La
broma y los mitos
Adolfo Rivero Caro / El
Nuevo Herald
La broma que los
animadores de El Zol de Miami le jugaron a Fidel
Castro ha barrido con muchos viejos mitos. Que
unos jóvenes ingeniosos hayan podido tomarle
el pelo al máximo dirigente de unos de
los pocos países totalitarios que quedan
en el mundo es sumamente revelador. ¿No
era éste uno de los hombres más
protegidos del mundo? ¿Sí? Pues
no lo parece. En el mundo moderno la seguridad
de las comunicaciones es esencial. Y si las comunicaciones
de Castro se penetran tan fácilmente, ¿por
qué debemos presumir que el resto de sus
aparatos no es igualmente vulnerable?
Nos hemos acostumbrado
a pensar que centenares de intentos de atentados
contra la vida de Fidel Castro han fracasado porque
ha resultado imposible penetrar la acerada coraza
de su aparato de seguridad personal. Pero, ¿de
qué centenares de atentados estamos hablando?
Cuando mataron a Kennedy, el mundo entero se preguntó
quién era el responsable. Tras Bahía
de Cochinos, Castro, por razones obvias, era uno
de los principales sospechosos. La prensa liberal
americana se puso a investigar. Infortunadamente,
sus intrépidos periodistas no tardaron
en darse cuenta de que investigar en Cuba era
imposible. Era mucho más fácil investigar
en los cómodos jardines de la democracia
que en las peligrosas junglas de las dictaduras.
Y, por supuesto, no tardaron en encontrar pruebas.
¿Pruebas de qué? De que tras la
humillación de Bahía de Cochinos,
los Kennedy habían especulado con diversas
ideas para eliminar a Castro. Pero aquí
la palabra clave es especular. ¿Cuántas
de esas ideas se convirtieron en operaciones reales
de inteligencia contra Castro? ¿Cuántos
automóviles ametrallados, helicópteros
caídos, aviones atacados, yates hundidos?
Es obvio que cualquiera de esos supuestos atentados
fallidos hubiera tenido un gran valor de propaganda
para Castro. ¿Por qué no nos enteramos
nunca de ninguno de ellos? Y hablamos del período
entre Bahía de Cochinos y la crisis de
octubre, es decir, abril de 1961 y octubre de
1962 porque, que yo sepa, a partir de entonces
entraron a jugar las famosas garantías
de que EEUU no intentaría ningún
derrocamiento militar de la revolución
cubana. Y al único que se le hizo un verdadero
atentado fue a John F. Kennedy, el presidente
de Estados Unidos.
¿Cuántas
acusaciones concretas de intentos de asesinato
hizo Castro contra Johnson? ¿contra Nixon?
¿contra Ford? ¿Carter? ¿Reagan?
¿Bush 41? ¿Clinton? ¿Bush
43? Que yo sepa, ninguna. ¿Se imaginan
mis lectores por qué? Porque nunca se intentaron.
Cuando alguien se pone a gritar que quiere matar
a Fidel Castro blandiendo una escopeta en Nueva
Jersey o en Miami Beach eso no cuenta como intento
de asesinato, sino como escándalo público.
Y es probable que la policía le quite la
escopeta al infractor, y hasta los pellets. El
exilio no ha producido ninguna organización
seria decidida a liquidar al dictador cubano.
En 40 años han tenido tiempo para demostrarlo.
No puede haber mejor
seguridad personal en el mundo que la que protege
al presidente de Estados Unidos y, sin embargo,
mataron a Kennedy y por poco matan a Reagan. Por
otra parte, murieron víctimas de atentados
Anwar el Sadat, presidente de Egipto, Indira y
Rajiv Gandhi, primeros ministros de la India y
hasta Yizak Rabin, un premier de Israel, cuya
seguridad personal sí está realmente
habituada a vivir en medio de un constante y efectivo
terrorismo. Por no hablar del Ejército
Republicano Irlandés que asesinó
a Lord Mounbatten, héroe de la guerra y
primo de la reina Isabel. Cuando hay voluntad
de efectuar un atentado, es casi imposible impedirlo.
La fabulosa efectividad
de la seguridad personal de Fidel Castro no es
más que eso, una fábula, un mito,
cuidadosamente cultivado desde hace décadas.
Todos los periodistas cubanos del exilio saben
lo totalmente expuesto que ha estado Fidel Castro
en todas las reuniones internacionales a las que
ha asistido. Nunca le ha pasado nada porque nunca
se ha intentado nada en contra suya.
Estados Unidos es
un estado de derecho. Ningún individuo
lo maneja a su arbitrio. Cualquier medida contra
otra nación tiene que ser cuidadosamente
estudiada y calibrada. La realidad es que tras
la crisis de octubre, el establishment americano
llegó a la conclusión de que Cuba
no era más que un estado títere
de la Unión Soviética y, por consiguiente,
una amenaza menor. El mantenimiento del embargo
comercial se consideró como una medida
proporcional a la amenaza que significaba la dictadura
cubana. Cuarenta años después se
ha podido comprobar que no era suficiente ni proporcional.
Era coherente, sin embargo, con una política
exterior que durante la guerra fría fue
eminentemente defensiva y buscaba, sobre todo,
la estabilidad. Durante décadas, en Estados
Unidos dominó una concepción socialista
de la política exterior, concepción
que permanece, hasta hoy, profundamente arraigada
en la burocracia del Departamento de Estado. En
realidad, la única medida ofensiva contra
la dictadura cubana fue la creación de
Radio y TV Martí en 1985. Esto ha sido
una ayuda real a la lucha de liberación
de la isla, aunque su efectividad haya tenido
altibajos.
Ahora el gobierno
de Estados Unidos está entrando en una
nueva época de guerras no convencionales
y enfrentamientos asimétricos. Esta nueva
óptica permite percibir con mayor claridad
la amenaza que Cuba significa. La dictadura castrista
está claramente en el eje del mal. Sin
embargo, todavía no se ha elaborado una
nueva política suficientemente ofensiva
para confrontarla ni ha habido los necesarios
cambios en el Departamento de Estado para ponerla
en práctica. Sabemos que estas dictaduras
terroristas son débiles, frágiles,
carecen de apoyo popular. Cuba, probablemente,
sea la más débil y frágil
de todas. La broma que le han hecho a Castro lo
ha demostrado. Basta ya de hablar de su hermética
seguridad y de su espíritu apocalíptico.
La dictadura cubana es un castillo de naipes en
espera de un buen soplido para derrumbarse. Quizás
otra broma fuera suficiente.
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