En
busca de un gesto, señor Presidente
Luis Aguilar León. El
Nuevo Herald, agosto 3, 2003.
Sé muy bien, o por lo menos así
lo siento, que criticar al Presidente de los Estados
Unidos, o a las más importantes figuras
políticas del país, está
muy lejos de ser tarea grata. No porque una crítica
implique la violación del más básico
derecho que otorga la democracia, ni porque la
opinión personal, en este caso la mía,
tenga peso alguno en un argumento.
Se trata de plantear interrogaciones y dudas
al gobierno del país que más generosamente
nos abrió sus puertas y nos acogió
como ciudadanos, cuando el dictador Castro impuso
en Cuba una brutal dictadura totalitaria. Tal
deuda espiritual, que nunca olvidaremos, lleva
a vacilar antes de desplegar una censura. Lo cual
no quiere decir que en muchos casos no se esté
en el deber de desplegar una opinión que,
aun cuando la consideremos positiva para toda
la comunidad, envuelve un claro aire de crítica.
Es así como creo que, a veces, una disputa
minoritaria puede servir de ejemplo a cómo
evitar graves conflictos.
En este caso, se trata de un presidente, George
W. Bush, que inauguró su marcha oficial
con paso firme y orientación certera, y
quien, ante la gravísima emergencia del
terrorismo, movilizó a las fuerzas armadas
de América y restableció el prestigio
de los Estados Unidos como defensor de la libertad
y de la democracia. Hasta hace poco, las estadísticas
de los más serios sondeos indicaban que,
a pesar de una oposición ya bien conocida,
la mayoría del pueblo americano respaldaba
al Presidente. Pero algo ha pasado, o varias cosas
han pasado, que señalan la pérdida
de rumbo en la Casa Blanca.
Obviamente, la insinuación de que tal
desviación existe en los mandos de la Casa
Blanca obliga a mencionar que se poseen conocimientos
de datos y fuentes que sirven de base a las afirmaciones.
Puedo asegurar de inmediato que tengo una ignorancia
enciclopédica que me inclina a buscar generalidades
y a depositar preguntas y que, por obvias razones,
busco escenarios históricos que conozco.
Como la experiencia cubana. Que me permite señalar
uno o dos ejemplos de ''gestos'' de Washington
que han dejado atónita, y ciertamente dolida,
a la mayor parte de la minoría cubana que,
como ha comentado repetidas veces la prensa, votó
y luchó masivamente para elegir a George
W. Bush.
Me he referido a ''gestos'', porque es así
más fácil superar mi desconocimiento
y concentrar los símbolos que han dejado
huellas en las relaciones cubano-americanas. Precisamente,
porque me limito a mencionar acciones públicas
aparentemente superficiales, pero que no implican
enseriar los argumentos y ofrecer estadísticas.
Me limito a mencionar ''gestos'' y a citar a uno
de los más famosos diplomáticos
de la historia, Charles Maurice Talleyrand, quien
decía que la política internacional
y la diplomacia se reducen a una elegante colección
de gestos.
Pongamos, por ejemplo, la conmemoración
del aniversario de la fiesta nacional de Cuba,
celebrada los 20 de mayo. En el pasado, casi todos
los presidentes americanos habían hecho
algún gesto para declarar su unión
a esa fiesta nacional de Cuba. Esta vez, como
exclamaban algunos entusiastas, se trataba de
''nuestro presidente''. El presidente actual no
fue, ni envió a nadie, creo que sólo
mandó una breve nota. ¿Por qué?
Todos sabemos que el Presidente está soberanamente
ocupado, que un gesto le cuesta tiempo vital,
pero también el Presidente sabe cómo
enviar un saludo, o a un funcionario que hable
español. Precisamente por eso es que las
minorías piden gestos de solidaridad.
Detrás de tal silencio queda una visible
pasividad. Ninguna medida que elimine o modifique
la Ley Helms-Burton se discute hoy en día
en Washington; no sabemos de una ley o proyecto
que trate de hacerle la vida más dura al
gobierno castrista, ni que provoque una condena
oficial a los abusos en la isla, a las palizas
con que los ''diplomáticos'' castristas
trataron de batir a los cubanos exiliados en París,
y al fusilamiento de tres cubanos que querían
escapar de la isla.
Precisamente esa ausencia de gesto se manifestó
en un evento reciente y de hondo impacto: el arresto
en alta mar de un camión-barca donde se
escapaba un grupo de cubanos con iniciativa. En
el antiguo mundo comunista-soviético, Nikita
Jruschov levantó en Berlín una torva
muralla alambrada y erizada de rifles que hacía
difícil o mortal el tratar de escaparse.
Pero si alguien lograba escaparse, si algún
niño era lanzado por encima de la muralla,
caía en los brazos abiertos de amigos o
familiares que vivían en el mundo occidental.
En Cuba, a noventa millas de la Florida, el cubano
que quiera escapar tiene que desafiar un mar de
oleadas y corrientes. Y si a pesar de todo logra
acercarse a las playas de la libertad, la marina
americana lo devolverá a su tierra, a su
prisión o a su fusilamiento.
Se trata de otro gesto silencioso, pero no vacío.
El presidente Clinton envió de vuelta a
Cuba a un niño llamado Elián, proclamado
de inmediato ''héroe'' de la revolución.
Es posible que el presidente Bush rectifique el
rumbo de nuevo y nos haga un gesto que nos muestre
el camino a la esperanza.
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