Un mundo
mejor es posible
Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - El propósito central de la
Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo, que
auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas, se efectuó
en Monterrey, México, los días 21 y 22 de marzo, fue buscar las vías
y los métodos para canalizar recursos financieros para ayudar a extensas áreas
del planeta a salir del estado de marginación y pobreza en que se hallan
sus habitantes.
Resulta indiscutible que con los avances en la ciencia y la técnica
existentes a inicios del siglo XXI, el hambre, la miseria y la ignorancia que aún
azotan a cientos de millones de seres humanos pueden ser erradicados de la faz
de la tierra a fin de hacer realidad los sueños más hermosos de
quienes en el pasado anhelaron y lucharon por un mundo libre de esos males.
La solución de estos problemas no sólo está en el interés
de los pueblos que los padecen sino de toda la humanidad, incluidas las regiones
desarrolladas, ya que son fuentes de inestabilidad social, emigraciones masivas
incontroladas, daños irreparables al ecosistema, narcotráfico,
terrorismo y otros nefastos fenómenos con los que nadie puede sentirse
seguro en un mundo cada vez más interconectado.
De lo anterior se desprende que la solidaridad internacional no es ya una
simple conducta caritativa, sino también un imperativo de estos tiempos.
Por otra parte, sería ilusorio imaginar que solamente con la decisión
de las naciones ricas de cooperar podrían resolverse los complejísimos
problemas acumulados en el Tercer Mundo, si no existiera la voluntad política
de progresar por parte de los receptores de la ayuda.
Las fórmulas "mágicas" de algunos ideólogos
tercermundistas de que los problemas serían resueltos con más
dinero entregado por los países desarrollados y que las enormes deudas
existentes, sin más, deben condonarse, aunque aparentemente atractivas,
adolecen de un hipersimplismo sorprendente.
Es bien conocido que en el pasado mucha de la asistencia para el desarrollo
se despilfarró, al emplearse en proyectos mal concebidos y peor
ejecutados, se desvió para financiar fabulosos gastos militares, y no
poca terminó en el bolsillo de gobernantes corruptos e inescrupulosos.
Por tanto, de ella sólo quedaron las deudas, sin que los pueblos hayan
recibido beneficio alguno.
Con estos antecedentes, ¿quién garantiza que este proceso no
vuelva a repetirse con nuevos fondos financieros entregados sin garantías
de ser utilizados efectivamente para el desarrollo y progreso de los pueblos?
El caso de Cuba es típico. Durante decenios, de Europa del Este, en
especial de la desaparecida URSS y por las razones que fueran, provinieron
subvenciones ascendentes a decenas de miles de millones de dólares en
recursos de todo tipo, que si se hubieran utilizado correctamente podrían
haber convertido a la isla en una nación por lo menos de mediano
desarrollo. Pero ese financiamiento fue despilfarrado y ni siquiera la vieja
estructura exportadora, anterior a 1959, fue transformada.
Hoy, el país continúa dependiendo de las mismas producciones
de escaso valor agregado, con la diferencia de que ahora las disponibilidades de
algunas de ellas son inferiores. Incluso, el turismo no es una actividad nueva,
pues ya estaba en pleno desarrollo antes de esa fecha. Sí resultan
efectivamente novedosos los cientos de millones de dólares en remesas, al
haberse convertido gran parte de los cubanos en dependientes de la ayuda de sus
familias residentes en el exterior, especialmente en Estados Unidos de América.
Ciertamente, un mundo mejor es posible, la ciencia y la técnica
actuales lo permiten. Pero para ello, además de la indispensable
solidaridad y comprensión de los países desarrollados, es
necesaria una conducta responsable y transparente por parte de las naciones
receptoras de la ayuda, siempre acompañada de una actitud vigilante y
fiscalizadora por parte de la comunidad internacional.
La experiencia muestra que la confianza es buena, pero el control es mejor.
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