CUBANET .INDEPENDIENTE

26 de marzo, 2002


Un mundo mejor es posible

Oscar Espinosa Chepe

LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - El propósito central de la Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo, que auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas, se efectuó en Monterrey, México, los días 21 y 22 de marzo, fue buscar las vías y los métodos para canalizar recursos financieros para ayudar a extensas áreas del planeta a salir del estado de marginación y pobreza en que se hallan sus habitantes.

Resulta indiscutible que con los avances en la ciencia y la técnica existentes a inicios del siglo XXI, el hambre, la miseria y la ignorancia que aún azotan a cientos de millones de seres humanos pueden ser erradicados de la faz de la tierra a fin de hacer realidad los sueños más hermosos de quienes en el pasado anhelaron y lucharon por un mundo libre de esos males.

La solución de estos problemas no sólo está en el interés de los pueblos que los padecen sino de toda la humanidad, incluidas las regiones desarrolladas, ya que son fuentes de inestabilidad social, emigraciones masivas incontroladas, daños irreparables al ecosistema, narcotráfico, terrorismo y otros nefastos fenómenos con los que nadie puede sentirse seguro en un mundo cada vez más interconectado.

De lo anterior se desprende que la solidaridad internacional no es ya una simple conducta caritativa, sino también un imperativo de estos tiempos.

Por otra parte, sería ilusorio imaginar que solamente con la decisión de las naciones ricas de cooperar podrían resolverse los complejísimos problemas acumulados en el Tercer Mundo, si no existiera la voluntad política de progresar por parte de los receptores de la ayuda.

Las fórmulas "mágicas" de algunos ideólogos tercermundistas de que los problemas serían resueltos con más dinero entregado por los países desarrollados y que las enormes deudas existentes, sin más, deben condonarse, aunque aparentemente atractivas, adolecen de un hipersimplismo sorprendente.

Es bien conocido que en el pasado mucha de la asistencia para el desarrollo se despilfarró, al emplearse en proyectos mal concebidos y peor ejecutados, se desvió para financiar fabulosos gastos militares, y no poca terminó en el bolsillo de gobernantes corruptos e inescrupulosos. Por tanto, de ella sólo quedaron las deudas, sin que los pueblos hayan recibido beneficio alguno.

Con estos antecedentes, ¿quién garantiza que este proceso no vuelva a repetirse con nuevos fondos financieros entregados sin garantías de ser utilizados efectivamente para el desarrollo y progreso de los pueblos?

El caso de Cuba es típico. Durante decenios, de Europa del Este, en especial de la desaparecida URSS y por las razones que fueran, provinieron subvenciones ascendentes a decenas de miles de millones de dólares en recursos de todo tipo, que si se hubieran utilizado correctamente podrían haber convertido a la isla en una nación por lo menos de mediano desarrollo. Pero ese financiamiento fue despilfarrado y ni siquiera la vieja estructura exportadora, anterior a 1959, fue transformada.

Hoy, el país continúa dependiendo de las mismas producciones de escaso valor agregado, con la diferencia de que ahora las disponibilidades de algunas de ellas son inferiores. Incluso, el turismo no es una actividad nueva, pues ya estaba en pleno desarrollo antes de esa fecha. Sí resultan efectivamente novedosos los cientos de millones de dólares en remesas, al haberse convertido gran parte de los cubanos en dependientes de la ayuda de sus familias residentes en el exterior, especialmente en Estados Unidos de América.

Ciertamente, un mundo mejor es posible, la ciencia y la técnica actuales lo permiten. Pero para ello, además de la indispensable solidaridad y comprensión de los países desarrollados, es necesaria una conducta responsable y transparente por parte de las naciones receptoras de la ayuda, siempre acompañada de una actitud vigilante y fiscalizadora por parte de la comunidad internacional.

La experiencia muestra que la confianza es buena, pero el control es mejor.


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