PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 8, 2003

Por una nueva revolución

Eloy Gutierrez-Menoyo. El Nuevo Herald, agosto 8, 2003.

L a Habana -- En el día de hoy estoy anunciando públicamente mi decisión de permanecer en territorio cubano. Asumo con responsabilidad esta decisión. Me asiste como cubano el derecho de vivir en mi país. Durante casi diez años he venido recabando este derecho para trasladarme aquí con mi familia. Ellos se marchan de nuevo, en esta ocasión, pero albergo la esperanza de que se me puedan unir aquí en un futuro no lejano. De igual modo, espero que un día los cubanos puedan entrar y salir libremente de su país sin necesidad de una visa.

Mi decisión de no regresar al exilio y radicarme en Cuba definitivamente es el resultado directo de un análisis pausado y profundo de la situación del país y de comprender que podré ser más útil aquí que en el extranjero. Desde el aspecto jurídico no violo la ley. Como activista pacífico mi actitud no deberá ser vista como un desafío.

Vengo a trabajar por una agenda transparente en favor de la paz y la reconciliación de todos los cubanos. Me reafirmo en un ideario socialdemócrata vinculado a las corrientes progresistas del mundo. Rechazo toda tarea desestabilizadora o en la que intervengan intereses de potencias o gobiernos extranjeros.

Las luchas de un pueblo

Hace más de un centenar de años los cubanos venimos luchando por hacer de Cuba una nación libre, soberana y próspera. Hemos perseguido ese sueño de gloria y tranquilidad, de bienestar y satisfacción sin temer a medirnos, cara a cara, con el dolor y la muerte.

Cumplir un gran destino como país, acercarnos al proyecto de José Martí, concebido como poesía más que como política, ha parecido poco menos que un milagro inalcanzable.

Una y otra gesta nacional han culminado en frustraciones y desencantos. Es una historia de espejismos.

El 1° de enero de 1959, nuestra isla deslumbró al planeta con el triunfo de una revolución que parecía vencer todas las fuerzas del mal. Cuba se colocaba de repente en la región de la esperanza, y resplandecía en ella tal ilusión de justa grandeza que confiábamos ya no habría accidente del azar histórico que pudiese contener nuestro progreso o secuestrar nuestra tranquilidad. No ha sido así.

Errores de allá y de acá

Como un golpe de tiempo, han transcurrido ante nosotros más de cuatro décadas en las que los cubanos hemos traspasado los linderos de la racionalidad. Nos hemos fragmentado como país, como pueblo, como nación, como familia. Cambiamos la razón por la pasión, y olvidamos que la hazaña primordial de todo grupo civilizado estriba en encontrar la paz y la tolerancia.

El esplendor glorioso de la revolución del 1 de enero de 1959 se resumía en una consigna que era un anhelo colectivo: ''Libertad con pan, y pan sin terror''. Por muchas razones, nunca llegó el pan y la omisión de ciertas libertades fundamentales ha sido demasiado dolorosa como para justificar un complejo proyecto de gobierno que ha alcanzado un desproporcionado nivel de desgaste ante la paciente amargura de la población de la isla.

La búsqueda de un diálogo

El 19 de junio de 1995 me reuní con el presidente Fidel Castro, encuentro esperanzador que en su momento adquirió importancia, no sólo por estar revestido de una significación histórica singular, sino porque ambos dábamos señales de sobreponer enemistades políticas y diferencias personales aparentemente insalvables. Mi expediente de comandante revolucionario que se vuelve opositor y que pasa 22 años de encarcelamiento político crudo, dicho con modestia, otorgaba al encuentro con el jefe del gobierno cubano, con lo que ello sumaba, una importancia implícita, precisamente por lo impensable de la reunión. Eramos, hasta cierto punto, una metáfora de lo que podía y debía hacer el país por su reconciliación.

Reunión alentadora

Hazañas o desafueros, leyendas o dislates de ambas partes quedaban a un lado por el momento, ante el propósito concreto de rectificar a tiempo la historia y conseguir para los cubanos un acuerdo de apertura política gradual que nos permitiera poner rumbo hacia un destino democrático y soberano.

A pesar de mis cautelas, me alentó de aquella reunión con Fidel que me recibiera de un modo acogedor, agradable y yo diría que hasta entusiasta, que pudiéramos olvidar agravios y sentarnos a discutir sin apasionamiento temas en otro tiempo demasiado lacerantes. Si, por mi parte, conseguía dar un paso positivo en favor del espacio legal que Cambio Cubano recaba en la isla, él, por su lado, devolvía una breve esperanza a la azarosa vida política cubana de los últimos tiempos. Abundaban los temas que habían polarizado al país, dando por resultado una larga parálisis del diálogo nacional, pero ahora, ante su voluntad de dialogar, me reafirmaba en la convicción de cuán útil podría ser su apoyo y presencia en una transición.

