SOCIEDAD
"Son pal perro, compañero"
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org)
- La camioneta Isuzu perdió los frenos
y su conductor trató desesperadamente de
detenerla mediante el uso de la caja de cambio.
Sin dejar de sonar el claxon, el vehículo
descendió veloz por la calle Zanja desde
Infanta en el municipio Centro Habana. Ya a la
altura de la intersección con la calle
Márquez González, sucedió
lo inevitable.
Un bicitaxi ajeno al peligro se incorporó
a la vía y la camioneta, sin que su conductor
pudiera evitarlo, le golpeó por detrás.
El ciclista y su pasajero salieron proyectados
al pavimento junto con tres grandes cazuelas que
transportaban con destino al comedor de un centro
de trabajo. Las cazuelas contenían arroz,
boniatos hervidos, y la última, salchichas
del tipo "frankfurters" de las que se
usan para "perros calientes".
Mientras el conductor de la camioneta y algunos
transeúntes curiosos se aprestaban a brindar
asistencia por si alguien había resultado
lesionado, el pasajero del bicitaxi contempló
consternado el espectáculo. "¿Qué
harás ahora" -decía-. ¿Qué
les diré?" El hombre se agachó
y comenzó a recoger las salchichas del
pavimento sobre el que corrían aguas albañales.
Las echaba en la cazuela metálica en que
venían originalmente.
Sucio y conmocionado por el accidente, no prestó
atención a una herida en el brazo izquierdo,
a la altura del hombro que sangraba a discreción.
El hombre estaba afanado en recoger las salchichas
de las aguas albañales y sólo eso
parecía importarle.
Cuando lo vi recoger las salchichas, le dije:
"Oiga, eso está contaminado por aguas
albañales".
El hombre se detuvo, me miró fijo y dijo
que las recogía para que nadie le acusara
de robarlas.
De forma paralela, un hombre de la raza negra,
aproximadamente de 70 años, se alejaba
de la escena del accidente con un puñado
de siete salchichas, que intentó ocultar
echándolas en un viejo sombrero de paja.
Me percaté de la situación y temí
que el hombre fuera a comer de esas salchichas
contaminadas.
"Oiga", le dije, "no debe comer
de esas salchichas. Estaban en el agua de fosa".
Como si le hubiera cogido en falta, continuó
su camino, y de espaldas, sin mirar, respondió:
"Son pa' un perro que tengo en mi casa",
y aceleró la marcha.
Mientras, la gente se había recuperado
de la conmoción del accidente, y uno de
los vecinos le dijo al hombre: "Lolo, ¿qué
perro es ése que dices tener?"
Con el temor de que hubiera en el grupo algún
policía enmascarado o algún delator,
el hombre respondió sin dirigirse a nadie
en especial: "Un perro viejo que recogí
hace poco".
Dándome cuenta de que mentía, y
con el ánimo de dar continuidad a la broma,
a la vez que lo instaba a que no fuera a comer
las salchichas, le insistí: "Entonces
es mejor chequear que el perro esté vacunado".
Mirando fijo, con la dignidad recobrada más
allá de la desesperación del hambre,
tiró las salchichas al piso. Dándose
vuelta echó a andar apresuradamente. Se
alejó sin mirar atrás mientras los
presentes sentimos parte de su tristeza y compartimos
su vergüenza.
Las risas cesaron y todos nos movimos en retirada
silenciosa, presidida por una pancarta de propaganda
que se alzaba desde las aguas albañales
que proclamaba: "Todo lo que tenemos lo debemos
a la Revolución y al Socialismo".
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