PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 5, 2003

Estoy aburrido de los Grammys

Reinaldo Bragado Bretaña. Diario Las Américas, agosto 5, 2003.

Otra vez los Grammys. ¡Qué horror! Es como una maldición recurrente que cae sobre Miami con exactitud periódica. Son muchos los elementos que inciden en el fenómeno, pero también muchas las tergiversaciones. Hay que recordar que en el escándalo anterior fue la Unión de Libertades Civiles Americanas (UCLA, por sus siglas en inglés) la que intervino para asegurar a los exiliados el derecho a manifestarse contra los músicos invitados procedentes de Cuba, y a hacerlo a la distancia que establece la ley, es decir, donde se escucharan sus gritos de protesta. ¿Eso es malo? Claro que no ¿Es malo boicotear unas olimpiadas teniendo en cuenta que el deporte no tiene nada que ver con la política? Claro que no es malo. Las personas decentes boicotearon las de Sudáfrica protestando contra el régimen racista. ¿Eran malas las olimpiadas? Sí, porque una olimpiada decente no celebra su fiesta en un país racista.

Ahora bien, ¿los Grammys son decentes? Yo creo que una organización decente no invita a músicos de una dictadura. Recuerden que después de los fusilamientos y la represión desatada por la dictadura de Cuba se levantó una condena en el mundo contra Castro, sobre todo de intelectuales y artistas. La Habana respondió con una carta de sus intelectuales y artistas que apoyaba la ola represiva y los fusilamientos, y la calzaron con sus firmas. Entre los firmantes hay invitados a los Grammys. ¡Qué horror de nuevo! Anoten que gran parte de los encarcelados estaban acusados de haberse reunido con el jefe de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, lo que les costó la prisión. Ahora esa misma Oficina de Intereses otorga visados a los músicos e intelectuales de Cuba que apoyaron las condenas a las personas que fueron encarceladas por asistir, precisamente, ¡a la Oficina de Intereses! Vaya contradicción. El mundo, irremediablemente, anda muy mal.

Recuerdo que tuve una amarga discusión con una muchacha no cubana que se quejó de que los exiliados -y usó un término despectivo en inglés no muy propio de una dama- no la dejaron escuchar la música que ella quería al llevarse los Grammys de la ciudad. Le expliqué qué era la UCLA, qué era la democracia y el respeto a la ley y que fue el propio director de los Grammys quien no quiso quedarse en la ciudad si las autoridades no violaban la ley alejando la manifestación más de lo autorizado. Fingió que me entendía, pero sé que no me creyó. Pobrecita, después terminó confesándome su admiración por el Ché y no sé qué señora gorda que, según ella, canta a favor de los pobres y cuando lo hace viste un poncho que rueda por el piso para ocultar sus zapatos de dos mil dólares. El poncho es gigantesco y por eso la cantante viaja en limusina.

No recuerdo si fue ese día, o tal vez otro, pero hubo un momento de mi vida por acá en el que decidí no discutir más con personas que ostentan sin sonrojo tal indigencia de ideas. Y a partir de ese momento me va de lo más bien. Mi salud ha mejorado, soy capaz de caminar dos millas diarias sin sofocarme y tengo unas reservas de energías insospechadas. El que quiera hacer el ridículo diciendo que admira al Ché, pues que lo haga. ¡Uno no puede cargar tantas cruces en la vida! Y el que quiera escuchar a la señora obesa, pues que lo haga. Yo no lo hago porque protejo mis tímpanos morales e intelectuales. Además, ellos son los que se pierden a Bob Dylan.

Así las cosas, regresa la salación de los Grammys a la ciudad. Ahora volveremos a escuchar a los mismos cretinitos diciendo que el arte nada tiene que ver con política. Y también veremos a personas carentes de frontispicio -versión culterana de "descarado"- diciendo que el que critique a los Grammy es un agente del G-2. No se ría. Cuando el escándalo pasado de los Grammys hubo algunos con la mente en desplome total que se atrevieron a decir eso. Nadie me lo contó, yo los escuché en el radio y terminé hospitalizado en el Jackson porque mi capacidad de razonamiento, al intentar descender para comprenderlos, sufrió un casi desmayo ante tan burda argumentación.

Veremos quién gana la partida en esta ocasión. Y a los que no les guste el respeto a la ley, que se marchen de Miami: aquí no tienen que fabricar una balsa para ir a vivir a Cuba.


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