PRENSA INDEPENDIENTE
Octubre 14, 2003

SOCIEDAD`
Sobre héroes y horrores

LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René...

Finalmente, y a pesar de mi reticencia casi rabiosa de dos años o más, hoy he terminado memorizando a desgana estos cinco nombres comunes en un orden particular: Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René...

Y duele hasta lo indecible este acto de fijación que me ha impuesto mi propia memoria, esta traición interna que me he hecho a mí misma. Es cruel darse cuenta de que una no es más que un ente repetidor de la propaganda de turno, que una también está contaminada y es conminada por la retórica del horror. En este caso, del horror de los héroes, que es el más difícil de desenmascarar, pues se corre el riesgo de ser estigmatizada como un agente anti-patria ante los ojos cegatos de la masa.

La patria: ese hueco negro cuya gravedad se traga limpiamente todo el odio de sus patriotas, esa válvula de escape para culpar siempre al otro y a lo otro, esa figura abstracta en cuyo nombre se han cometido los más concretos crímenes...

Ya me temía que estaba a punto de sucederme semejante auto-traición mnemotécnica. Desde algunos meses atrás me era fácil nombrar al azar a cuatro de esos nombres comunes, si bien alguno siempre se desvanecía en mi desmemoria, acaso gracias a un último rescoldo de orgullo propio. Pero el tiempo pasaba y el bombardeo propagandístico se iba recrudeciendo, y ya me era inevitable avizorar la tragedia. Y este viernes 10 de octubre de 2003 por fin ha ocurrido lo peor. Disciplinadamente ahora los puedo nombrar a los cinco y en el orden dictaminado por la letanía oficial: Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René...

Así, recién he comprobado en mente propia que no basta con mantenerse al margen de la retórica oficial para no ser consumidos por ella -consumados en ella-, marcados ideológicamente por un kitsch al rojo vivo tras lo cual nunca volveremos a ser nosotros del todo, como ganado salvaje que al cabo resulta domesticado aún cuando todavía no paste en el corral junto al resto de la rebañada.

Así, también, recién he llegado a la conclusión de que el verdadero crimen legal de estos cinco "héroes prisioneros del imperio" -como reza el sermón de turno- no fue cometido tanto en territorio estadounidense como cubano, donde generaciones enteras están sucumbiendo ahora mismo bajo una vocinglería ideotizante más que ideologizante, precisamente con estos cinco nombres comunes como vedettes: Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René... (títeres aptos para todas las edades, matinée de marionetas macabras para desenfocar el horror de la realidad a través del lente idílico de lo heroico).

Y así, por último, creo poder darme el lujo de hablar en términos de "genocidio ideolingüístico", donde la repetición mecánica ad infinitum de frasecitas simplonas termina por simplificar físicamente al lenguaje, abaratando su capacidad de nombrar y, por supuesto, desarticulando cualquier andamiaje conceptual que pudiera manar de la palabra y la idea. La lengua se trueca, pues, en neolengua, para apropiarnos del término acuñado en "1984", la famosa novela de George Orwell (seudónimo del no tan famoso Eric Arthur Blair, 1903-1950).

A cambio de esta "gran estafa" gramática, se nos impone la más bien cómoda tiranía de una imagen fija, sin pasado ni futuro articulable: se nos concede el derecho de no tener que pensar, a cambio del deber de regurgitar lo ya masticado antes para nosotros. Este trueque es necesario para no dejar completamente en blanco la mente de las masas, pues la existencia del sujeto político implica siempre un mínimo de reacción para que éste pueda ser instrumentalizado según los deseos del poder. Por ejemplo: agitar banderitas cubanas de papel cada fin de semana, o sentarse a asentir frente al televisor cada final de día (de lunes a lunes, ya asomados al borde mismo de lo lunático).

Repárese en la escuálida laxitud del habla cubana actual, al menos dentro de la Cuba actual, y las consecuencias serán evidentes a los efectos -o mejor defectos- de nuestro lenguaje:

1) énfasis nulo suplantado por una gesticulación francamente simiesca -sin ánimos de peyorar a una u otra especie del reino animal-,

2) frases truncas en su porción final -hálito asmático o tal vez ya de enfisema,

3) tono monótono -no pasa nada mientras hablamos: la palabra está aún más devaluada que el peso patrio-, y

4) un larguísimo etcétera distintivo de nuestra total carencia de motivación, nuestra indolencia de realidad, nuestro analfabetismo intelectual cuya única salida posible es precisamente la salida a tal embotamiento semántico: el EXILIO -acaso la última palabra que los cubanos de Cuba pronunciamos con todo el brillo de su eufonía (los del exilio supongo que ya no tanto).

