PRENSA INDEPENDIENTE
Octubre 15, 2003

SOCIEDAD
Los camellos (II)

LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Si no fuera porque nuestros camellos son metálicos y los legítimos son de carne y hueso, o porque los del desierto pertenecen al reino animal y los de aquí al reino mineral, pensaríamos que ambos son hijos de una misma madre.

Tienen muchas semejanzas aquéllos de allá, de las estepas y desiertos lejanos y éstos de acá, ubicados en medio del Golfo, entre los mares antillano y caribeño.

Ambos tienen una joroba en la parte superior. En nuestro caso esa joroba tiene su depresión en medio del techo del remolque. Ello se refleja en el interior como una sala entre dos barbacoas. Muchos prefieren ir en la barbacoa pues piensan que si el camello se parte en dos a los de arriba les tocaría mejor suerte. Dicen otros que arriba hay menos carteristas y algunas mujeres afirman que a tales alturas hay menos "jamoneros". Yo pienso que de cualquier manera para salir del vehículo hay que bajar de la barbacoa y necesariamente cruzar por la sala del camello.

Al igual que su homólogo del desierto, el camello cubano es lento, agobiante y caluroso.

La sensación de agobio puede expresarse en una especie de fogaje que sube a la cabeza y embute los sentidos. Bajo tales efectos muchos se tornan agresivos e intolerantes ante el más leve roce o frente al más inofensivo pero inevitable empujón. Los problemas de la vida se unen a las incomodidades del camello y surgen las reyertas, discusiones y a veces los hechos de violencia.

La cuestión se torna más dramática durante los meses del verano, cuando el calor que sube de la tierra irradiado se une al que viene acompañando directamente a los rayos del sol. Entonces la estructura metálica recalentada y el calor natural que despiden los cuerpos se combinan y entrecruzan, convirtiendo el camello en un verdadero infierno rodante.

Los camellos de verdad hacen pocas paradas y éstos de nosotros tienen las paradas muy lejos una de otra. Entre ellas pueden mediar hasta dos y más kilómetros.

Los rumiantes del desierto acumulan grandes reservas de alimento y agua, lo cual les permite las largas y dilatadas caminatas entre dunas y estepas. Los nuestros tienen un tanque gigante para el almacenamiento de combustible que les permite autonomía de recorrido entre puntos tan alejados como Centro Habana y el Cotorro.

El camello, en fin, se ha insertado en nuestra vida diaria hasta hacerse imprescindible. Aunque molestos e insufribles y ofertantes de un servicio de inferior calidad al ofrecido por las rastras transportadoras de ganado vacuno, son deseados por casi todos en la capital. Se trata simplemente de un transporte que pese a todo cuenta con cierta regularidad de servicio.

Nacidos en 1994 y próximos a cumplir sus 10 años de existencia, van y vienen por las calles de la capital con ruidosos alardes, demostraciones de fuerza y poder, que pulsa y late en las aceras y paredes y esa soberbia y arrogancia de quien se sabe dueño y señor de la vía pública.

Ellos son responsables del traslado de 85 millones de personas cada año. Cubanos de todas las edades que a su largo collar de dificultades agregan la diaria obligación del viaje de ida y vuelta al trabajo en camello; para algunos, la peor de todas las incomodidades. Entre 200 y 220 mil habaneros pasan diariamente parte de su existencia montados en ellos. Asidos a los tubos del techo o al espaldar de un asiento, apretujados como sardinas en lata, colgados del estribo o hasta prendidos de la ventana, casi un cuarto de millón de cubanos pone diariamente su vida a merced de las ruedas de un camello.

Pero la fortaleza del camello también se doblega ante la crisis general que sufre la nación. Las viejas cuñas, próximas a cumplir el decenio, se resienten ante las 16 horas diarias de duro batallar. Otro tanto le ocurre a los remolques.

La nube de humo negro que sale del camello llega a las alturas para espantar a las negras tiñosas que surcan el cielo habanero, que este verano, como pocas veces, ha dejado caer abundantes lluvias. cnet/03


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