ¿No es
de fábrica? ¡Es casero! Y el precio
es el mismo.
¿Donde están los más de
cuatrocientos inspectores de comercio y gastronomía
que existen en la ciudad de La Habana y no ven
esa maleza de desorden que vulneran las normas
de la higiene y la salud?
Otro hecho cotidiano es pagar por un producto
y no recibir el vuelto. En medio de la espera,
una voz conmiserativa te dice "No hay vuelto".
En no pocas ocasiones el lenguaje es otro aspecto
que ensucia la imagen galopante de la gastronomía
"revolucionaria". Se supone que tres
años de escuela técnica de comercio
sirvan para pulimentar modales. "Oye asere,
el pan se acabó", "Brother, aquí
no vendemos agua", "¡Si no te
gusta, vete!"
En medio de esta fraseología callejera
notas el rostro amargado del dependiente, cuyo
cuello se ve atado de cadenas de platas y un diente
de oro que reluce en su boca.
Al final no aguantas más. Pides ver al
administrador y éste está ausente.
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