SOCIEDAD
Son de la loma y mandan en llano
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org)
- El jefe del sector de la Policía Nacional
Revolucionaria o "policía de la familia",
como le llaman algunos bromistas, se corresponde
con el antiguo vigilante de la policía
en la república democrática. Este
agente del orden tenía asignado un teatro
de operaciones y se responsabilizaba en ese espacio
con el orden y la paz ciudadanas.
A diferencia de su antecesor de la república
democrática, el jefe de sector de cualquier
barrio capitalino es un policía emigrado
de las regiones orientales. Este provinciano no
reconoce en la capital los rincones que le vieron
crecer y hacerse hombre. En una gran proporción
se trata de personas prejuiciadas contra la capital
y los capitalinos, a quienes no logran comprender
correctamente.
Este servidor público lleno de ambivalencias,
guarda muchos lugares comunes con sus coterráneos.
Al igual que ellos, aspira a una vida mejor en
La Habana, de la que no piensa marcharse derrotado.
Perseguido de cerca por la nostalgia del terruño,
considera a La Habana la capital de todos los
cubanos. Pero se sentiría mejor si en ella
no hubiera tantos habaneros.
Estas personas están dispuestas a engañarlo
o simplemente a hacerlo blanco de sus burlas o
bromas. Se protege y protege su autoridad de unos
dos millones de humoristas. Pero lo peor es que
este pobre hombre debe evitar que esas personas
compren o vendan lo que desean y que le vean como
el obstáculo mayor para vivir una existencia
menos azarosa en una ciudad que le siente representante
de algo que la lastima.
Esta relación de amor-odio erosiona su
servicio público. El policía oriental
y revolucionario quiere integrarse a la vida de
la capital. Pero para ello deberá hacer
concesiones. Entonces prefiere no saber que se
juega ilegal y que algunos pelean gallos, perros
y hasta tomeguines.
Cierra los ojos para no ver a su paisana vendiendo
aceite a pocos metros de donde un habanero vende
leche en polvo. Se enamora de una habanera y la
corteja. Para ella se engalana con el uniforme
y se pavonea entre los mismos que le dan la oportunidad
de ser el representante de lo que aplauden en
público y aborrecen en privado.
Vive sus peores momentos cuando tiene que participar
en un desalojo. La gente le increpa y entonces
la odia, porque cuando esto pasa, él también
se siente desalojado de algún lugar que
aún no es capaz de precisar con exactitud.
No quiere saber de política. Se pregunta
por qué siendo tan grande La Habana, le
toca lidiar con esa gente que quiere tumbar a
Fidel. Lo que más le molesta es que son
respetuosos y agradables. Pero el mando le ha
aclarado las cosas y entonces trata de pasar inadvertido
y no excederse para seguir siendo policía
hoy y tener la oportunidad de serlo mañana.
Siempre alguien tendrá que cuidar y velar.
Este "nagüe" del uniforme aprende
a vivir y a dejar vivir. Aunque los hay muy perversos,
no es ésa la regla. Son todo lo permisivos
que pueden ser, teniendo en cuenta que vigilan
y que son estrechamente vigilados. Estos amantes
del "macho asado con totones", del ron
y las habaneras son víctimas del sistema
que sufren tanto o más que el resto de
la población. cnet/47
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