SOCIEDAD
Quioscos y bodegas (I)
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org)
- Nada más semejante y a la vez menos parecido
a la tradicional bodega que los actuales quioscos
recaudadores de divisas o "quioscos en fulas",
como suele nombrarlos la población.
La semejanza reside en el aspecto funcional,
lo cual hace que estos quioscos cumplan la encomienda
que siempre estuvo reservada a las bodegas. Es
decir, aquel comercio donde la familia realiza
sus compras rutinarias destinadas al diario consumo,
compuestas, en lo esencial, de productos alimenticios.
La diferencia estriba en la forma y apariencia,
ya que el quiosco es una estructura metálica
en forma de cajón, idéntico a la
forma de un contenedor para carga y almacenamiento.
Surgidos como imperioso reclamo del período
especial, adolecen de los inconvenientes propios
de la improvisación: pequeños, estrechos,
calurosos, entre otros.
A ellos acude el ciudadano común y el
no tan común en pos de la botella de aceite
comestible, de la pastilla de jabón de
olor o de baño, de la mantequilla, del
paquete de salchichas y de la de otros tantos
artículos indispensables para la cocina
doméstica y para el aseo personal.
Ocasionalmente acuden tomadores para disfrutar
de unas cervezas de latica. Suelen ser esos bebedores
ambulantes y a cielo abierto que gustan de lucir
una combinación de bermudas y camiseta
de dibujos chillones, apropiadas para exhibir
las axilas abundantes en vellosidades, con lo
cual proclaman y creen reafirmar su condición
de machos caribeños. La gruesa cadena de
oro al cuello y el Rolex que centellea cuando
alza la latica de cerveza y empina la cabeza dice,
además, que estamos en presencia de un
tipo duro y solvente. El mensaje va dirigido a
las muchachas que con sus pantalones bien por
debajo del ombligo yacen paradas en la cola.
Así pues estos comercios (quioscos por
la forma y bodegas por la función y contenido),
forman parte de nuestra vida habitual y se unen,
como una lámina más, al abanico
de nuestras costumbres. No obstante, atraen a
suficiente personal como para que frente a ellos
se formen colas a veces largas y siempre tediosas.
El volumen de clientela y marchantería
depende, en buena medida, del lugar de ubicación
del quiosco y del grado de competencia.
La asiduidad con la cual a ellos se acude depende
del grado de invento o de la cantidad y potencialidad
de FE (familiares en el extranjero) con que se
cuenta. La mayoría de los cubanos concurre
a ellos aunque sea una vez al mes. No podía
ser de otra forma frente a la realidad de una
libreta de racionamiento, cuyas racionen tienden
a disminuir con el decursar del tiempo, como contagio
con el paso del cangrejo.
Al quiosco van algunos para comprar un simple
sobre de refresco instantáneo de 10 centavos
y otros para adquirir un buen número de
ellos, a fin de elaborar refrescos que luego venden
en su casa o fuera de ella a un peso el vaso,
o los emplean en la elaboración del "durofrío",
que también venden en los mismos lugares
a igual precio que el refresco.
También va la pobre casera en pos de una
tableta de caldo de pollo para con ella darle
algo de sabor a los spaguettis recién llegados
a la bodega; porque así, pelados, no hay
quien se los coma.
Va además la abuelita, una vez a la semana,
luego de haber reunido unos pocos centavos, para
comprarle al nieto una de esas chambelonas de
ahora tan llenas de colores y tan pintorreteadas,
que hasta los viejos se ven tentados a probarlas.
Ella, cuando mira a los nietos, no deja de sentir
una profunda lástima. "Los pobres
-piensa- sólo han conocido de privaciones
y al parecer el futuro que les espera está
amenazado por mayores miserias".
En los momentos actuales los quioscos están
visiblemente desabastecidos. Cuando indago con
los dependientes, se lamentan por la insuficiente
entrada de mercancías. A veces no se encuentra
en ellos la mantequilla; otras veces falta la
tableta de caldo de pollo y ocasionalmente sucede
lo mismo con el aceite comestible.
Tal realidad no tiene explicación a la
luz de razonamiento económico ni a los
efectos de la experiencia práctica. Los
únicos bodegueros cuyos negocios vi quebrar
en mi niñez, fueron aquéllos que
no vendían (lo cual no era recuente); un
comerciante con clientela era, con toda seguridad,
una persona próspera. Pero como bien se
ha dicho muchas veces por los máximos dirigentes
del castrismo, hay cosas que sólo son posibles
bajo el socialismo. cnet/03
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