Por lo demás, es muy peligrosa la concepción de que nadie aquí dentro se toma en serio la parafernalia teatral en que han convertido a la verde isla los hombres de rojo. Nadie les hace mucho caso -como yo misma-, es cierto. Y, sin embargo -¡y aún con embargo!-, más tarde o más temprano todos vamos siendo sumidos y consumidos por la falacia narrativa de semejantes líderes trocados en cheer-líderes. Y es que, siendo el escenario existencial uno solo, de tanto participar a desgana en el show devenimos el show mismo. Ya ni siquiera nos basta con elegir las butacas más distantes al espectáculo -los márgenes, como lo intentara yo antes de hoy: viernes 10 de octubre de 2003-, pues entonces de tanto no participar devenimos una nulidad comunicativa. Y en este punto me doy el lujo cínico de felicitarme a mí misma por haber redactado estas líneas a pesar del eterno ritornelo de una pentarquía protagonizada por Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René...

Aquel dicharacho de que "la vida es algo demasiado serio para ser tomada en serio" rezuma aquí un matiz criminal, pues se apela a anular nuestra actitud positiva de cara al ser, a negativizar nuestro acuerdo tácito con el ser: a desentrenar nuestra aptitud ontológica para que siempre sea el otro quien esté en condiciones de tomar en serio no sólo a su vida sino a las nuestras. Se teje así la asfixiante red de nuestra duermevela nacional, que no es tanto el "arte de la espera" como el de nada esperar: paraíso vudú de once millones de zombis que sólo parecen revivir de veinte mil en veinte mil cada año.

Tal desvalimiento volitivo en la vida pública ha desfigurado hasta el último resquicio de nuestra vida privada. ¿Más ejemplos? Enseguida: nuestros hijos a diario son interrogados en sus propias aulas acerca del contenido de las últimas Mesas Redondas televisadas y/o los discursos del Gran Hermano -otro término orwelliano de "1984". No es una mera formalidad, aún siéndolo, pues las evaluaciones docentes de esas generaciones perdidas del mañana dependen, hoy por hoy, de la calidad política de sus respuestas. Respuestas que nosotros, sus padres -las generaciones perdidas del ayer-, por fuerza tenemos que elaborar a diario antes de, desganada e hipócritamente, hacérselas memorizar a ellos, acercándolos hacia un holocausto futuro que creemos estar alejándoles hoy.

Otro ejemplo sería el bloqueo informacional interno, que desde hace décadas acorrala -incluso judicialmente- cualquier bocanada de lenguaje no chamuscado por la retórica del poder. Esto simplemente ha hecho añicos nuestra libre iniciativa y capacidad de argumentación. Por un lado, carecemos de elementos para expresar nuestras certezas (o apenas intuiciones), y por el otro comenzamos a dudar incluso de cómo leer e integrar el todo de nuestra experiencia existencial.

En este cuadro seríamos algo así como fragmentos descoyuntados hasta de eje significante: partículas más que personas gramaticales, a las que casi resulta comprensible que se les prive de derechos humanos, pues su precaria condición humana resulta ya tan simiesca que... En palabras del escritor ruso Alexandr Solzhenitzyn (de su testimonio "Archipiélago Gulag"): "Hemos perdido la medida de la libertad. No tenemos forma de saber dónde empieza ni dónde termina. [...] Ya no estamos seguros de si tenemos o no derecho a contar nuestra propia vida".

Recién he leído una novela del argentino Ernesto Sábato que difícilmente querrá publicarse en la Cuba actual o en sus peores pronósticos: "Sobre héroes y tumbas". Más allá del tema de la patria como maldición, su título me sobrecogió al punto de provocarme una atiborrante pesadilla que, por suerte, no he soñado más de una vez. En ella, los rostros sonrientes de los "cinco héroes prisioneros del imperio" -tal como se les reconoce en pósteres y camisetas- eran las cinco muecas de sus respectivos ancianos, que volvían a Cuba para así cumplir el augurio lanzado por el Gran Hermano al grito de guerra de "¡volverán!"

Antes de haber literalmente garrapateado estas líneas, nunca entendí del todo por qué esa imagen grotesca de Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René, me obligó a saltar entonces hasta la cama de mi pequeña hija, y abrazarla temblando como si fuese yo quien hubiera envejecido muchos años -o acaso estuviera ya a punto de morir. Creo ahora comprender mejor ese vínculo oculto entre todo héroe y su (nuestra) tumba, entre todo héroe y su (nuestro) horror. Ojalá no me sepa explicar demasiado, pues tampoco es mi intención soplar las notas de nuestro apocalipsis doméstico.

Pero igual estoy convencida de que el exorcismo de la escritura es por el momento nuestra única posible liberación. Y sólo lamento haberme sumado, consciente pero involuntariamente -al repetir siete veces a los cinco-, a ese proselitismo memorístico con que nos han aherrojado al rojo vivo con los nombres comunes de Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René. cnet/25


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