PRENSA INDEPENDIENTE
Noviembre 4, 2003

SOCIEDAD
El guajiro y su cría (II)

LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - La familia guajira, para desenvolverse adecuadamente, o para vivir como Dios manda, necesita su yunta de bueyes, una vaca lechera, y si es precavido un novillo y una ternera como futuro reemplazo. Esto, sin contar el caballo, que resulta imprescindible.

Pero tanto vacas como caballos son excepcionalmente difíciles y complicados de tener, porque son codiciados por los matarifes. Ello no quiere decir que los cerdos, chivos y carneros se escapen a su afán depredador.

Vendedores expertos de las noches y cómplices de las madrugadas, no se sabe de qué mañas se valen ni qué extraños artificios utilizan para derribar a una vaca o a un caballo, tasajearlo, descuartizarlo y cargar con su carne sin que se quiebre el silencio de la madrugada. Es como si poseyeran un inexplicable y maléfico poder ante el cual el cerdo chillón calla y la gallina enmudece. Hasta el fiero y ladrador perro guardián, amigo fiel e inseparable del guajiro, parece rendirse al hechizo del matarife, escondiendo sus ladridos.

Con los primeros rayos del sol y ante los restos que quedan de la bestia, nadie puede explicarse cómo pudo producirse semejante matanza sin despertar la algarabía de los animales.

Las fechorías de los matarifes hacen blanco con mayor intensidad en las reses estatales, pero también en las particulares. A ellos les resulta indiferente la procedencia del animal. Se trata, simplemente de que los predios del campesino son más difíciles de penetrar. El guajiro suele habilitar la cocina como dormitorio del caballo, construir enrejados especiales para la vaca y los bueyes, provistos de candados y cadenas. A veces los miembros de la familia se turnan para custodiar a la cría. Todas las preocupaciones son válidas, todas las medidas están justificadas ante un enemigo tan sutil y escurridizo, para cuya eliminación el gobierno ha creado batallones paramilitares de a caballo y armados, consiguiendo únicamente apaciguarlos por un tiempo para luego resurgir con fuerza renovada. Tan extraña realidad hace afirmar a muchos que estos salteadores nocturnos cuentan con la complicidad de las autoridades y de la población que, de tal manera, encuentra la oportunidad de adquirir carne de res con moneda nacional.

Pero existe una realidad que, como ninguna otra, desestimula la crianza del ganado vacuno. En términos reales, el campesino no es dueño de sus bestias. Desde que nace el potrillo o la ternera, el guajiro ha de dar cuenta a las autoridades, las que asientan al recién nacido en un registro, asignándole un número, y dotando al animal de una chapilla. A partir de ese momento, el guajiro ha de informar a las autoridades de la zona sobre la vida, desarrollo y muerte de la res. Si ésta sufriera algún accidente mortal o que justificara su sacrificio, el falso dueño no puede disponer de la carne bajo ningún concepto.

En estas condiciones tan leoninas y por un sin fin de motivos aún más onerosos, el ímpetu tradicional del campesino cubano fue disminuyendo. Todo ello como resultado de una política estatal muy entretejida, cuya finalidad es el arrinconamiento y la estrangulación del campesino con vistas a su desaparición definitiva, nada exclusiva del comunismo criollo, porque el credo marxista conceptúa al campesino individual como clase reaccionaria.

El guajiro, bajo tal perspectiva ideológica, habrá de convertirse en obrero rural, como forma superior en la organización del trabajo agrícola. Así, junto al obrero de la ciudad, formará la gran masa laboral subordinada en cuerpo y alma al gigantesco patrón, representado por el gobierno totalitario.

Bien lejos estaba el guajiro de pensar que un día no sería dueño de la tierra, de su cría y hasta de su miseria, cuando aquel mes de mayo de 1959, se le hacía entrega de una falsa propiedad, como resultado de una falsa reforma agraria. cnet/03



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