PRENSA INTERNACIONAL
Junio 27, 2003

La broma y los mitos

Adolfo Rivero Caro / El Nuevo Herald

La broma que los animadores de El Zol de Miami le jugaron a Fidel Castro ha barrido con muchos viejos mitos. Que unos jóvenes ingeniosos hayan podido tomarle el pelo al máximo dirigente de unos de los pocos países totalitarios que quedan en el mundo es sumamente revelador. ¿No era éste uno de los hombres más protegidos del mundo? ¿Sí? Pues no lo parece. En el mundo moderno la seguridad de las comunicaciones es esencial. Y si las comunicaciones de Castro se penetran tan fácilmente, ¿por qué debemos presumir que el resto de sus aparatos no es igualmente vulnerable?

Nos hemos acostumbrado a pensar que centenares de intentos de atentados contra la vida de Fidel Castro han fracasado porque ha resultado imposible penetrar la acerada coraza de su aparato de seguridad personal. Pero, ¿de qué centenares de atentados estamos hablando? Cuando mataron a Kennedy, el mundo entero se preguntó quién era el responsable. Tras Bahía de Cochinos, Castro, por razones obvias, era uno de los principales sospechosos. La prensa liberal americana se puso a investigar. Infortunadamente, sus intrépidos periodistas no tardaron en darse cuenta de que investigar en Cuba era imposible. Era mucho más fácil investigar en los cómodos jardines de la democracia que en las peligrosas junglas de las dictaduras. Y, por supuesto, no tardaron en encontrar pruebas. ¿Pruebas de qué? De que tras la humillación de Bahía de Cochinos, los Kennedy habían especulado con diversas ideas para eliminar a Castro. Pero aquí la palabra clave es especular. ¿Cuántas de esas ideas se convirtieron en operaciones reales de inteligencia contra Castro? ¿Cuántos automóviles ametrallados, helicópteros caídos, aviones atacados, yates hundidos? Es obvio que cualquiera de esos supuestos atentados fallidos hubiera tenido un gran valor de propaganda para Castro. ¿Por qué no nos enteramos nunca de ninguno de ellos? Y hablamos del período entre Bahía de Cochinos y la crisis de octubre, es decir, abril de 1961 y octubre de 1962 porque, que yo sepa, a partir de entonces entraron a jugar las famosas garantías de que EEUU no intentaría ningún derrocamiento militar de la revolución cubana. Y al único que se le hizo un verdadero atentado fue a John F. Kennedy, el presidente de Estados Unidos.

¿Cuántas acusaciones concretas de intentos de asesinato hizo Castro contra Johnson? ¿contra Nixon? ¿contra Ford? ¿Carter? ¿Reagan? ¿Bush 41? ¿Clinton? ¿Bush 43? Que yo sepa, ninguna. ¿Se imaginan mis lectores por qué? Porque nunca se intentaron. Cuando alguien se pone a gritar que quiere matar a Fidel Castro blandiendo una escopeta en Nueva Jersey o en Miami Beach eso no cuenta como intento de asesinato, sino como escándalo público. Y es probable que la policía le quite la escopeta al infractor, y hasta los pellets. El exilio no ha producido ninguna organización seria decidida a liquidar al dictador cubano. En 40 años han tenido tiempo para demostrarlo.

No puede haber mejor seguridad personal en el mundo que la que protege al presidente de Estados Unidos y, sin embargo, mataron a Kennedy y por poco matan a Reagan. Por otra parte, murieron víctimas de atentados Anwar el Sadat, presidente de Egipto, Indira y Rajiv Gandhi, primeros ministros de la India y hasta Yizak Rabin, un premier de Israel, cuya seguridad personal sí está realmente habituada a vivir en medio de un constante y efectivo terrorismo. Por no hablar del Ejército Republicano Irlandés que asesinó a Lord Mounbatten, héroe de la guerra y primo de la reina Isabel. Cuando hay voluntad de efectuar un atentado, es casi imposible impedirlo.

La fabulosa efectividad de la seguridad personal de Fidel Castro no es más que eso, una fábula, un mito, cuidadosamente cultivado desde hace décadas. Todos los periodistas cubanos del exilio saben lo totalmente expuesto que ha estado Fidel Castro en todas las reuniones internacionales a las que ha asistido. Nunca le ha pasado nada porque nunca se ha intentado nada en contra suya.

Estados Unidos es un estado de derecho. Ningún individuo lo maneja a su arbitrio. Cualquier medida contra otra nación tiene que ser cuidadosamente estudiada y calibrada. La realidad es que tras la crisis de octubre, el establishment americano llegó a la conclusión de que Cuba no era más que un estado títere de la Unión Soviética y, por consiguiente, una amenaza menor. El mantenimiento del embargo comercial se consideró como una medida proporcional a la amenaza que significaba la dictadura cubana. Cuarenta años después se ha podido comprobar que no era suficiente ni proporcional. Era coherente, sin embargo, con una política exterior que durante la guerra fría fue eminentemente defensiva y buscaba, sobre todo, la estabilidad. Durante décadas, en Estados Unidos dominó una concepción socialista de la política exterior, concepción que permanece, hasta hoy, profundamente arraigada en la burocracia del Departamento de Estado. En realidad, la única medida ofensiva contra la dictadura cubana fue la creación de Radio y TV Martí en 1985. Esto ha sido una ayuda real a la lucha de liberación de la isla, aunque su efectividad haya tenido altibajos.

Ahora el gobierno de Estados Unidos está entrando en una nueva época de guerras no convencionales y enfrentamientos asimétricos. Esta nueva óptica permite percibir con mayor claridad la amenaza que Cuba significa. La dictadura castrista está claramente en el eje del mal. Sin embargo, todavía no se ha elaborado una nueva política suficientemente ofensiva para confrontarla ni ha habido los necesarios cambios en el Departamento de Estado para ponerla en práctica. Sabemos que estas dictaduras terroristas son débiles, frágiles, carecen de apoyo popular. Cuba, probablemente, sea la más débil y frágil de todas. La broma que le han hecho a Castro lo ha demostrado. Basta ya de hablar de su hermética seguridad y de su espíritu apocalíptico. La dictadura cubana es un castillo de naipes en espera de un buen soplido para derrumbarse. Quizás otra broma fuera suficiente.

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