OLA REPRESIVA
Las Damas de Blanco
LA HABANA, octubre (Tania Díaz Castro
/ www.cubanet.org) - A veces me pregunto qué
ganó el régimen castrista con encarcelar
a 75 opositores pacíficos y periodistas
independientes, si hoy son muchos más los
que alzan su voz en Cuba contra tal arbitrariedad:
esposas, hermanos, hermanos de causa, amigos.
Un ejemplo de esta realidad son las Damas de
Blanco, un grupo de esposas que visitan embajadas,
iglesias, envían cartas a personalidades
del mundo entero, se reúnen, caminan por
las calles vestidas de blanco en reclamo de los
compañeros de su vida.
¿Qué ha ganado el régimen,
qué beneficio ha recibido? ¿Será
acaso que aquí solamente importa la venganza,
el desquite, la represalia?
Recuerdo hoy a otras damas: esposas, madres,
novias, hermanas, hijas, verdaderos ejemplos de
amor y sufrimiento. Las vi por primera vez en
1972, cuando visité la prisión política
de Cuba, en la vieja fortaleza militar "La
Cabaña". Allí cumplían
largas condenas cientos de hombres que, de forma
pacífica o no, se habían opuesto
a la política de Fidel Castro.
Cada día 26, una multitudinaria concentración
de presos políticos permanecía en
un túnel oscuro, lleno de ratas, en espera
de sus familiares. Jamás olvidaré
a aquellas esposas, siempre presentes en las visitas,
demostrando una abnegación que iba más
allá de rejas, tiempo y castrismo.
Lo recuerdo todo: aquella palidez de tinieblas
de los hombres, inquebrantables, plantados como
hiedras perennes, firmes en su actitud, con su
ternura habitual para los esposas, plantadas también
contra el mismo adversario.
Y pienso todo esto mientras dejo atrás
a Laura, caminando por la calle Neptuno, en La
Habana, a pleno sol, toda vestida de blanco, que
es el color de la lucha no violenta, del amor
de mujer puro y constante, ése que no reclama
nada, que lo da todo. Laura lleva una camiseta
blanca donde está impresa, casi en tamaño
natural, una foto de su esposo, el periodista
y opositor pacífico Héctor Maseda
Gutiérrez, condenado a 20 años de
prisión por orden de Fidel Castro.
Va Laura con un orgullo tremendo, exhibiendo
el rostro apacible y bondadoso de su amado, quien
permanece en confinamiento solitario hace ya siete
meses. Como ella, son muchas las que caminan al
mismo paso, como sembrando luces por las aceras
rotas, buen viento para una ciudad deshecha, maldita;
amando a sus hombres ausentes en la soledad de
cada una de sus noches. Yolanda, la de Vázquez
Portal; Gisela, la de Héctor Palacios;
Blanquita, la de Raúl Rivero; Miriam, la
de Espinosa Chepe; Claudia, la de Osvaldo. También
Dolia, Julia, Nancy, Beatriz, Berta, Elizabeth,
Marcela, Iraida, Nancy.
De ellas es la esperanza, el cielo límpido,
la pródiga promesa del tiempo que ha de
pasar.
Hoy son otras las mujeres que sufren bajo el
mismo cielo. Los verdugos son los mismos. En esa
larga historia hubo una novia tratando de romper
las rejas de su amado. Una novia, a lo lejos,
muy a lo lejos. Una novia que se quedó
sin alas. Cortadas sus alas. Haciendo giros como
una muerta, como una mariposa muerta frente a
un horizonte luminoso que sólo pudo imaginar.
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