CULTURA
El fantasma de PM y el descanso del guerrero
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org)
- Alfredo Guevara, reconocido por todos como artífice
de la política cinematográfica de
la revolución cubana y calificado de controvertido
mediador entre las esferas del poder y los cineastas,
se ha constituido en una figura de significativa
influencia dentro del séptimo arte en la
Isla, más allá de los espacios abiertos
al dogma oficial o las puertas cerradas a inquietantes
proyectos nacionales.
El sorpresivo anuncio de su dimisión a
la presidencia del Instituto Cubano de Arte e
Industria Cinematográfica (ICAIC) hace
tres años suscitó diversas opiniones
que apoyaban o escarnecían su dilatado
período al frente de la empresa, pues mientras
para unos resultaba un valladar nacionalista contra
el supuesto diversionismo extranjerizante, para
otros se había convertido en un implacable
censor de los filmes que abordan la otra cara
de la realidad cubana.
Ignorado por el consejo editorial de la revista
Revolución y Cultura en un número
dedicado a resumir los 40 años del cine
revolucionario, donde opinaron realizadores como
Humberto Solás, Julio García Espinosa,
Juan Carlos Tabío y Fernando Pérez,
entre otros, Alfredo Guevara arremetió
con evidente mordacidad contra este olvido voluntario,
al que calificó de inicio de una revisión
de la historia cinematográfica cubana orquestada,
según sus palabras, "por la excelsa
grecolatinista -Luisa Campuzano- y su preclaro
asesor cinematográfico -Rufo Caballero-
responsables de la edición del homenaje
literario al ICAIC".
"No aprecio los juicios retorcidos y empobrecedores",
se respondió a sí mismo en la autoentrevista
que publicó en la revista Cine Cubano,
dirigida por él. "Y ni aún
cuando al guerrero toque descansar, o descansar
un poco, me parece justo empujarle al desfallecimiento
mayor, aquél en que se buscan explicaciones
otras a las que fueron e impregnaron nuestras
vidas en otras épocas".
"Y si los realizadores aceptan la incitación,
no los juzgo, no es mi problema", indicó
también, en clara alusión a lo expresado
por Solás en cuanto a la necesidad de recolocar
filmes como Casta de Robles, Realengo 18 y, por
qué no, el documental PM.
A pesar de su postura escapista, de agravio por
las supuestas nuevas tendencias y libertades dentro
del cine cubano, Guevara continúa presidiendo
los festivales que cada año, desde hace
25, reúnen en La Habana a los realizadores
del continente en el apartado de competencia de
los diversos géneros del séptimo
arte, así como en obras de otras regiones
que reflejen la realidad de los países
del tercer mundo, y muestras de lo mejor de la
cinematografía mundial.
Al anunciar en rueda de prensa efectuada esta
semana la participación de 128 filmes en
busca de los Premios Corales, y la proyección
de más de 400 películas fuera de
concurso para el 25 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano
a celebrarse el venidero diciembre en esta capital,
Guevara calificó el evento como "un
espacio de fraternidad y diálogo".
Si bien reconoció que el venidero encuentro
se realiza en circunstancias difíciles,
cuando de todas las latitudes llegan signos de
cerco, apostó por un Festival que no ha
aceptado esto, y más allá de las
confusiones y medias verdades ha querido actuar
y organizarlo como si todo fuera favorable.
El cine cubano, asediado por la incompetencia
económica y la innegable censura, que limitan
el nivel de la producción y convierten
los guiones en simples mascaradas reiterativas
de obras concebidas en una obsoleta unanimidad
ideológica o en aparatosas comedias que
sólo bosquejan algunos hechos y jamás
las causas que los provocan, sigue en un absurdo
anquilosamiento creativo que no funciona en el
mercado nacional ni en el externo.
Pese al relativo éxito de películas
como Guantanamera, sacada de los circuitos de
proyección por un supuesto hipercriticismo
de la realidad cubana, de una Lista de Espera
con un mensaje ambiguo que apuesta, oníricamente,
por la vida colectiva, o una Suite Habana con
un trasfondo subliminal que aborta la realidad
de un contexto y personajes que se pueden obtener
a paletadas en cualquier parte de Cuba, la cinematografía
cubana se resiente de claustrofobia ambiental,
de un rediseño recurrente y de una manía
por coartar la libertad que aleja de las salas
a los aspirantes a cinéfilos.
Un cine con más de lo mismo, y malo, pese
al talento reconocido de quienes lo realizan en
su totalidad, es lo único que se puede
esperar de una cinematografía lastrada
en su componente esencial: la libertad de creación.
Si bien el señor Alfredo Guevara apuesta
por una plaza marcada por los desgarramientos
del tercer mundo, y al cual en su insomnio perpetuo
califica como acto de concientización de
los humildes, los progresistas y los que apuestan
por el espíritu y no por el mercado, la
realidad es que aún no ha comenzado "la
revisión de la historia cinematográfica
cubana", por lo que el guerrero debe descansar,
pero esta vez definitivamente lejos de las pantallas.
cnet/09
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