Luis Pérez López.
El Nuevo Herald,
marzo 27, 2002.
El danzón cubano, tesoro musical de un pueblo, acaba de despertar en
Miami tras un inexplicable letargo de cuatro décadas. Y, como a
hurtadillas, se ha estado asomando al escenario musical nuestro como para ver el
recibimiento que le hacen. Se asoma precisamente en el año del centenario
de la independencia cubana.
Los abanderados en esa cruzada musical son un grupo de nueva acuñación
e incipiente fama, aunque integrado por sazonados músicos profesionales.
Al influjo del sexteto Danzón By Six y en cuestión de meses, el
danzón ha vuelto a resonar sus melodiosas evocaciones en lugares como el
festival Calle Ocho, el Viernes Cultural, el antiguo teatro Riviera de Dixie
Highway, el festival callejero de Miracle Mile en Coral Gables y en alguna que
otra sala y programa local de televisión.
Para muchos de los asistentes a esos conciertos populares, entre los que no
podría excluirme, volver a escuchar la ricura del danzón ha sido más
que un revival musical. Ha sido como un gozo de orgullo del que los cubanos del
destierro han estado virtualmente privados. Es que el danzón yacía
hundido en las playas de Miami bajo el peso de ritmos más modernos y
''comerciales'' como el merengue, la salsa y el rap.
Asistir a esas tardes y noches de danzón alienta instantáneos
recuerdos a una generación que alegró su juventud e inspiró
sus mejores pasillos mientras giraba al compás de Almendra, El cadete
constitucional, Fefita, Angoa y otras delicias líricas de un pasado
mejor.
Ahora que con renovado ardor reaparece el danzón cubano y escuchamos
desde el más antiguo, Las alturas de Simpson, compuesto a fines de siglo
XIX, hasta las mejores interpretaciones de los Jorrín, Fajardo, Aragón,
Romeu, Arcaño, Cheo Belén Puig y otros maestros del género,
es como si una corriente de emoción sacudiera nuestra cubanía. Y
al conjuro del crescendo musical que va de refinadas y románticas
cadencias a las más sonsacadoras tonalidades del cha cha cha, juraría
que apenas queda un alma en esas citas nostálgicas que no sienta írsele
los pies tras aquellos compases y que no se sienta siquiera por un instante
transplantado a su isla extrañada.
''Esa música me he hecho sentir de vuelta a mi adorada Cuba'', dice
el estelar pianista y compositor cubano René Touzet. ''¡Eso sí
es música cubana!'', grita con cierto apasionamiento un asistente a una
de esas celebraciones del danzón.
Ciertamente, el danzón es música de nuestros recuerdos. Esos
danzones de ayer que se están volviendo a escuchar hoy en Miami nos
reviven aquéllos que amenizaron muchas de nuestras noches cubanas, lo que
suele reanimar con destellos juveniles a una promoción de padres y
abuelos. Y quizás por ósmosis debieran también estar
intrigando a unos cuantos hijos y nietos.
Están tocando en Miami, en fin, y ya era hora, una música de
cuyo disfrute habíamos estado alejados durante demasiado tiempo. El danzón
cubano, sea por razones de épocas, ratings o qué sé yo, ha
estado, excepto por unos pocos quijotescos programas locales, virtualmente
ausente del repertorio radial hispano de Miami.
Y el danzón, viejo, sabio y libre, sacude cuarenta años de
hibernación --y sí, de casi olvido-- en un momento especialmente
significativo para el cubano. Es como si ese grato sonido se hubiera de-
sencadenado de largo silencio para decir presente en el homenaje que este año
se le rinde, entre otros valores patrios, a la inigualable música cubana.
El cubano lleva en la sangre la herencia del danzón, como el
argentino el tango y el negro americano el jazz. Es un rasgo cultural. Y en esta
Cuba chiquita del destierro, las tradiciones no debieran caer en el olvido.
Autor del libro de dichos populares cubanos 'Así hablaba Cuba'. |