Menoyo
vuelve a la carga
Andrés Reynaldo. El
Nuevo Herald, agosto 16, 2003.
Eloy Gutiérrez Menoyo está haciendo
política. En el actual contexto cubano
ya eso es mucho. Por lo general, ésa es
una prerrogativa de Fidel Castro. Además,
está haciendo política como exiliado,
aunque él no quiera verlo de este modo.
Su acción eleva el perfil mediático
del conjunto de la oposición, introduce
nuevos elementos en el esquema de la inevitable
transición y enlaza el acontecer de ambas
orillas en una dinámica al margen de Washington.
Una vez más, este fiel soldado de la libertad
ha tomado la vanguardia.
Por supuesto, en Miami se han alzado las calumnias
tradicionales. Sin pestañear, el representante
republicano Lincoln Díaz-Balart ha calificado
a Menoyo de comunista, con esos gestos rampantes
que recuerdan ciertas danzas indonesias. (¿Habrá
notado usted que Lincoln tiene los mismos gestos
de Hugo Chávez?) La verdad es que Menoyo
no podía comenzar con mejor pie. Los ataques
procedentes de ese sector son una garantía
de credibilidad nacional e internacional. A veces,
tu enemigo es tu valedor.
Para mi sorpresa, buena parte de los exiliados
ha optado, al menos, por dar el beneficio de la
duda a este salto mortal. En rigor, del lado de
acá Menoyo debe temerles más a los
apoyos que a las críticas. En nada le conviene
el abrazo de aquéllos que durante décadas
le han servido a Fidel para adornar lo mismo un
encuentro sobre la inmigración que un simposio
sobre Bahía de Cochinos. Sórdida
fauna que ha ganado algún que otro titular
desacreditando al exilio o haciéndose pasar
por moderados ante la opinión pública
norteamericana. De moderados, hay que saber, ni
un pelo. Lléveles la contraria y véalos
echar espuma por la boca como si fueran la porra
batistiana. En honor a Fidel, admitamos que ni
siquiera ha tenido que pagarles. Sólo ha
debido pulsar las cuerdas de sus intoxicados egos,
sus gustos provincianos, sus vicios, sus fracasos
económicos, su desprecio por la gente común
y corriente, y su mórbido e insaciable
deseo de ser la hez de nuestra tierra.
Entre sus muchos desafíos, Menoyo enfrenta
el nudo gordiano de la disidencia. Si se les suma,
las autoridades lo ponen de vuelta en el primer
avión a Miami. Si la ignora, cometerá
un suicidio civil. Cambio Cubano propone echar
a andar una transición pacífica
y fértil, que ofrezca a vencedores y vencidos
iguales esperanzas. Será una utopía
en términos cubanos, pero no es un disparate
en términos políticos. Por su heroica
trayectoria, su prestigio interno y externo y
su indudable talante democrático, Menoyo
pudiera ser una decisiva fuerza catalizadora.
Eso sí, la legitimidad de cualquier proceso
vendrá de los disidentes. Aun cuando estuvieran
en una etapa recesiva al cabo de una brutal ola
represora, esos hombres y mujeres se han ganado
el derecho a establecer la cota moral de la nación.
La disidencia no es ajena a nuestras taras insulares.
Están los comparsa y los traidores, los
cobardes y los ambiciosos, los energúmenos
y los frívolos. Pero tampoco es ajena a
sus virtudes. Allí, contra viento y marea,
a cara descubierta, cientos de activistas han
protagonizado durante largos y solitarios años
la mayor de nuestras sagas contra el poder más
feroz, perverso y anticubano que haya parido nuestra
historia. Si alguno recibió unos dólares,
unos bolígrafos, una máquina de
fax o una invitación a cenar de Estados
Unidos, no ha de verse como una descalificación.
Ninguno de ellos enarboló jamás
otra bandera que no fuera la de una democracia
plena y soberana. Pienso que Raúl Rivero
y Oscar Elías Biscet, por ejemplo, hubieran
preferido la solidaridad de los socialistas europeos.
Pero cuando Felipe González visitaba La
Habana se iba con Fidel de rumba a Cayo Coco.
Esas heridas no cierran con tres comunicados de
prensa. A Menoyo le sobran generosidad, decencia
y coraje para ayudar a curarlas. Esperemos que
el manto de su independencia sirva de abrigo y
no de lápida.
El cambio está en el umbral. Una enredada
trama política vibra desde los despachos
de los ministros hasta las celdas de los prisioneros
de conciencia. A Fidel se le han podrido las riendas
en las manos. Todavía puede matar, encarcelar
y destruir a los hijos preferidos de su patria.
Todavía puede jugar sus tristes juegos
de tirano. Pero la trompeta ya toca la ambigua
tonada de una hora capitular. Toque de a degüello
o toque de reconciliación, Menoyo no se
ha conformado con ser un mero comentarista. Consecuente,
sincero, ilusionado, ha ido a Cuba a poner el
pecho. Que haya luz en su camino.
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