Una muestra de valentía

Salí esperanzado de mi encuentro con Fidel. Sentía que se había profundizado con serenidad, sin dar espacio a recriminaciones mutuas por cuestiones del pasado, a las que él parecía restar importancia, reduciéndolas a meros avatares de la política. Nuestras peripecias revolucionarias, obviamente, habían sido marcadamente distintas, a partir de mi rompimiento con el gobierno y tras haberme pasado a la oposición. Mi aportación revolucionaria en el anterior proceso frente al dictador Batista había sido minuciosa y deliberadamente silenciada o tergiversada. Sin embargo, al acceder a un encuentro conmigo, Fidel pasaba por alto contradicciones oficiales en cuanto a mi persona, se acercaba --siquiera tenuememte-- a una rectificación de falsedades o aspectos insuficientemente explicados, y despejaba de esa manera audaz cualquier duda mayor sobre mi ejecutoria. Tengo que pensar que, ya fuera a sabiendas o sin proponérselo, él entendía que al reunirnos estaba validando mi historial ante los cubanos y ante el mundo, incluso ante aquéllos que dentro del propio gobierno cubano pudieran sentir un rechazo visceral hacia mi persona. Demostraba, no sin cierta valentía, ante los más duros, que mi nombre no había sido un objeto pasivo en la insurrección que culminó con el triunfo de 1959, y que mi lucha desde la oposición había estado signada por una honestidad de criterio y una férrea voluntad de independencia de cualquier factor externo.

Lo que no se ha logrado

Los acontecimientos no avanzaron por el camino debido. Pasaron los años y nuestros encuentros con funcionarios del gobierno cubano no consiguieron el espacio legal que Cambio Cubano ha tomado como reclamo y estandarte.

Asumo la responsabilidad de haber alentado optimismo ante mis compatriotas. Hoy, la buena fe me sitúa aquí con el propósito de recuperar el tiempo perdido.

Fue el 20 de enero de 1993, en el Club de Prensa de Washington, que anuncié con un grupo de buenos cubanos la creación de Cambio Cubano. Desde entonces, torpezas inconcebibles han dificultado nuestro avance. Ahí están el incidente de las avionetas y su colofón en la promulgación de la Ley Helms-Burton. Ahí está la nueva retórica de Washington, auspiciando una oposición cada vez más debilitada mientras más vinculada a Washington se la perciba. Sin embargo, toca a los cubanos amantes de la nación dar un paso al frente que nos permita hallar fórmulas revolucionarias para salir de esta situación. Eso es lo que me propongo hacer desde este instante.

Cuba vale la pena

He querido que éste sea un texto liso, desprovisto de cualquier rasgo de solemnidad. Deseo, sin embargo, llegar a todos los cubanos y recordarles lo que ya conocen de sobra: Cuba es, a pesar de todo, una tierra hermosa y alegre, un jardín generoso en sus colores, un paraíso maravilloso que hechiza a propios y extraños. ¡Vale la pena luchar por ella!

La política es imperfecta y es por ello que pedimos de las fuerzas del espíritu la lucidez suficiente para vencer las subjetividades de la pasión y para conseguir la claridad de lenguaje que requiere el momento.

Volver a casa

Vuelvo a casa. No recuerdo ni quiero recordar cuánto tiempo estuve fuera. Hubo una época en que decir Cuba era para mí decir siempre. Era nombrar el lugar donde habría de permanecer feliz hasta mi muerte. Este es también el sentir de miles de exiliados. Regresar hoy es invocar el deseo de que no existan más exilios ni rompimientos entre cubanos. Que nuestra familia sea una.

Regreso para trabajar aquí por un espacio legal desde el cual podamos construir un futuro de pluralidad y convivencia. Es, también, la hora de no postergarles a los cubanos la prosperidad que se merecen.

La tarea de la paz

La obra que nos aguarda es sumamente compleja. Pienso en Gandhi, pienso en Martin Luther King. Pienso en Mandela y César Chávez. Pienso, por supuesto, salvando las distancias, en José Martí y en su mensaje claro y sencillo para Cuba: ``Con todos y por el bien de todos".

Nada conseguirá apartarme del camino de la paz. Me complace saber que no estoy solo en este empeño. De sobra sé que el milagro de la reconciliación, como el del 1 de enero de 1959, lo producirá este pueblo.

Hoy comienza, para mí, el camino en la búsqueda de una nueva revolución.

Por CUBA. Por el CAMBIO. Por CAMBIO CUBANO.


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