SOCIEDAD
¿Parque de diversiones o de sufrimiento?
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org)
- Un spot televisivo sobre el parque de diversiones
José Martí de Alamar, en La Habana
del Este, sedujo a Fernando y su esposa Norma,
que aprovechando la semana de receso escolar planificaron
un viaje para el entretenimiento de sus cuatro
hijos, de 5, 7, 8 y 10 años.
Alquilaron un carro por cuatrocientos pesos para
trasladarse de Batabanó a La Habana -unos
sesenta kilómetros- y visitaron la instalación
el viernes 14.
Cuenta Fernando que al llegar al parque se sorprendió
de que la entrada era gratis, mientras una taquilla
vendía tickets para los aparatos. Al ver
que cada uno costaba cuarenta centavos, compró
treinta pesos pensando que la recreación
de sus chicos era cosa resuelta.
Pero empezaron a verse situaciones que le parecían
a Fernando puro espejismo. Los niños no
podían tener acceso a casi todos los aparatos
del parque por una cuestión de tamaño.
O porque los destinados a los más grandecitos
estaban en su mayoría rotos. Sólo
la pequeña disfrutó de dos ofertas.
Fernando se sorprendía aún, y más,
al sentirse desinformado. No hubo -dice él-
una explicación de los organizadores sobre
los límites y tampoco de las roturas.
Trató olvidar el asunto, pero no podía
detener los gritos llorosos de sus hijos.
Para amortiguar la situación los invitó
a mitigar el hambre mientras observaba que de
tres cafeterías había dos cerradas.
Sólo una ofertaba helados. Y allí
fue a hacer su cola, donde recibió otro
golpe. Fernando creyó que una vez dentro
podría comprar los helados. Pues nada de
eso.
Fue a la entrada, donde los empleados olvidaron
informarle que no tenían tickets para los
helados. Fue a la gerencia, y el responsable no
sabía que los tickets se habían
agotado. "Los estamos preparando", informó
el jefe. Luego de esperar veinte minutos fue por
ellos, identificados por un color rojo. Como el
helado solo se vendía a los niños,
salió y vendió los tickets sobrantes
de los aparatos.
Dice Fernando que tuvieron que hacer una cola
de una hora. En la cafetería había
cinco trabajadores, tres de ellos ociosos, entregaba
por sobre el mostrador los helados en barquillos
que otra empleada le pasaba de mano. Por cierto,
aguados y congelados sobre un barquillo dañado
por abajo o arriba.
"¿Se imagina el disgusto y el hambre
que teníamos luego de perder cuatro horas?",
dijo Norma casi exhausta.
Antes de marcharse, Fernando comentó con
un trabajador las amargas horas pasadas. La conversación
se hizo tan íntima que el empleado terminó
por decirle: "Amigo, el problema es que los
que vinieron hacer el spot publicitario fueron
advertidos de que el parque no tenía ofertas
de alimento y ellos dijeron que no iban a tratar
el tema por la televisión".
Fernando, Norma y sus hijos huyeron del parque
como si estuvieran perseguidos por una fiera
De rueda en rueda fueron a dar a la una de la
tarde al Parque Lenin, donde se llevaron otro
recuerdo nada grato.
El parque de diversiones estaba cercado y su
acceso era difícil, por lo que el hambre
era más inminente que el disfrute.
Visitaron varios restaurantes en moneda nacional.
Unos estaban cerrados, en otros la oferta era
pésima. Finamente llegaron a La Parrillada,
donde encontraron a sus trabajadores jugando dominó.
El restaurante no tenía carta pero tenía
al menos, pollo, una carne ripiada de paleta de
puerco vendida como ¿tasajo? La cerveza
de lata, según el dependiente, costaba
a un dólar, y según el administrador
noventa y cinco centavos.
Unas raciones de pollo, chispitas de boniato
y papa, unas cervezas y refrescos por sólo
592 pesos fue suficiente para restaurar las energías
perdidas.
Mientras almorzaban, la familia se cuestionaba
qué estaba pasando. Entonces el administrador
dijo que ése era el único lugar
al que se habían asignado pollo y cerdo,
y que los anteriores dirigentes habían
sido expulsados por faltantes de divisa, y no
divisas. Otros, ofertaban cerveza embotellada
de pipa y además vendían alimentos
no autorizados.
Fernando pensó que la imagen confusa,
la ineficiencia, la mentira y la corrupción
tienen más lugar que la diversión.
Y es poca la diversión que un niño
en Cuba recibe a su edad.
Y en cuanto ponerle a un parque de diversión
para niños el nombre del Apóstol,
viendo ese desastre, prefiero parar aquí
y hablar del tópico en un momento más
calmado. cnet/20
|