PRENSA INTERNACIONAL
Diciembre 8, 2003

El loco Hugo y el apesadumbrado Fidel

Carlos Alberto Montaner. El Nuevo Herald, diciembre 07, 2003.

Madrid -- Parece que a Hugo Chávez esta vez lo van a poner de patitas en la calle. Magnífica la labor de la Coordinadora Democrática. Los demócratas de la oposición necesitaban 2,400,000 firmas para solicitar un referéndum con el cual revocar su mandato y alcanzaron 3,600,000. Con Chávez, presumiblemente, cuando consulten al pueblo soberano, también saldrán del gobierno 27 legisladores oficialistas de un total de 33 que se mantenían junto al teniente coronel.

Ese es un golpe demoledor que deslegitima totalmente al gobierno del teniente coronel y su caótica ''revolución bolivariana''. Y la prueba de este impacto tremendo en las filas del poder fue la reacción ensayada por el propio presidente, el vicepresidente José Vicente Rangel y el ministro Diosdado Cabello, plana mayor del aparato, quienes, al minuto en que terminó el plazo para la recolección de firmas, se apresuraron a asegurar que había sido un fracaso pues apenas alcanzaron dos millones de rúbricas. A las pocas horas, cuando advirtieron que era imposible sostener esa tontería ante la atenta mirada de los observadores internacionales, se sacaron de la manga un supuesto ''megafraude'', versión que ni siquiera Granma, el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, se ha atrevido a defender.

¿Por qué la falta de entusiasmo del gobierno cubano con Chávez tras el ''reafirmazo'' revocatorio? Según los no tan secretos análisis de los servicios de inteligencia de Castro, incluida la opinión del propio embajador en Caracas, si no mienten los más recientes desertores --uno de ellos, el periodista Uberto Mario Hernández se refiere a la fauna chavista como una colección de drogadictos y cretinos--, el presidente venezolano es un loquito locuaz y pintoresco rodeado de personas excepcionalmente incompetentes. Gente con la que se puede montar un garito, una casa de lenocinio o un campeonato de dominó, pero no una revolución drástica y rigurosa, como Lenin manda, con sus paredones, sus calabozos y sus obligados silencios. Ellos hubieran preferido al vicepresidente José Vicente Rangel, un estalinista inescrupuloso, superviviente de la guerra fría, pero la historia les deparó al ''loco Hugo'', como los cubanos le llaman a Chávez en privado.

Castro lo sabía y se lo advirtió al loco Hugo: no se puede instaurar una dictadura mientras exista prensa libre. No dijo, claro, ''instaurar una dictadura''. Castro es un hombre pudoroso con las palabras. Dijo ''hacer una revolución'', pero los códigos de comunicación eran evidentes. Las revoluciones son un espectáculo muy feo. Hay que hacerlas con la luz apagada y mucho látigo. Era una vergüenza que en más de tres años de gobierno sólo se hubieran producido unas cuantas docenas de asesinatos extrajudiciales y el 95% de los medios de comunicación continuaran en manos de la burguesía entregada a Estados Unidos. Así no se puede. En Cuba, hace casi medio siglo, antes de integrarse al glorioso campo socialista, en pocos meses pusieron el paredón en marcha, confiscaron todos los medios de comunicación y encarcelaron o exiliaron a una buena cantidad de periodistas. A partir de ese momento todo fue coser y cantar.

El loco Hugo se defiende como puede de estas acusaciones de incompetencia revolucionaria o ''blandenguería'', como le gusta decir al coronel cubano Lázaro Barredo, un policía que funge de periodista. Por supuesto que a él le encantaría fusilar al amanecer a 400 venezolanos enemigos de la patria. ¿Cómo se pueden poner en duda sus instintos leninistas? ¿Acaso no dejó sobre el pavimento medio millar de cadáveres durante su asalto al palacio de Miraflores en 1992? El problema es que no puede. No tiene fuerza. Sus enemigos no le temen. No cuenta con la confianza del ejército. Su partido político, el Movimiento Quinta República, es un saco lleno de gatos hambrientos. Sus legisladores carecen de formación. Las tres cuartas partes de la estructura de poder se dedica a saquear los fondos públicos. A él le hubiera encantado cancelar el ''reafirmazo'' pero, ¿cómo hacerlo con el estado general de debilidad de su gobierno? Nadie lo iba a acompañar en esa aventura: ni Gaviria, ni Carter, ni siquiera Lula, que ha dejado en claro que sólo aceptará el cumplimiento de las leyes.

Castro, en fin, que es un hombre realista, y que está acostumbrado a los fracasos internacionales, se prepara para la peor de las noticias: la salida del poder del loco Hugo dentro de cuatro meses. Para esos fines sus órdenes son clarísimas: tratar de ordeñar la vaca bolivariana hasta la última gota de petróleo. En lugar de 53,000 barriles diarios, parece que ya está recibiendo 70,000, que es algo más de la tercera parte de lo que consume la isla. Luego intentará aumentar la cifra a 100,000. Rebañará todo lo que pueda, incluidos los ceniceros. Simultáneamente, sus agentes comienzan a rehacer viejos contactos con la izquierda marxista que, paradójicamente, está en la oposición a Chávez. Su mensaje, sotto voce, es muy claro: ''Chávez ha sido un decepcionante fracaso, pero eso no invalida nuestro proyecto revolucionario''. La intención es muy clara: tratará de mantener el subsidio petrolero venezolano tras la desaparición de su incompetente aliado. No lo va a lograr.

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