SOCIEDAD
Niños
silvestres
PINAR DEL RÍO, agosto (www.cubanet.org)
- El grupo de turistas extranjeros quedó
sorprendido con la escena. Era como una película
de ficción. El policía corría
dando gritos de advertencia detrás del
niño. Se trataba de un muchacho en edad
escolar. Otro policía intentaba explicar
a los turistas lo ocurrido. Les hablaba sobre
prohibiciones nuevas contra esos menores de la
calle. "Ya son demasiado".
Al rato llegó el policía que había
corrido, con el muchacho de la mano. Esto ocurrió
en la misma esquina donde se encuentra la fábrica
donde se elabora un famoso licor local, y los
turistas llegan a diario al lugar. Pinar del Río
le debe algo de celebridad a esa bebida conocida
como Guayabita del Pinar.
Los muchachos aprovechan las constantes visitas
de extranjeros a la fábrica, y van al asedio.
Reclaman a los turistas de todo: desde un chicle
a un lapicero; desde un caramelo hasta un dólar.
Esa mañana había muchos niños
esperando la llegada de los ómnibus de
los turistas. Fue en ese momento que sucedió
lo del policía persiguiendo al muchacho.
Los otros menores pudieron evadir a la policía.
Ahora se llevaban al niño en una patrulla.
El hombre que explicaba a los turistas había
llamado a la unidad policial. Algunos pidieron
al policía que dejaran ir al muchacho.
Fue inútil. El agente continuó explicando
las leyes de protección al turista.
Algunos extranjeros entraron en la fábrica,
dejando con la palabra en la boca al policía,
que frunció su rostro, contrariado. Al
fin y al cabo se trataba de un turista, y en Cuba
los extranjeros pueden andar a sus anchas. Ningún
policía se atreve a preguntar a dónde
va ni de dónde viene.
Los muchachitos miraban desde una esquina lejana.
No se atrevían a acercarse a la fábrica.
Esa mañana las cosas no habían salido
bien. Habría que esperar otro día
y otros visitantes, y así, con un poco
más de suerte, se les pegaría algo
a los más listos de la "pandilla".
Esos niños proliferaron a principio de
la década del 90, con la entrada masiva
de turistas al país, y los menores comenzaron
a pedir a los extranjeros. Luego llegó
la alarma de las autoridades, y la alarma trajo
nuevas leyes y medidas represivas.
Nada de eso ha podido detener a los chiquillos,
porque nadie puede contra la necesidad y el hambre.
Esos muchachos, en su mayoría, son hijos
de obreros de pocos ingresos. Algunos pertenecen
a familias de desempleados y en su mayoría
han abandonado para siempre la escuela. Los padres
aceptan esa realidad con resignación.
La realidad es que muchas veces los muchachos
llegan a la casa con alguna que otra cosa obtenida
a través de la misericordia de los extranjeros.
Los más dichosos llegan a la casa con dólares.
Esto tiene su cara más triste cuando se
trata de las muchachas que, a la vuelta de un
año o dos se convierten en jineteras y
comienzan a frecuentar hoteles de lujo, vedados
a los ciudadanos cubanos.
Puede darse el caso de que un cubano, infiltrado
entre el grupo de turistas, pase inadvertido a
la pupila acosadora del policía. Y puede
que haya tomado notas de los hechos. Y las notas
se conviertan en esta crónica que va dedicada
a los niños silvestres de la calle. cnet/06
|