SOCIEDAD
Los
parques de mi infancia
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Guardo
gratos recuerdos de los parques de mi infancia,
donde aprendí a correr, montar bicicleta,
patinar y enamorarme.
Pienso en el viejo parque de la iglesia del Carmelo,
hoy en ruinas (el templo y también el parque),
con sus pequeños y bien podados laureles,
sus anchas aceras y oportunos bancos. Toda una
imagen de un pasado que no quiere regresar.
Como recuerdo el viejo "Jalisco Park",
de 23 y 8, un picadero de caballos ponies a cinco
centavos la vuelta (un níquel nada más),
hasta que mudó su sede y se amplió
en 23 y 18, para ofrecer marineras travesías
en minúsculas lanchitas y falsos trotes
en los caballitos de madera del carrusel. Los
ponies reales se fueron extinguiendo con la libertad
después de 1959.
Y ya en la memoria de los que pasan de 50, el
alucinante "Coney Island" de la playa
de Marianao, verdadera feria de las vanidades
que permitía soñar con un oso en
la rueda de la fortuna; la "gitana"
que leía el futuro en la mano, o los frenéticos
choques de los carros locos, para terminar descontando
cuántos años faltarían para
lanzarse al vértigo de la montaña
rusa. Hoy no queda ni un ladrillo de su arcada,
sólo un extenso y mugriento solar yermo
invadido de mosquitos en fétidos charcos
de agua podrida.
O el tranquilo parque de Víctor Hugo,
en 21 y H, con su kiosko imitando una pagoda china,
y frondosos árboles de sombra, invitando
a los novios a hablar de sus cosas. Hoy lo invade
un círculo infantil con alambradas y persistentes
moscas en las cajas de vegetales de la cocina.
Y están los umbrosos parques de la Quinta
Avenida, en Miramar, desprovistos de bancos (porque
se rompieron, o se los llevaron) y ahora albergan
sombrías estatuas en bronce oscuro de héroes
de Africa, Asia o cualquier lugar.
Y el despojo del parque de Calzada y D, frente
al teatro Auditorium, al que un día le
sustrajeron la estatua de Neptuno bajo protesta
de los vecinos, pues el historiador de la ciudad
decidió sembrarla en la ancha acera del
Malecón, en la Avenida del Puerto, parece
que para impedir la aglomeración de público...
Uno a uno, los parques de mi infancia han ido
desapareciendo de la realidad, aunque no de la
memoria. Las barriadas de Lawton, La Víbora,
Santos Suárez y Luyanó, hoy amarradas
en el municipio 10 de Octubre, exhibían
también numerosos parques de frondosos
árboles y lisas aceras para deleite de
los niños en las tardes y de los enamorados
al anochecer
Eran parques famosos el de los Leones y el del
Pesca´o, en el Casino Deportivo; cita de
enamorados en fuga; el parque Trillo de Centro
Habana, o el mismísimo Parque Central.
Todos se volvieron sitios peligrosos y en más
de uno se han cometido asaltos.
La Habana llegó a tener 806 parques y
plazoletas en todas sus barriadas que ahora figuran
en una lista burocrática de la administración
provincial que los clasifica arbitrariamente en
parques de estar, infantiles y microparques: no
son ni lo uno ni lo otro. En cada parque habanero
amanece un mendigo enfermo mental y también,
desde temprano, infinito número de ancianos
que vienen a ver el tiempo pasar, a hacer la cola
del periódico, del pan o la bodega, y a
coexistir con toda una generación de hombres
"guaposos", entre 30 y 40 años
que desde el anochecer montan una ruidosa mesa
de dominó hasta las tres o cuatro de la
mañana, en dependencia de la duración
del ron que tengan. En la Cuba de hoy no hay fiesta
o pasatiempo sin ron. Es, casi, la isla del alcohol.
Los parques habaneros están invadidos
hoy de kioscos para vender periódicos una
vez al día, de timbiriches para vender
frituras de harina o botellas de ron, ropa reciclada
o plantas ornamentales.
No en balde mi amiga Madelín se niega
a llevar a su hijo de cuatro años al parque
del Carmelo, a pesar de que está en la
esquina de su casa. Su marido le ha advertido
que allí, después de las cinco de
la tarde, se fuma marihuana. cnet/04
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