Un
poeta preso
Rafael Rojas. El
Nuevo Herald, agosto 18, 2003.
Las cárceles fueron inventadas para proteger
a la sociedad de ciudadanos peligrosos. La privación
de libertad es un castigo horrendo, que hace de
la persona una sombra, un fantasma en cautiverio.
De ahí que la prisión injusta sea
uno de los más graves crímenes que
puede cometer un estado. El presidio político,
esto es, el encarcelamiento de individuos por
sus ideas o creencias, por sus aficiones o costumbres,
es considerado en el mundo moderno un delito gubernamental
que debería poner tras las rejas a los
propios fiscales.
Los 300 presos políticos que malviven
en las cárceles cubanas son víctimas
de un crimen de estado. Todos, sin excepción
ni jerarquías, merecen la solidaridad del
mundo democrático y, en especial, de la
oposición cubana. Hay uno, sin embargo,
que agrega a su inocencia una vocación
sumamente peligrosa bajo un régimen totalitario:
la poesía. Se llama Raúl Rivero.
La cárcel de Rivero ha sido justificada
o subvalorada, dentro y fuera de Cuba, con argumentos
mezquinos. Se ha dicho que el poeta está
preso por ''afán protagónico'',
por ''ambición'', por ''oportunismo'',
por ''ingenuidad''. Se ha insinuado que su reconocimiento
literario es mera consecuencia de un activismo
político, impulsado por el deseo de lavar
un pasado oficialista. No ha faltado, por supuesto,
quien reste importancia a la prisión de
Rivero con la justa observación de que
no es el primer poeta encarcelado en 44 años
de dictadura.
Sin embargo, no hay argumento que disminuya el
hecho de que Raúl Rivero está preso
por escribir poemas y crónicas, en los
que hace pública su oposición al
gobierno de Fidel Castro, y por fundar una agencia
de prensa independiente del estado cubano. A esos
delitos, tipificados por la legislación
totalitaria de la isla, Rivero suma una virtud
que el régimen cubano, tan receloso del
arte, la literatura y el pensamiento, asume como
agravante: escribir bien.
Raúl Rivero es un poeta con los ojos abiertos
a su realidad. Esta condición, expuesta
en las dos ramas de su escritura, la poesía
y la crónica, lo inscribe en la estirpe
de los grandes poetas cronistas de la literatura
cubana: José Martí, Julián
del Casal, Nicolás Guillén, Eliseo
Diego, Heberto Padilla.
Los temas de un libro como Sin pan y sin palabras
(Barcelona, Península, 2003), compilación
de su prosa periodística, no son muy distintos
de los que pueblan poemarios como Puente de guitarra
(México, Universidad Autónoma de
Puebla, 2002) o Recuerdos olvidados (Madrid, Hiperión,
2003). La dura vida habanera, con su galería
de jineteras y policías, delatores y turistas,
macetas y burócratas, pordioseros y disidentes.
Una ciudad donde, entre el miedo y el hambre,
la gente sabe rodearse de amor y nobleza, recuerdos
e ilusiones.
Son discernibles los atributos de la poesía
de Rivero: el patriotismo ("te conozco, patria,
/ te conozco, / y una definición insulsa
/ se parece a mi traje''), el testimonio ("nadie
avisó de esta guerra / y estalló
sin banda sonora''), la denuncia ("ninguno
de nuestros ministros es rico, / ninguno tiene
fincas, fábricas ni propiedades / ¡ni
falta que les hace!''), la memoria ("sigo
en La Habana / Alicia / sigo en Cuba que es /
por lo menos para mí / el país de
mis maravillas / sigo en La Habana / y lo recuerdo
todo''), la compasión ("ahora me propongo
perdonarlo todo / para dejar limpio mi corazón
cansado / dispuesto sólo a la fatiga del
amor''), el humor ("soy un productor de taquicardia
/ alguien que no quiere irse / ni se quiere quedar'').
Sin embargo, Raúl Rivero es, ante todo,
la prueba viviente de que en Cuba un escritor
puede cambiar --en el sentido más profundo
del verbo.
Cambio de actitud moral y política frente
al poder, como aquél que demandara el Nobel
húngaro de literatura, Imre Kertész,
víctima doble del fascismo y el comunismo,
y cuyo único equivalente generacional acaso
sea Jesús Díaz.
Cambio de carne y espíritu, que no reniega
de su pasado revolucionario, pero tampoco elude
su responsabilidad en la tragedia: "¿por
qué, Adelaida, me tengo que morir / en
esta selva / donde yo mismo alimenté /
las fieras / donde puedo escuchar hasta mi voz
/ en el horrendo concierto de la calle?''
|