PRENSA INDEPENDIENTE
Noviembre 24, 2003

SOCIEDAD
San Cristóbal en Carnaval

LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - El 16 de noviembre se conmemora la fecha en que se fundó la villa de San Cristóbal de La Habana. Aunque no ha sido un día dedicado al jolgorio, los habaneros la reconocen en su tradición centenaria de darle la vuelta a la Ceiba que se asienta en el lugar aproximado de la celebración de la primera misa por la fundación de la que sería con el devenir de los años la capital de Cuba.

Dicen que el árbol actual es hijo del que fue testigo del asentamiento definitivo de la población en 1519. Ha quedado como tradición ir durante ese día a visitar la sagrada planta y durante las tres vueltas alrededor de su tronco pedir un deseo que debe ser expresado en voz baja. También algunos echan monedas en el área de tierra aledaña, pero eso parece ser menos tradicional.

Otra actividad que se celebra en el marco de la creación citadina es la conmemoración de acción de gracias al Santo Patrono que se celebra cada año en la Iglesia Catedral, la cual generalmente es presidida por el arzobispo de la archidiócesis. El público asistente al acto religioso es de heterogénea procedencia. Miembros del cuerpo diplomático, periodistas, gentes del mundo de la cultura, alguna personalidad oficial, clero habanero y pueblo de religiosidad variada.

Una "costumbre" que se ha implantado en el recinto religioso es el toque de los portones de la nave a través de sus grandes aldabas de bronce, sonido que retumba en cualquier momento de la misa con las molestias que conlleva. A San Cristóbal, una de las pocas imágenes que podemos encontrar en la austera Catedral, se le engalana de fiesta y se le viste con las mejores galas.

Este año se han introducido algunas variantes nuevas. Unas loables y otras no tanto. Del grupo primero están el recorrido de habaneras por las calles del casco histórico. Es una tradición que se debe recuperar y no tiene mejor momento para ello que el dedicado a la ciudad que da nombre a esta modalidad de la creación de una música que en el siglo XVIII conquistó al mundo e inspiró famosas composiciones.

La inclusión de los carnavales habaneros en los días de la fiesta de erección de la capital es la parte menos lograda del proyecto. Hace muchos años estas festividades se hacían en el mes de febrero. Después, por una coyuntura política ideológica, se trasladaron al caluroso julio, coincidiendo casi con los de Santiago de Cuba, que sí eran raigambre en esa fecha. Con altas y bajas, los de La Habana casi habían desaparecido.

Este año retornaron sin mayores luces. No más de diez carrozas con un diseño de mal gusto y de pequeñas dimensiones, cuando los capitalinos se enorgullecían de aquella veintena de plataformas móviles, cargada de muchachas vistosas, de caderas volantes al ritmo de las mejores orquestas de Cuba. Carrozas que además de la belleza en su diseño presentaban dimensiones impresionantes, con alturas que en algunas llegaban a cinco pisos de un edificio moderno y del largo de casi una cuadra. Además las comparsas espectaculares, que se sucedían casi de forma interrumpida.

Realmente eran los años del derroche que nos permitía la ayuda de los hermanos soviéticos. El servicio gastronómico, con sus defectos, era organizado y variado. Esos espectáculos degradantes que se observan en esta nueva modalidad de carnavales no aparecían entonces. Podía formarse alguna bronca, pero las familias iban a estos paseos sin pensarlo mucho.

A diferencia de entonces, hoy se han visto calles colmadas de gente tomando cerveza o ron de una manera poco edificante y ética. Muchas veces sin camisa, haciendo gestos indecentes, en una manifestación de expresiones que deja mucho que desear. Palabrotas, riñas que han llegado a hechos de sangre, a pesar de que el refuerzo policial ha sido amplio.

El mal olor, producto de unos baños improvisados pero sin condiciones mínimas para un correcto desagüe en las alcantarillas, muchas de las cuales están tupidas. En avenidas como Galiano el orine corría por algunos tramos dando un aspecto comparable al París del Siglo XVI. Y para colmo de males, a alguien se le ocurrió que la fiesta debía extenderse por tres semanas, ocupando en el calendario todos los días hábiles y feriados. Esto más que alegría, causa malestares por la situación de crisis en que se vive. Los anteriores carnavales solamente ocupaban los fines de semana, sin afectar el resto de los días.

A pesar del esfuerzo por destacar la conmemoración, este año San Cristóbal tuvo una fiesta pobre. La Ceiba no tenía la atención de veces anteriores, aunque la gente siguió haciendo profesión de las vueltas y los deseos. La misa, según me cuentan fieles que estuvieron presentes, estuvo pobremente colmada. No acudieron los miembros de las representaciones que en anteriores ocasiones acostumbraban a ir, ni del gobierno ni del cuerpo diplomático. La desidia hizo presa también de los devotos.

Podía pensarse que el Carnaval fue en parte causa de muchas de estas ausencias. Tampoco fue así. La gente está fatigada, abrumada y desesperanzada, a pesar de que se quiera demostrar lo contrario. La causa radica en este ambiente que no puede ser forzado a una alegría que no existe. Hasta San Cristóbal lo comprende. Por eso él sigue con el Niño a cuestas, esperando días mejores donde la alegría de su pueblo sea auténtica y no artificial. cnet/43

 



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