PRENSA INDEPENDIENTE
Octubre 14, 2003

SOCIEDAD`
Los camellos (I)

LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - El sustantivo camello, tan usado en Cuba, no se refiere a esos dóciles y laboriosos animales de las estepas y los desiertos. Para nosotros, el camello es un tipo de transporte público que apareció en el paisaje capitalino en los peores momentos del período especial.

Bautizados por el Ministerio de Transporte con el nombre de metrobús, fueron ideados como recurso transitorio a fin de paliar la grave crisis del transporte. Mas, como la crisis se mantiene sin señas de acabar, los camellos han pasado a convertirse en un medio imprescindible de transportación.

El camello es una gigantesca mole rodante construida de acero, compuesta por un remolcador o "cuña" que constituye el elemento motriz y una inmensa estructura metálica, a modo de remolque, donde se sitúan los pasajeros. Fueron concebidos con el único propósito de cargar mucha gente sin importar cómo y de qué manera se transportan. Conducta ésta propia y consustancial a todo régimen totalitario.

En los días posteriores a su nacimiento, nadie los llamaba camello, pero tampoco los nombraban metrobús, que era el nombre escogido por el gobierno para designar a tan novedoso y raro artefacto. Después, el pueblo los bautizó camello, y así se quedaron.

Aunque estoy acostumbrado a ver cosas raras en este casi medio siglo de socialismo criollo, confieso que la primera vez que vi a uno de estos armatostes rodando en plena Calzada del Cerro me sentí hondamente consternado. Pensé que era un diablo metálico salido de las entrañas mismas del infierno, ciego y carente de razón; capaz de abalanzarse sobre cualquier cosa. Hoy, a fuerza de costumbre, me siento familiarizado con ellos y hasta los veo con la gratitud que se siente hacia el amigo que nos sirve y ayuda. Parece que el hombre es tan proclive a la costumbre y al hábito, que por momentos me olvido de la mezcla de agonía y humillación que representa el tener que transportarse en uno de estos vehículos.

Con pasaporte de pertenencia capitalina, ruedan por las calles de nuestra ciudad con sus cerca de treinta toneladas de peso bruto estremeciendo calles y aceras y haciendo latir paredes y escaleras. Sus vibraciones debilitan columnas y arquitrabes y llegan al balcón para unirse a la rumba de la grabadora que sube por las piernas de Regla, la mulata, adueñándose de su cintura. Una densa y negra columna de humo enrarece el ambiente. Los turistas canadienses y españoles sacan sus cámaras fotográficas y de video para captar esa cosa rara e inmensa a cuyo paso se apartan peatones, ciclistas, automóviles y camiones, todos reverentes, en gesto de sumisión y reconocimiento hacia aquel gigante de hierro y humo que a semejanza de los déspotas del Oriente Antiguo, va indiferente a todo y a todos.

Para él hay vía libre y preferencia; todos habrán de rendirle pleitesía, no sólo por razón de su fuerza y poder, sino porque se siente un importante contribuyente a la salvación del castrismo.

En aquellos días críticos de 1994 cuando el castrismo languidecía y el país se paralizaba, el transporte parecía ausente de calles y avenidas, y un enjambre de bicicletas chinas empezaba a adueñarse del pavimento. Los escasos vehículos estatales, generalmente de carga, eran conminados a cargar pasajeros por parte de los inspectores del tránsito, llamados "amarillos". La oficinista puede que tuviera suerte y llegara a tiempo a su casa en una rastra de cargar ladrillos, y a la ingeniera proyectista, puede que la dicha le deparara una "botella" en un camión cargado de cajas vacías.

El régimen tiene una deuda de gratitud con el camello. Sin embargo, ninguno de los jerarcas del castrismo que concibieron este medio de transporte ha montado un camello en toda su vida. Ellos son utilizados diariamente por lo más genuino de nuestro pueblo, y como para conocerlos hay que hacerlo por dentro, sólo nuestro pueblo conoce y puede hablar de los camellos. cnet/03


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