HISTORIA
Tributo a Varela
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org)
- Este 20 de noviembre se cumplieron 215 años
del nacimiento de quien se ha acordado en llamar
el Padre del Pensamiento Cubano.
El pensamiento de Varela será vinculado
en las celebraciones oficiales a los tiempos que
corren y es posible que se emplee una vez más
su frase "es preferible seguir siendo tan
isla en lo político como en lo geográfico",
para mostrarnos alguna herencia anti imperialista
que lo haga partícipe de ese batallar de
ideas que nos aturde. Se hablará de sus
virtudes como maestro, patriota y pensador, pero
seguro se seguirá guardando silencio sobre
la dimensión religiosa del Varela sacerdote,
que para muchos en Cuba desafortunadamente, sigue
siendo desconocida.
A pesar de estar incluida en los programas de
enseñanza de nuestras escuelas la figura
de Varela, su pensamiento no ha sido lo más
destacado en los planes de estudio de nuestra
historia.
Por otra parte a los estudiantes en su encuentro
primario con el semblante de Varela, no les resulta
llamativa su imagen seria, de rostro cetrino,
enmarcado por una melena poco estridente; los
labios carnosos y cerrados en un rictus de severidad;
sus ojos que resaltan tras los cristales de unos
lentes austeros. Todo ello conspira en que desde
el inicio del encuentro no quede destacado el
hombre enorme que se oculta bajo las apariencias
de una insignificante figura.
No se nos presenta la frente imponente de Martí,
con aquella mirada aguda, divulgado en escenas
diferentes: el pensador, el amoroso, el poeta,
el que lleva una vida intensa en todas las facetas
de su vida, incluso el mártir que se entrega
a la muerte de la manera que anunció y
mirando cara a cara al Astro Rey. No es el bravo
Maceo que se nos ofrece en posturas de guerrero
imponente. La estampa de Varela, la única
que invariablemente se nos muestra, no puede darnos
la imagen adecuada del héroe que deberíamos
imitar.
Resulta sin embargo notorio que las referencias
de todas esas grandes personalidades de nuestra
historia nos conducen siempre al hombre de la
frágil silueta, el que nos enseñó
a pensar, nos han repetido multitud de maestros
y discursantes a lo largo de varias generaciones.
Al final terminamos parados frente a esa mirada
que desde la distancia de más de un siglo
nos sigue iluminando con brillo vivo.
Su pensamiento de largo alcance llega a nuestros
días con un mensaje que parece escrito
para nosotros. Y es que el decir de Varela tiene
la hechura del profeta. Profecía que abarca
los ámbitos de la materia y del espíritu,
de la carne y del alma del hombre; que se encarna
en su tiempo y lo trasciende. Puede pensarse que
nació adelantado para la época que
le tocó vivir.
Pero es que Félix Varela tenía
además materia de cimiento. Vino para fundamentar
los valores de una nación: la patria que
tenía que edificarse a partir de hombres
nacidos en otras tierras y cuya simiente ya empezaba
a germinar y dar frutos en la nueva, pero sin
la madurez suficiente para hacer brotar el sentimiento
de percibirse plenamente cubanos. El amor patrio,
que destellaba en varios criollos, para Varela
era ya un imperativo que guiaba toda su labor.
Precisamente por no ser comprendido en toda la
magnitud de lo que quería, sufrió
persecución, decepciones y soledades. Su
exilio es anuncio precursor del sufrimiento de
su pueblo, y del establecimiento de una Diáspora
que llegará a alcanzar magnitudes hebraicas.
Como los cubanos de este tiempo viviendo en iguales
circunstancias, Varela dio lo mejor de sí
al país que le acogió, sin dejar
de pensar, escribir y soñar en su anhelada
Isla. También, como miles de sus coterráneos,
murió sin poder volver del destierro.
Hoy sorprende, al leer la obra del santo sacerdote,
descubrir cuánta sabiduría, agudeza
y claridad política, religiosa y humana,
atesoraba en su interior. Siendo plenamente un
hombre de Dios, el tiempo no podía quedarle
restringido a su persona. Esa parte del hombre
de fe nos quedó legada en el fundamento
de nacionalidad forjada por él. Las profundas
raíces cristianas que se adentran en el
espíritu vareliano, nutren el árbol
de nuestra identidad como nación.
El reconocimiento de santidad de Félix
Varela, hecho por el propio José Martí,
no acaba de ser concretado. Su ascenso a los altares
sigue el trillado camino de los hombres y sus
reglamentos. Aún no se avizora el día
en que en las iglesias de Cuba, acompañando
a La Virgen del Cobre, esté el Santo cubano.
Pero el don de su vida constituye un milagro de
por sí y una bendición para nuestra
tierra.
En el Aula Magna de la Universidad de La Habana
reposan sus sagrados restos, símbolo de
todo lo que significa Varela para nuestra historia
y cultura, como patrimonio que pertenece a todos
los cubanos. Sin embargo, el peregrinar ante la
urna que contiene los sagrados despojos no es
una posibilidad abierta y sin restricciones. Está
limitada por la solicitud de un permiso por escrito
que debe ser presentado ante el Rector del alto
centro de estudios.
Cuando Juan Pablo II visitó la Isla expuso
una Clase Magistral en ese recinto donde están
depositadas las cenizas del religioso. Dejó
entonces una tarja conmemorativa honrando al presbítero
cubano, para ser expuesta en esa misma sala. Pero
hasta el momento la placa sigue sin ocupar el
sitio a que fue destinada por Su Santidad.
En las palabras de Félix Varela están
contenidas las pautas que deben seguir los cubanos
en su caminar actual. Ojalá llegue el día
en que el compromiso patriótico de nuestros
niños esté inspirado en las enseñanzas
del Maestro Varela, y su pensamiento sea el modelo
a seguir por los futuros ciudadanos de Cuba. cnet/43
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