La
última tramoya del payaso
Agustin
Tamargo. El
Nuevo Herald, junio 29, 2003.
Miami no habla hoy
más que de una cosa: del matrimonio que
fue a Cuba a ver a su familia y acabó en
la cárcel, acusados los dos de espías
terroristas. Si esto hubiera sucedido en México,
en Colombia, o en cualquier otro país,
yo lo tomaría con seriedad. Viniendo de
Cuba, no. ¿Y por qué no? Porque
Cuba, como sabe cualquiera que no sea un morón,
hace años que no es un país, sino
una carpa de teatro. Teatro trágico, sangriento,
pero a veces también teatro cómico
porque el payaso mayor no puede dejar que pase
un día sin hacer alguna de sus tracamandanas.
Esta del matrimonio
de exilados de Miami que va a ver a su familia
y termina calificado de agentes de una conspiración
es otra, y no será la última, de
las tramoyas artificiales del payaso para ver
si eso lo ayuda a salir del hoyo en que está.
Ese hoyo lo ve cualquiera: es el resultado deL
descrédito mundial en que han caído
aquel régimen moribundo y su arquitecto
valetudinario. Todo el mundo lo ha puesto en la
picota. Pero ese todo el mundo no son hoy los
conservadores, los anticomunistas y los revolucionarios
legítimos que saben que el experimento
cubano ha sido una engañifa, sino la gente
de la izquierda, de todas las izquierdas, la extrema
de José Saramago y la moderada de Felipe
González. Nadie ha podido quedarse callado,
nadie ha permitido que pase sin juicio y sin sanción
moral el último crimen cometido en La Habana,
donde murieron tres infelices y 75 inocentes más
fueron metidos en las mazmorras. Y nadie, sobre
todo, quiere seguir arrimado a un tronco viejo
y podrido que está al caerse y que aplastará
a todo el que le quede cerca o debajo.
¿Qué
sentido tiene, sino éste, la actitud asumida
por la Unión Europea? La Unión Europea
llevaba años tolerando y hasta aplaudiendo
la tiranía de Cuba. Sabía bien esa
Unión lo que aquella tiranía ha
hecho con la pobre nación cubana. Pero
seguía sin levantar la voz de la crítica
contra los desmanes diarios que allí acontecían.
¿Y por qué? Pues porque condenar
al despota y su cuadrilla, de- cían, era
hacerle el juego a los Estados Unidos.
Eso no era verdad.
El pueblo de Cuba lleva años luchando contra
la tiranía castrista sin apoyo, ni aliento,
ni orientación, ni respaldo de los Estados
Unidos. De hecho, muchos cubanos que han querido
salir a la lucha desde estas playas en busca de
la libertad de su patria han sido detenidos, acusados
y encarcelados por los Estados Unidos. Pero el
cliché creado por el déspota persistía,
y los gobiernos, y las instituciones, y los parlamentos,
y los periódicos de toda Europa (y del
resto del mundo) seguían repitiendo el
slogan salido de La Habana que se resume así:
todo lo malo que hay en Cuba no es producto de
un gobierno tiránico perverso, es culpa
de la asfixia de los Estados Unidos. La Unión
Europea, el gran bloqueo político y económico
rival hoy de la nación americana, encontró
esa excusa y la ha estado utilizando por años,
no para perjuicio de los americanos, que eso los
tiene a ellos sin cuidado, sino para dañar
con esa afrenta al noble pueblo de Cuba.
Que no me crea el
que no quiera. Pero vaya a Madrid, a París,
a Roma (para no hablar de México, Buenos
Aires, Lima, Brasilia y Bogotá) y hallará
siempre este dictamen falso e infame: el desastre
de Cuba tiene un solo responsable: los Estados
Unidos.
Por suerte, como
digo, eso ha cambiado en las últimas semanas.
Ha cambiado porque lo que hizo el déspota
con los tres frustrados marielitos y con docenas
de disidentes y periodistas libres fue demasiado
escandaloso para que la gente civilizada quedara
en silencio. Y hoy, al fin, después de
esperar tantos años, la verdad está
ahí, y la proclaman todos. Esa verdad dice
así: con aquella bestia y con su salvaje
experimento no hay nada que hacer, sino lanzarlos
a los dos al latón de la basura. Castro
se quedó solo. Más solo que cuando
se disolvió el tronitorante imperio ruso.
Solo, sin nadie a su lado, salvo algún
mequetrefe como Chávez o alguno de los
otros dos o tres Chávez que lamentablemente
están apareciendo en el horizonte latinoamericano.
Se quedó solo y no hay quien lo salve.
El cuento del acoso de los yanquis ya no se lo
traga nadie. El que acosa es él, el que
hambrea es él, el que encarcela y mata
sin razón ni justificación alguna
es él.
Y termino diciendo
lo que opino sobre la prisión de ese matrimonio
de Hialeah: esto no es más que otra jugada
del gran impostor. Un intento más de aquel
bribón de echarle leña al fuego
apagado del antiyanquismo. Una papeleta para que
la gente crea que todo lo que sucede en Cuba,
o lo que va a suceder pronto (que no será
poco, y esperen noticias) es pagado y alentado
por los Estados Unidos. Pero ese material ya nadie
lo compra. Ese matrimonio es una simple pareja
de inocentes a los que él quiere convertir
en conspiradores enviados desde Miami para lavarse
un poco la caca que él mismo se echó
encima con los últimos sucesos. Pero, por
suerte, a aquel grandulón fantasioso y
mentiroso, hoy un viejo esquizofrénico
que ni hablar puede, ya no le cree ni su abuela.
|