PRENSA INDEPENDIENTE
Agosto 7, 2003

SOCIEDAD
El cubano entre rejas

LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Parece como si los dioses perversos que favorecen el cautiverio hubieran condenado al cubano a vivir entre rejas.

Muchas y diversas son las rejas que encierran al ciudadano en esta gigantesca cárcel de más de cien mil kilómetros cuadrados.

Como Cuba no tiene fronteras terrestres, el mar constituye su principal enrejado. Inmensos barrotes de agua salada a donde siempre se va y de donde siempre se viene, pues en nuestro suelo patrio todos los caminos conducen al mar. Un mar inmenso que acaricia las playas, golpea contra el arrecife y abraza los manglares donde anida la garza, se zambulle el alcatraz y chillan los caracateyes.

Hacia el norte de esa inmensidad azul miran muchos de nuestros jóvenes. Con sueños irresistibles que los empujan a desafiar el Estrecho de la Florida en una balsa, un frágil bote o un neumático. ¿Cuántos han muerto en ese intento? Nadie lo sabe. Sólo cuando el cielo de la patria se despeje podrá saberse. Porque muchos dolientes de acá prefieren callarlo para no tener dificultades con la policía política, y no pocos allá adoptan igual actitud para no perjudicar al familiar que tienen aquí. Sólo el cielo cuajado de nubes blancas conoce la verdad.

Pero no sólo miran al norte sino a todos los puntos cardinales. Porque toda prisión incuba un único deseo: la libertad. Y cubanos hay en todas partes del mundo, desde la fría Alaska hasta la lejana Australia. Y hasta allí han llegado por todos los medios, ya sea acurrucados en el tren de aterrizaje de un avión o en el vientre de un contenedor metálico.

Luego están las rejas que esconden a la palabra y al pensamiento. La palabra, esa maravillosa facultad que entre otras facultades distingue al hombre del resto de la creación. Que cuando es verdadera expresa anhelos de justicia, a la vez que condena y fustiga con látigo de fuego al oprobio y la mentira. Que congrega y une voluntades, ilumina y orienta. Que al quedarse ahogada y no poder brotar parece romper el pecho con la fuerza incontenible de la razón.

Después están las rejas más visibles. Esas que privan al preso político de la ternura del hijo, la caricia de la esposa y el beso de la madre. Esos presidios cercanos en el dolor, pero a veces muy distantes del familiar, muestran la sangre que brota de la herida abierta. Esas llagas siempre presentes a lo largo y ancho de nuestro país a través de sus calabozos insalubres, donde el hombre parece despojado de su dignidad y convertido en algo ajeno a la condición humana.

Por toda Cuba están diseminadas las manchas de sus cárceles. Como recurso obligado de toda tiranía que pretende matar los sueños y ahogar los esfuerzos. Como arma que esgrimen todos los que pretenden doblegar a los pueblos y eternizar el yugo. Inútil estrategia de todo despotismo, pues a la vez que multiplica el sufrimiento sirve de fermento para acrecentar decisiones y anhelos libertarios.

Finalmente están las rejas que con obligada voluntariedad ha puesto el cubano en su propio hogar. Amasijos metálicos que delimitan todo el espacio hogareño, expresado en cercas, rejas y muros que cubren jardines, patios, puertas, ventanas y azoteas. Todo cuanto signifique la más mínima posibilidad de acceso a la vivienda ha de quedar protegido por las rejas. Todas las familias sin excepción anhelan y tienen como prioridad vivir entre barrotes metálicos. Sólo así se sienten seguras del astuto delincuente que acecha en la complicidad de la noche, en la quietud de la madrugada y aún a plena luz del mediodía. Pero no todos pueden tener un enrejado. Aún así, todos se esfuerzan o sueñan con los 300 ó 500 dólares que se necesitan para construirlo.

Triste realidad la de un país donde nadie quiso nunca irse de su suelo; donde los pocos presos políticos eran favorecidos por frecuentes amnistías; donde se vivía con la puerta de la sala perennemente abierta al visitante, sin que nada perturbara el libre movimiento de la brisa marina por el interior de los hogares. cnet/03


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