¡Esto
está de huevo!
Adrián Leyva, Grupo Decoro
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - Las manecillas de mi reloj habían
rebasado el mediodía cuando llamaron a la puerta de mi apartamento con un
toque suave. Dos mujeres jóvenes, con tono educado y ese acento típico
de la zona oriental de Cuba, me dijeron: "Señor, buena tardes.
Disculpe usted la molestia. ¿Desea comprar huevos?"
Contesté que no quería huevos. Sin embargo, minutos antes había
terminado mi almuerzo "a la cubana": un plato de chícharos
sazonado tan modestamente que sólo el hambre obliga a su ingestión.
De tener dinero mi almuerzo habría sido otro. Razón por la cual no
pude comprar huevos, que buena falta me hacen.
En los rostros de las vendedoras se reflejaba el cansancio de horas
caminando y tocando de puerta en puerta. Las invité a pasar y les pregunté
si deseaban tomar agua y una tacita de esa mezcla extraña que en Cuba
llaman café. Aceptaron con humildad y respeto. Mi madre, en la cocina,
preparaba nuestra vieja cafetera.
De inmediato surgió el diálogo sobre los más variados
temas de la vida cotidiana por este país. Así pude conocer que las
dos jóvenes llevaban 18 meses en la capital cubana, adonde llegaron no sólo
para sobrevivir sino también para ayudar a sus familias. Las dos dejaron
sus hijos al cuidado de sus abuelas maternas. Con gran sacrificio caminan varias
horas cada día vendiendo lo que puedan: hoy eran huevos, mañana
serán recipientes plásticos y otras bisuterías, en fin,
cualquier alimento u artículo que les pueda proporcionar algunos
ingresos.
Ambas coincidieron en que lo único que no harían era jinetear,
o sea ejercer la prostitución con los turistas extranjeros. Las dos se
graduaron de técnico medio, pero las pocas posibilidades de empleo y los
bajos salarios hacen la vida más dura en las provincias orientales, donde
a sus habitantes se les vende la mitad de los alimentos que el Estado asigna a
los cubanos por la mal llamada libreta de productos alimenticios.
"Ustedes en La Habana se quejan -dijo una de ellas- pero aquí
casi nadie está en la chivatería (delación) y la gente
habla del gobierno hasta por los codos pero, en oriente, el pueblo tiene más
miedo y cualquiera te denuncia si estás en algo ilegal. Los orientales
tenemos lo que nos merecemos, por ser tan miedosos".
La otra agregó: "En La Habana estamos ilegales pero, a pesar de
que hay que andar con cuidado cuando estamos vendiendo, la policía y los
inspectores son menos agresivos que los de nuestro pueblo".
Según me contaron estas jóvenes, cada día ellas hacen
largas filas para comprar huevos a 1.20 cada uno en comercios habilitados por el
Estado para la venta liberada de ese producto. Luego revenden los huevos por las
casas al precio de 2.50 cada uno. Así le ganan a cada huevo un peso y
treinta centavos.
Sin embargo, estas ventas no son fáciles. La de más edad
explicó: "La cosa se está poniendo fea. Hoy estamos en la
calle desde las siete de la mañana y no hemos podido vender ni siquiera
la mitad de los huevos. La gente no tiene dinero. Esto está cada día
peor".
Antes que se marcharan, les dije: "¡Esto está de huevo!"
Con sonrisas picarescas, y después de darme las gracias por el agua y
el café, las dos mujeres se despidieron. Aún el día no había
acabado para ellas.
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