SOCIEDAD
El guajiro y su cría (II)
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org)
- La familia guajira, para desenvolverse adecuadamente,
o para vivir como Dios manda, necesita su yunta
de bueyes, una vaca lechera, y si es precavido
un novillo y una ternera como futuro reemplazo.
Esto, sin contar el caballo, que resulta imprescindible.
Pero tanto vacas como caballos son excepcionalmente
difíciles y complicados de tener, porque
son codiciados por los matarifes. Ello no quiere
decir que los cerdos, chivos y carneros se escapen
a su afán depredador.
Vendedores expertos de las noches y cómplices
de las madrugadas, no se sabe de qué mañas
se valen ni qué extraños artificios
utilizan para derribar a una vaca o a un caballo,
tasajearlo, descuartizarlo y cargar con su carne
sin que se quiebre el silencio de la madrugada.
Es como si poseyeran un inexplicable y maléfico
poder ante el cual el cerdo chillón calla
y la gallina enmudece. Hasta el fiero y ladrador
perro guardián, amigo fiel e inseparable
del guajiro, parece rendirse al hechizo del matarife,
escondiendo sus ladridos.
Con los primeros rayos del sol y ante los restos
que quedan de la bestia, nadie puede explicarse
cómo pudo producirse semejante matanza
sin despertar la algarabía de los animales.
Las fechorías de los matarifes hacen blanco
con mayor intensidad en las reses estatales, pero
también en las particulares. A ellos les
resulta indiferente la procedencia del animal.
Se trata, simplemente de que los predios del campesino
son más difíciles de penetrar. El
guajiro suele habilitar la cocina como dormitorio
del caballo, construir enrejados especiales para
la vaca y los bueyes, provistos de candados y
cadenas. A veces los miembros de la familia se
turnan para custodiar a la cría. Todas
las preocupaciones son válidas, todas las
medidas están justificadas ante un enemigo
tan sutil y escurridizo, para cuya eliminación
el gobierno ha creado batallones paramilitares
de a caballo y armados, consiguiendo únicamente
apaciguarlos por un tiempo para luego resurgir
con fuerza renovada. Tan extraña realidad
hace afirmar a muchos que estos salteadores nocturnos
cuentan con la complicidad de las autoridades
y de la población que, de tal manera, encuentra
la oportunidad de adquirir carne de res con moneda
nacional.
Pero existe una realidad que, como ninguna otra,
desestimula la crianza del ganado vacuno. En términos
reales, el campesino no es dueño de sus
bestias. Desde que nace el potrillo o la ternera,
el guajiro ha de dar cuenta a las autoridades,
las que asientan al recién nacido en un
registro, asignándole un número,
y dotando al animal de una chapilla. A partir
de ese momento, el guajiro ha de informar a las
autoridades de la zona sobre la vida, desarrollo
y muerte de la res. Si ésta sufriera algún
accidente mortal o que justificara su sacrificio,
el falso dueño no puede disponer de la
carne bajo ningún concepto.
En estas condiciones tan leoninas y por un sin
fin de motivos aún más onerosos,
el ímpetu tradicional del campesino cubano
fue disminuyendo. Todo ello como resultado de
una política estatal muy entretejida, cuya
finalidad es el arrinconamiento y la estrangulación
del campesino con vistas a su desaparición
definitiva, nada exclusiva del comunismo criollo,
porque el credo marxista conceptúa al campesino
individual como clase reaccionaria.
El guajiro, bajo tal perspectiva ideológica,
habrá de convertirse en obrero rural, como
forma superior en la organización del trabajo
agrícola. Así, junto al obrero de
la ciudad, formará la gran masa laboral
subordinada en cuerpo y alma al gigantesco patrón,
representado por el gobierno totalitario.
Bien lejos estaba el guajiro de pensar que un
día no sería dueño de la
tierra, de su cría y hasta de su miseria,
cuando aquel mes de mayo de 1959, se le hacía
entrega de una falsa propiedad, como resultado
de una falsa reforma agraria. cnet/03
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