SOCIEDAD
San
Cristóbal en Carnaval
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org)
- El 16 de noviembre se conmemora la fecha en
que se fundó la villa de San Cristóbal
de La Habana. Aunque no ha sido un día
dedicado al jolgorio, los habaneros la reconocen
en su tradición centenaria de darle la
vuelta a la Ceiba que se asienta en el lugar aproximado
de la celebración de la primera misa por
la fundación de la que sería con
el devenir de los años la capital de Cuba.
Dicen que el árbol actual es hijo del
que fue testigo del asentamiento definitivo de
la población en 1519. Ha quedado como tradición
ir durante ese día a visitar la sagrada
planta y durante las tres vueltas alrededor de
su tronco pedir un deseo que debe ser expresado
en voz baja. También algunos echan monedas
en el área de tierra aledaña, pero
eso parece ser menos tradicional.
Otra actividad que se celebra en el marco de
la creación citadina es la conmemoración
de acción de gracias al Santo Patrono que
se celebra cada año en la Iglesia Catedral,
la cual generalmente es presidida por el arzobispo
de la archidiócesis. El público
asistente al acto religioso es de heterogénea
procedencia. Miembros del cuerpo diplomático,
periodistas, gentes del mundo de la cultura, alguna
personalidad oficial, clero habanero y pueblo
de religiosidad variada.
Una "costumbre" que se ha implantado
en el recinto religioso es el toque de los portones
de la nave a través de sus grandes aldabas
de bronce, sonido que retumba en cualquier momento
de la misa con las molestias que conlleva. A San
Cristóbal, una de las pocas imágenes
que podemos encontrar en la austera Catedral,
se le engalana de fiesta y se le viste con las
mejores galas.
Este año se han introducido algunas variantes
nuevas. Unas loables y otras no tanto. Del grupo
primero están el recorrido de habaneras
por las calles del casco histórico. Es
una tradición que se debe recuperar y no
tiene mejor momento para ello que el dedicado
a la ciudad que da nombre a esta modalidad de
la creación de una música que en
el siglo XVIII conquistó al mundo e inspiró
famosas composiciones.
La inclusión de los carnavales habaneros
en los días de la fiesta de erección
de la capital es la parte menos lograda del proyecto.
Hace muchos años estas festividades se
hacían en el mes de febrero. Después,
por una coyuntura política ideológica,
se trasladaron al caluroso julio, coincidiendo
casi con los de Santiago de Cuba, que sí
eran raigambre en esa fecha. Con altas y bajas,
los de La Habana casi habían desaparecido.
Este año retornaron sin mayores luces.
No más de diez carrozas con un diseño
de mal gusto y de pequeñas dimensiones,
cuando los capitalinos se enorgullecían
de aquella veintena de plataformas móviles,
cargada de muchachas vistosas, de caderas volantes
al ritmo de las mejores orquestas de Cuba. Carrozas
que además de la belleza en su diseño
presentaban dimensiones impresionantes, con alturas
que en algunas llegaban a cinco pisos de un edificio
moderno y del largo de casi una cuadra. Además
las comparsas espectaculares, que se sucedían
casi de forma interrumpida.
Realmente eran los años del derroche que
nos permitía la ayuda de los hermanos soviéticos.
El servicio gastronómico, con sus defectos,
era organizado y variado. Esos espectáculos
degradantes que se observan en esta nueva modalidad
de carnavales no aparecían entonces. Podía
formarse alguna bronca, pero las familias iban
a estos paseos sin pensarlo mucho.
A diferencia de entonces, hoy se han visto calles
colmadas de gente tomando cerveza o ron de una
manera poco edificante y ética. Muchas
veces sin camisa, haciendo gestos indecentes,
en una manifestación de expresiones que
deja mucho que desear. Palabrotas, riñas
que han llegado a hechos de sangre, a pesar de
que el refuerzo policial ha sido amplio.
El mal olor, producto de unos baños improvisados
pero sin condiciones mínimas para un correcto
desagüe en las alcantarillas, muchas de las
cuales están tupidas. En avenidas como
Galiano el orine corría por algunos tramos
dando un aspecto comparable al París del
Siglo XVI. Y para colmo de males, a alguien se
le ocurrió que la fiesta debía extenderse
por tres semanas, ocupando en el calendario todos
los días hábiles y feriados. Esto
más que alegría, causa malestares
por la situación de crisis en que se vive.
Los anteriores carnavales solamente ocupaban los
fines de semana, sin afectar el resto de los días.
A pesar del esfuerzo por destacar la conmemoración,
este año San Cristóbal tuvo una
fiesta pobre. La Ceiba no tenía la atención
de veces anteriores, aunque la gente siguió
haciendo profesión de las vueltas y los
deseos. La misa, según me cuentan fieles
que estuvieron presentes, estuvo pobremente colmada.
No acudieron los miembros de las representaciones
que en anteriores ocasiones acostumbraban a ir,
ni del gobierno ni del cuerpo diplomático.
La desidia hizo presa también de los devotos.
Podía pensarse que el Carnaval fue en
parte causa de muchas de estas ausencias. Tampoco
fue así. La gente está fatigada,
abrumada y desesperanzada, a pesar de que se quiera
demostrar lo contrario. La causa radica en este
ambiente que no puede ser forzado a una alegría
que no existe. Hasta San Cristóbal lo comprende.
Por eso él sigue con el Niño a cuestas,
esperando días mejores donde la alegría
de su pueblo sea auténtica y no artificial.
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