Un 'ojito'
miope
Pedro A. Yanes. El
Nuevo Herald, agosto 7, 2003.
Al reseñar el duelo en Miami por la muerte
de Celia Cruz, y las muestras de respeto y cariño
que recibió, un artículo del día
16 que firma Mirta Ojito, en el New York Times,
la presenta como alguien indiferente a la tragedia
cubana, ajena a la ''política''; su música
trata de Cuba, dice, pero no de política
("A singer with Cuba in all her songs, but
never politics'').
La música no es un vehículo apropiado
para la política, por muchas inquietudes
que tenga quien la practica, y quejas contra las
injusticias que sufre, y hay numerosos ejemplos,
desde Louis Amstrong, Edith Piaf y Carlos Gardel,
hasta nuestros Beny Moré y Rita Montaner.
Uno puede imaginar cómo sonarían
las guarachas de Celia Cruz con líneas
como éstas: ''Fidel, vete ya; ya está
bueno'', "¡Llévatelo, viento
de agua, y a toda su pandilla''.
La conducta del artista es la que habla de sus
ideas, como sucedió con Paul Robeson al
marcharse de los Estados Unidos y Pau Casals al
huir de la España de Franco. Y para presentar
una supuesta distancia entre Celia Cruz y el anticastrismo
militante no se lo ocurrió otra cosa a
la periodista que decir que, en una conversación,
Celia Cruz no mencionó a Castro por nombre,
sino que se refirió a él nada más
que como "ese señor''.
Sorprende el desconocimiento del idioma español
de quien hace una afirmación semejante:
así usado, el pronombre ''ese'' no puede
ser más despectivo, y se emplea como señal
de desprecio del que se niega hasta mencionar
el nombre de alguien o de algo, como al decir
''esa mujer'', ''esos tipos'' o ''ese asunto'',
''esas cosas''; algo como si aquí dijéramos
''esa periodista'' en vez de llamarla por su nombre:
la señora Mirta Ojito.
No se le escapó al gobierno de Cuba la
militancia de Celia Cruz. Granma dio la noticia
de su muerte sin hacer referencia a sus valores
artísticos ni a su inmensa popularidad:
se limitó a decir que ''durante cuarenta
años de manera constante había estado
activa en campañas en contra de la revolución
cubana''. Ahora, ante las muestras de simpatía
y solidaridad con Celia Cruz, el periódico
ha retirado de la internet la infortunada noticia,
y guarda silencio. Es que Celia Cruz logró
con su patriotismo, su garganta y su cintura lo
que no habíamos podido lograr en cuarenta
años con arengas, manifiestos, partidos,
dólares y artículos de cubanólogos
de toda clase. Celia Cruz ha escrito en el cielo
del mundo el mensaje mejor del exilio: "¡Viva
Cuba libre!''
Y a más aún ha llevado su miopía
a la periodista Ojito. En el empeño, parece,
de congraciarse con intereses ajenos a la liberación
de Cuba, llega a afirmar, desde el título
de su artículo, que con Celia Cruz se entierra
una época ("For Cuban Exiles, the
End of an Era'').
Es la época que quieren esconder en Cuba
para disimular el fracaso del sistema, la época
de nuestro pasado que, con todos sus defectos,
tuvo mayores grandezas: es la época de
los intelectuales Jorge Mañach y Gastón
Baquero, de los sabios Carlos de la Torre y Fernando
Ortiz, de los políticos Eduardo Chibás
y Pedro Luis Boitel, de los deportistas Edmundo
Amorós y Kid Gavilán, de los músicos
Ernesto Lecuona y René Touzet; es la época
de la Reina de la Salsa. Con los cambios de los
tiempos, pero con semejantes raíces, esa
época está en la juventud de allá
y en la de aquí: está, superada
de sus pecados, en el futuro.
Con los restos de muy buenos cubanos que han
muerto en el destierro hemos de llevar los de
Celia Cruz a su querida patria, a velarla en la
Plaza Cívica, que ha de recobrar su primitivo
nombre, después de llevarlos por todos
los rincones de la isla, en entusiasmo igual que
el que ha tenido ahora.
Como el caballero de la leyenda que después
de muerto derrotaba a sus enemigos, así
Celia Cruz, ayudando con su ejemplo a los cubanos
de todas partes, y hasta con su arte, ha de lograr
ese otro milagro por el que tanto suspiró:
la libertad de Cuba. ¡Azúcar!
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