SOCIEDAD
Los camellos (II)
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org)
- Si no fuera porque nuestros camellos son metálicos
y los legítimos son de carne y hueso, o
porque los del desierto pertenecen al reino animal
y los de aquí al reino mineral, pensaríamos
que ambos son hijos de una misma madre.
Tienen muchas semejanzas aquéllos de allá,
de las estepas y desiertos lejanos y éstos
de acá, ubicados en medio del Golfo, entre
los mares antillano y caribeño.
Ambos tienen una joroba en la parte superior.
En nuestro caso esa joroba tiene su depresión
en medio del techo del remolque. Ello se refleja
en el interior como una sala entre dos barbacoas.
Muchos prefieren ir en la barbacoa pues piensan
que si el camello se parte en dos a los de arriba
les tocaría mejor suerte. Dicen otros que
arriba hay menos carteristas y algunas mujeres
afirman que a tales alturas hay menos "jamoneros".
Yo pienso que de cualquier manera para salir del
vehículo hay que bajar de la barbacoa y
necesariamente cruzar por la sala del camello.
Al igual que su homólogo del desierto,
el camello cubano es lento, agobiante y caluroso.
La sensación de agobio puede expresarse
en una especie de fogaje que sube a la cabeza
y embute los sentidos. Bajo tales efectos muchos
se tornan agresivos e intolerantes ante el más
leve roce o frente al más inofensivo pero
inevitable empujón. Los problemas de la
vida se unen a las incomodidades del camello y
surgen las reyertas, discusiones y a veces los
hechos de violencia.
La cuestión se torna más dramática
durante los meses del verano, cuando el calor
que sube de la tierra irradiado se une al que
viene acompañando directamente a los rayos
del sol. Entonces la estructura metálica
recalentada y el calor natural que despiden los
cuerpos se combinan y entrecruzan, convirtiendo
el camello en un verdadero infierno rodante.
Los camellos de verdad hacen pocas paradas y
éstos de nosotros tienen las paradas muy
lejos una de otra. Entre ellas pueden mediar hasta
dos y más kilómetros.
Los rumiantes del desierto acumulan grandes reservas
de alimento y agua, lo cual les permite las largas
y dilatadas caminatas entre dunas y estepas. Los
nuestros tienen un tanque gigante para el almacenamiento
de combustible que les permite autonomía
de recorrido entre puntos tan alejados como Centro
Habana y el Cotorro.
El camello, en fin, se ha insertado en nuestra
vida diaria hasta hacerse imprescindible. Aunque
molestos e insufribles y ofertantes de un servicio
de inferior calidad al ofrecido por las rastras
transportadoras de ganado vacuno, son deseados
por casi todos en la capital. Se trata simplemente
de un transporte que pese a todo cuenta con cierta
regularidad de servicio.
Nacidos en 1994 y próximos a cumplir sus
10 años de existencia, van y vienen por
las calles de la capital con ruidosos alardes,
demostraciones de fuerza y poder, que pulsa y
late en las aceras y paredes y esa soberbia y
arrogancia de quien se sabe dueño y señor
de la vía pública.
Ellos son responsables del traslado de 85 millones
de personas cada año. Cubanos de todas
las edades que a su largo collar de dificultades
agregan la diaria obligación del viaje
de ida y vuelta al trabajo en camello; para algunos,
la peor de todas las incomodidades. Entre 200
y 220 mil habaneros pasan diariamente parte de
su existencia montados en ellos. Asidos a los
tubos del techo o al espaldar de un asiento, apretujados
como sardinas en lata, colgados del estribo o
hasta prendidos de la ventana, casi un cuarto
de millón de cubanos pone diariamente su
vida a merced de las ruedas de un camello.
Pero la fortaleza del camello también
se doblega ante la crisis general que sufre la
nación. Las viejas cuñas, próximas
a cumplir el decenio, se resienten ante las 16
horas diarias de duro batallar. Otro tanto le
ocurre a los remolques.
La nube de humo negro que sale del camello llega
a las alturas para espantar a las negras tiñosas
que surcan el cielo habanero, que este verano,
como pocas veces, ha dejado caer abundantes lluvias.
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