SOCIEDAD
Si la vida fuera un carnaval...
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Declaró
una feliz pasajera que logró subir al ómnibus
de la ruta 4 a las 3 de la tarde en una parada
de la Calzada de 10 de Octubre que le dolían
los pies de tanto esperar la llegada del transporte.
Mas, cuando la conductora afirmó con entonación
agresiva que no admitiría más personas,
una voz se alzó de entre el pequeño
grupo junto a la puerta sobre la acera, clamando
por montar al ómnibus ya bastante lleno.
De inmediato, la dueña de la voz pasó
a la acción, empujó a quien la precedía
y se agarró de la puerta de la guagua,
confirmando el gesto con una declaración
casi de guerra: "Yo me tengo que ir".
Al fin, arrancó el chofer. Pero aquella
mujer, nada joven pero sí enérgica,
sintió la necesidad de desahogarse y dirigió
su cólera hacia la presunta causante de
su traba inmediata, la conductora. Esta ripostó
con la agresividad propia de quien pasa una buena
parte de la jornada laboral en lucha con los Otros.
Entablaron así una disputa verbal bien
encendida y plagada de fuertes ofensas.
El calor reinante dentro del vehículo,
el hacinamiento de los pasajeros en el estrecho
pasillo, la frustración por el tiempo perdido
ya por la espera y todo el peso de las dificultades
cotidianas parecieron abatirse sobre nuestras
cabezas. Era lo que faltaba para que el interior
de la ruta 4 se convirtiera en una copia de la
Caldera del Diablo. Una cadena de discusiones
estremeció como un corrientazo maldito
la columna vertebral del vehículo, el pasillo
repleto del ómnibus.
Entonces, una mulata gorda, gordota, gordísima
se levantó del asiento para avanzar por
el pasillo con ánimo de descender del carro.
A gritos de "permiso, me quedo" y rotundos
golpes de cadera, pretendió abrirse paso.
Una masa compacta de cuerpos apretados malogró
sus esfuerzos, y la desesperación por abandonar
la guagua la obligó a acopiar fuerzas y
lanzar su peso contra todo obstáculo con
el mismo efecto de una bola por tronera. Y se
formó...
Pensé que no alcanzaría a llegar
a la parada frente al Capitolio donde debía
bajarme. Anticipé que el ómnibus
explotaría a causa de la violencia interior
desarrollada como un siquitraque. Imaginé
que alguien habría regado polvo de semilla
de peonía roja ligado con pimienta dentro
del vehículo, por la onda expansiva de
la agresividad liberada.
El chofer mandó a callar y, como no logró
nada, encendió una grabadora que difundió
música salsa. La canción "La
vida es un carnaval", se escuchó por
toda la guagua y poco a poco la atmósfera,
al limite de una bronca general devino en un intercambio
sobre la nocividad de las posturas agresivas.
Los comentarios que ahora se escuchaban se referían
a ¿Quién tiene la culpa de aquel
pandemonium? ¿Por qué no había
suficientes ómnibus? ¿Como podía
remediarse todo eso?
Cuando por fin llegó el vehículo
a la parada del Capitolio, los pasajeros dispuestos
a bajarnos gozábamos de calma, y cierta
tolerancia hacia el Otro que nos precedía
en el pasillo sirvió para evitar cualquier
acto de hostigamiento. La conductora, sudorosa
y Cansada, se sentó para tomar, al parecer,
un respiro.
Cuando pasé junto al chofer al descender,
éste me miró y exclamó: "Si
la vida fuera un carnaval... aquí no habría
que llorar, eh?" cnet/29
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