SOCIEDAD`
Los camellos (I)
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org)
- El sustantivo camello, tan usado en Cuba, no
se refiere a esos dóciles y laboriosos
animales de las estepas y los desiertos. Para
nosotros, el camello es un tipo de transporte
público que apareció en el paisaje
capitalino en los peores momentos del período
especial.
Bautizados por el Ministerio de Transporte con
el nombre de metrobús, fueron ideados como
recurso transitorio a fin de paliar la grave crisis
del transporte. Mas, como la crisis se mantiene
sin señas de acabar, los camellos han pasado
a convertirse en un medio imprescindible de transportación.
El camello es una gigantesca mole rodante construida
de acero, compuesta por un remolcador o "cuña"
que constituye el elemento motriz y una inmensa
estructura metálica, a modo de remolque,
donde se sitúan los pasajeros. Fueron concebidos
con el único propósito de cargar
mucha gente sin importar cómo y de qué
manera se transportan. Conducta ésta propia
y consustancial a todo régimen totalitario.
En los días posteriores a su nacimiento,
nadie los llamaba camello, pero tampoco los nombraban
metrobús, que era el nombre escogido por
el gobierno para designar a tan novedoso y raro
artefacto. Después, el pueblo los bautizó
camello, y así se quedaron.
Aunque estoy acostumbrado a ver cosas raras en
este casi medio siglo de socialismo criollo, confieso
que la primera vez que vi a uno de estos armatostes
rodando en plena Calzada del Cerro me sentí
hondamente consternado. Pensé que era un
diablo metálico salido de las entrañas
mismas del infierno, ciego y carente de razón;
capaz de abalanzarse sobre cualquier cosa. Hoy,
a fuerza de costumbre, me siento familiarizado
con ellos y hasta los veo con la gratitud que
se siente hacia el amigo que nos sirve y ayuda.
Parece que el hombre es tan proclive a la costumbre
y al hábito, que por momentos me olvido
de la mezcla de agonía y humillación
que representa el tener que transportarse en uno
de estos vehículos.
Con pasaporte de pertenencia capitalina, ruedan
por las calles de nuestra ciudad con sus cerca
de treinta toneladas de peso bruto estremeciendo
calles y aceras y haciendo latir paredes y escaleras.
Sus vibraciones debilitan columnas y arquitrabes
y llegan al balcón para unirse a la rumba
de la grabadora que sube por las piernas de Regla,
la mulata, adueñándose de su cintura.
Una densa y negra columna de humo enrarece el
ambiente. Los turistas canadienses y españoles
sacan sus cámaras fotográficas y
de video para captar esa cosa rara e inmensa a
cuyo paso se apartan peatones, ciclistas, automóviles
y camiones, todos reverentes, en gesto de sumisión
y reconocimiento hacia aquel gigante de hierro
y humo que a semejanza de los déspotas
del Oriente Antiguo, va indiferente a todo y a
todos.
Para él hay vía libre y preferencia;
todos habrán de rendirle pleitesía,
no sólo por razón de su fuerza y
poder, sino porque se siente un importante contribuyente
a la salvación del castrismo.
En aquellos días críticos de 1994
cuando el castrismo languidecía y el país
se paralizaba, el transporte parecía ausente
de calles y avenidas, y un enjambre de bicicletas
chinas empezaba a adueñarse del pavimento.
Los escasos vehículos estatales, generalmente
de carga, eran conminados a cargar pasajeros por
parte de los inspectores del tránsito,
llamados "amarillos". La oficinista
puede que tuviera suerte y llegara a tiempo a
su casa en una rastra de cargar ladrillos, y a
la ingeniera proyectista, puede que la dicha le
deparara una "botella" en un camión
cargado de cajas vacías.
El régimen tiene una deuda de gratitud
con el camello. Sin embargo, ninguno de los jerarcas
del castrismo que concibieron este medio de transporte
ha montado un camello en toda su vida. Ellos son
utilizados diariamente por lo más genuino
de nuestro pueblo, y como para conocerlos hay
que hacerlo por dentro, sólo nuestro pueblo
conoce y puede hablar de los camellos. cnet/03
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