SOCIEDAD
El guajiro y su cría (I)
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org)
- Del mismo modo que la campiña cubana
no es tal cuando de ella está ausente la
palma y el trinar del sinsonte, el guajiro sin
su cría de animales no es guajiro verdadero.
Pero el guajiro, en realidad, apenas existe en
nuestros campos. Me refiero al guajiro conceptuado
como aquel campesino de siempre que vivía
y trabajaba en su pedazo de tierra, bajo el techo
de un bohío y al amparo y calor de la familia.
La ley de Reforma Agraria fue una trampa tendida
cuya promesa era fortalecer y ensanchar al campesinado,
pero cuya verdadera intención era acabar
con el guajiro para convertirlo en un trabajador
asalariado. En un miembro del enorme aparato estatal
agrario a cuya sombra perdería su individualidad,
transformándose en un elemento del enorme
engranaje totalitario.
Atrás quedarían aquellos tiempos
cuando el guajiro y su cría eran compañeros
de la manigua. Usuarios del arroyuelo, beneficiarios
de la sombra de los framboyanes y los algarrobos.
Caminantes de la vereda que, entre pastizales
y sementeras, conducía al camino real bajo
el sol de las tardes y envueltos en el perfume
de los limoneros y los jazmines.
Sólo vive en el recuerdo la yegua pinta
con sus serones o alforjas repletas de viandas,
frutas y hortalizas, que el guajiro llevaba a
vender al pueblo cercano, y por cuya venta traía
al hogar otros productos que no eran de la tierra.
Tampoco tiene al brioso alazán con el
que los domingos salía a cabalgar hasta
la casa de un compadre, o iba al pueblo en pos
de una diligencia; siempre luciendo su guayabera
y sus polainas bien lustrosas como para que compaginaran
con el brillo de las espuelas plateadas.
Hoy, los guajiros sobrevivientes se abstienen
de poseer una bestia, por muchas y muy diversas
razones.
En los pueblecitos, caseríos y otras pequeñas
localidades era muy extraño el robo de
un animal. Por lo común, las aves se criaban
confundiéndose entre sí, y sólo
los dueños podían diferenciarlas.
En la plazoleta, en medio del caserío,
andaban a su antojo y albedrío los más
diversos ejemplares de la fauna doméstica,
como prolongación y expresión de
la fraternidad de los lugareños.
Entonces el robo de animales entre vecinos era
algo desconocido; casi impensable; mas si un pillo
era atrapado o visto robándose una gallina,
se granjeaba el repudio de todos, y sobre él
y su familia caía el pesado fardo del descrédito,
hasta que optaba por irse de la localidad. Entonces
el guajiro y su cría eran una realidad.
Pero un día el sereno de las noches y
la humedad del rocío matutino vinieron
cargados de un aire ponzoñoso y entre el
grano de maíz creció la cizaña.
Entonces en el vecindario apareció el Comité
de Defensa, con su presidente y su responsable
de vigilancia. Los lugareños se vistieron
de milicianos y los primeros militantes recibieron
sus carnés, que los acreditaba como miembros
del Partido Comunista. Desapareció definitivamente
el pastor evangélico que anunciaba el reino
de paz y amor, y se hizo frecuente la presencia
del instructor político. Se entregaron
manuales y cartillas con los cuales la gente aprendía
a leer y escribir, a obedecer, a odiar, a maldecir.
Para los escasos guajiros de monte adentro es
igualmente difícil la crianza de animales
domésticos. Ya la mujer del guajiro no
ve despreocupada el crecimiento y la multiplicación
de su cría, a la que cada día convocaba
temprano en la mañana, cuando, obsequiosa,
le regalaba granos de arroz y de maíz.
Era, por su generosidad, que en el patio del bohío
se congregaran la gallina y su pollada; el pavo
real abría su abanico de plumas, y el gallo
de larga cola enseñaba su cresta de puntas
y sus barbillas purpurinas. Toda la fauna reunida
se alegraba. El perro ladraba de contento, el
potro lanzaba su relincho, el chivo su berrido
y hasta el gato maullaba de gozo. cnet/03
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