PRENSA INDEPENDIENTE
Octubre 7, 2003

SOCIEDAD
Una historia del "insilio"

LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - En Cuba hay familias enteras que se mantuvieron en una especie de claustro, alejadas de la circunstancias cotidianas. Hubo personas cuyas vidas quedaron a la deriva, mientras otras, movidas al azar, se vieron arrastradas por los acontecimientos.

Sin embargo, otros se enfrentaron a los acontecimientos. Lucharon por no perder el curso de sus vidas, aunque replegadas hacia su interior. Incluso, so pena de pecar de inflexibles e intransigentes, se parapetaron en las costumbres y hábitos que les eran conocidos. Éstos constituyeron el "insilio".

Una de estas historias es la de Lilia. Al comienzo de la debacle, en el 59, se hallaba en la treintena larga. Casada con un reputado profesional de éxito, gozaba de los beneficios de una economía bien holgada. La familia de Lilia comprendía dos hijas. Las muchachitas estudiaban la enseñanza primaria en el colegio Usera, una escuela de monjas en la calle Colón, en Santa Clara, casi al centro de Cuba.

Lilia acogió con escepticismo la barahúnda prometedora que a tantos impregnó con engañoso perfume después del la huída del presidente Batista, y tomó medidas familiares para impedir que la turbulencia de la calle entrara en su hogar. Ante la intervención gubernamental de la enseñanza privada, contrató profesores a domicilio para la enseñanza de sus hijas. Insistió y convenció a su esposo para que no cerrara su consulta particular donde poseía una buena clientela, ganada con prestigio profesional.

Así se preparó para resistir los embates que la fuerza destructora del huracán revolucionario desató con el fin de acabar con una clase media floreciente.

Durante años se superó a sí misma para cerrar las posibles brechas que la tormenta nacional pudiera producir en su hogar.

Lilia no abandonó los signos exteriores de su modo de vida. No renunció cuando muchos se trasvistieron creyendo salvaguardar la seguridad personal. Ella demostró cuánto la elegancia le debe a la sencillez.

Enarboló maneras y costumbres propias de su mundo con la sencillez de una aristócrata de espíritu. A cambio fue tildada de loca. De pasada de moda. Motes a los que sólo opuso una sonrisa. La sonrisa de la autenticidad.

También casó a sus hijas como mejor pudo, a pesar de las circunstancias. Sobrevivió a su esposo con el dolor discreto de las verdaderas señoras. Más tarde presenció la partida de sus hijas y nietas hacia el extranjero, con el estoicismo particular de las grandes damas.

Aún, sin flaquear, se dispuso a enfrentar la soledad con la misma entereza que siempre desplegó. La acompañaron sus discos de música cubana, sus adornos, un juego de sala estilo francés, un poco descolorido, pero sin gota de polvo, y sus joyas.

Sus últimos años y las circunstancias cambiantes la obligaron a deshacerse de muchos objetos y prendas. Con lo obtenido de los remates sobrevivió y satisfizo necesidades varias.

Dejó este mundo un fin de año. Los vecinos inmediatos, alarmados al no sentirla trastear en todo el día, notificaron a las autoridades la situación y fueron ellos, dicen, quienes la encontraron tendida en su lecho, arreglada para el viaje final. cnet/29


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