En
defensa de Elizardo Sánchez
Adolfo Rivero Caro. El
Nuevo Herald, agosto 22, 2003.
El gobierno cubano ha editado un libro que acusa
a Elizardo Sánchez, el presidente de la
Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación
Nacional, de ser un agente de la seguridad cubana.
La noticia fue recibida con hilaridad por la prensa
extranjera acreditada en La Habana. El libro aparece
después de otro, sobre la disidencia, donde
se acusa a Oswaldo Payá de ir a la playa
con su esposa. Todo esto parece destinado a la
creación de una nueva editorial dedicada
a combatir a la oposición interna. Sospecho
que la noticia será recibida con beneplácito
y esperanza por los millones de cubanos que carecen
de papel sanitario.
Conozco a Elizardo desde hace 40 años.
Decir que siento una fuerte simpatía personal
por él sería exagerar. Dicho esto,
debo agregar que en mis más lejanos recuerdos
ya era un opositor. Y un opositor desafiante y
testicular. En 1980 entramos juntos en el Combinado
del Este. En la misma redada habían caído
Bofill, Edmigio López y Enrique Hernández.
Luego, a Bofill y a mí nos llevaron a Villa
Marista. Elizardo y Enrique también estaban
allí. Recuerdo cuando lo esperamos a su
salida del Combinado, y la foto que nos tiramos
en su casa. ¿Cómo puede pagar la
Seguridad un año en el Combinado del Este?
¿Cómo se puede pagar un mes en Villa?
Nadie tiene más veteranía que Elizardo
en la disidencia de la isla. Tampoco creo que
nadie tenga su cultura. Más de un vez,
periodistas y dirigentes políticos extranjeros
han comentado el contraste que producen hombres
como Elizardo o Arcos Bergnes con los pedestres
ministros y diplomáticos del régimen.
La edición de un libro dedicado en su contra
debe considerarse como un obvio reconocimiento
a sus méritos como opositor.
Sin duda, esto es una muestra de desesperación.
Hace 15 años, desconcertado ante un reto
que no sabía cómo responder, el
gobierno dedicó varios números de
Granma y un programa estelar de televisión
a denigrar a Ricardo Bofill. Me parece recordar
que una tía declaró que era muy
feo de niño y que, siendo monaguillo, se
había robado las limosnas de una iglesia.
Esto lo hizo conocido nacionalmente, aunque también
es cierto que, hasta el día de hoy, algunos
quedaron influidos por la campaña. En su
balance, sin embargo, fue un error del gobierno.
Este es otro. El gobierno tiene que sentirse
muy molesto con Elizardo para dedicarle tantos
recursos. Carece totalmente de sentido que la
gestapo cubana quiera desenmascarar a quien, supuestamente,
ella misma había enmascarado; que se acumule
tanta rabia y tanto resentimiento contra quien,
supuestamente, le ha rendido grandes servicios.
Tan importantes que lo han hecho acreedor, nada
menos, que de una medalla por "servicios
distinguidos''.
Esto no es nada nuevo. Es una copia de los viejos
procedimientos de la ''propaganda negra'' soviética:
el aparato profesional de difamación y
calumnia. Pero no tiene que ver con aquel sofisticado
esquema para difundir la idea de que el virus
del sida había sido elaborado en el Pentágono.
Se parece, más bien, al folleto La espiral
de la traición contra Alexander Solyenitzin.
Según el mismo, el autor del Archipiélago
de Gulag había sido informante de los nazis,
y de la GPU. Le pegaba a su madre y, de niño,
le sacaba los ojos a los gatos. O aquel otro contra
Sajarov, publicado en la revista Sputnik, donde
se decía que estaba dominado por su esposa,
Elena Bonner, que había asesinado a su
primer esposo. Con cianuro. Hay que exasperar
mucho a una dictadura totalitaria para llevarla
a esos paroxismos de furia.
Nadie puede acusar a Elizardo de neoliberal o
de amigo y defensor de Estados Unidos, o de simpatizar
con la comunidad exiliada de Miami. Esas mismas
posiciones, sin embargo, le han dado credibilidad
dentro de la izquierda internacional. Elizardo
ha jugado un papel extremadamente importante en
ayudar a separar a ese sector de la dictadura
cubana. Esto es particularmente irritante para
Castro, más aislado que nunca en la larga
historia de su dictadura.
Cómo han cambiado las cosas. Durante décadas,
la línea oficial fue que la oposición
cubana no existía, que era un grupúsculo
insignificante: ''cuatro gatos''. Es importante
comprender que esto no es una afirmación
banal, sino un planteamiento esencial y de principios.
Desde el punto de vista de la ideología,
un régimen comunista no debe tener oposición.
Ya estaba planteado, desde Marx, que no podía
haber oposición popular a una revolución
proletaria. ¿Acaso no es la revolución
de los humildes, por los humildes y para los humildes?
¿Acaso no se habían expropiado las
empresas extranjeras, los explotadores foráneos?
¿Acaso no se había expropiado también
a los explotadores nacionales, a los empresarios
cubanos? Entonces, si se había eliminado
la fuente de toda la explotación y de todos
los abusos, ¿contra qué injusticias
sociales podría protestar nadie?
Que nadie se equivoque: el régimen quería
cumplir con sus promesas, y creía poder
conseguirlo. No pudo, para decepción (y
sorpresa) universal, porque la propiedad estatal
y la planificación gubernamental asfixian
la creación de riqueza. Las características
de los gobernantes son secundarias. La oposición
popular surgió en seguida, pero ya el régimen
había instaurado la dictadura. La oposición
no tenía forma de manifestarse. La tarea
fundamental de la dictadura iba a ser, precisamente,
impedir que se manifestara. De no conseguirlo,
perdería toda legitimidad puesto que, por
mínima que sea, se encuentra totalmente
basada en su supuesta popularidad. Es por eso
que el objetivo básico de la represión
siempre ha sido impedir que una oposición
organizada se vuelva popular. Esta patraña
contra Elizardo es reveladora. Reveladora de la
fuerza que representa la oposición cubana
y del enorme potencial de popularidad con que
cuenta. Ya la dictadura no la desprecia, ahora
sólo aspira a descabezarla, a hacerle perder
un poco de prestigio. Es por eso que le dedica
libros y la ataca con tanta saña.
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