SOCIEDAD
Quioscos y bodegas (II)
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org)
- Al lado o al frente de un quiosco abarrotado
de productos, en el que apenas puede dar un paso
el dependiente, suele estar el local de la bodega
de siempre.
Con su mostrador de caoba sexagenario, ileso
y vencedor en la contienda con el comején,
sigue ahí, de pie, la bodega de siempre.
Con sus estantes ociosos, algunos sacos a medio
llenar en el piso, la trastienda totalmente vacía
y el bodeguero sentado entre bostezos y pestañazos,
se yergue la bodega; sobreviviendo al tiempo "revolucionario"
con todos sus errores y horrores. Las paredes
desconchadas, el piso ahuecado y con grietas en
el techo. Ahí está ella o lo que
queda de ella, que a su vez es una de las que
ha quedado entre ellas.
Por lo general, los productos que se venden racionados
una vez al mes son recogidos por la población
en los primeros cinco días. No es mucho
lo que "dan" por la libreta de "abastecimiento"
(según el Gobierno); de "racionamiento"
(según la realidad). Por lo general se
reducen a tres renglones alimenticios: arroz,
frijoles y azúcar. Los cigarrillos y el
café van apareciendo a lo largo del mes.
Quizás con algunas onzas de sal y algún
artículo de impredecible arribo: jabón
o pasta dentífrica.
En esos primeros cinco días del mes, justo
es decirlo, el bodeguero trabaja arduamente. Los
restantes 26 días bodega se convierte en
un desierto, adonde sólo acuden los clientes
de confianza, para ver si por la "trastienda"
pueden "resolver" con el bodeguero un
poco de leche en polvo de la "amarillita"
(entera), que se disuelve mejor y es más
sabrosa que la blanca (descremada), aunque la
primera vale cinco pesos más, o sea, 25
la libra.
Por lo demás, todo pasa a ser paz y armonía
en medio de una tranquilidad de estómagos
estragados por el poco ejercicio, y a veces quebrados
por algún poquito de spaguettis o de galleticas
de sal que son más conocidas por "rompe
dientes".
Todo lo demás, que es casi la totalidad,
hay que guapearlo, inventarlo, lucharlo, resolverlo.
Lo otro es ir al quiosco en fulas y pedírselo
al dependiente que, como dice el viejo cha cha
cha, complaciente te servirá. Claro, con
la consiguiente acreditación en dólares.
El quiosco, como lo más parecido a la
habitual bodega, no sólo ha ganado documento
acreditativo en nuestra sociedad, sino que ha
introducido al dependiente del quiosco como nuevo
personaje de influencia en el vecindario. Su importancia
en el barrio parece haber sobrepasado a la del
bodeguero, quien ha pasado a un segundo plano.
Porque el dólar o fula es como uno de esos
perfumes chillones y penetrantes que impregnan
al que lo trasiega, confiriéndole cierto
aire de distinción.
El bodeguero mira al dependiente del quiosco
con cierto desdén por haberle quitado éste
la supremacía del barrio. Pero se acerca
a sus ramas para que lo cobije la buena sombra.
Al fin y al cabo, y por razones de similitud de
funciones, se siente hermanado con el dependiente.
Este, sin embargo, lo mira como a un pariente
cercano pero ilegítimo, como a un hermano
bastardo. cnet/03
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