Jorge Ramos.
El Nuevo Herald,
marzo 20, 2002.
La ambigua y tibia política exterior de México respecto al régimen
de Cuba cayó por su propio peso. No se puede estar con Dios y con el
diablo. No se puede decir --como ha hecho el presidente Vicente Fox-- que México
va a defender los derechos humanos en cualquier parte y al mismo tiempo
estrechar las relaciones con un dictador, como Fidel Castro, que los viola
constantemente. La violenta entrada de 21 jóvenes cubanos a la embajada
de México en La Habana pudo haber sido aprovechada por el gobierno
mexicano para demostrar su compromiso en la defensa de los derechos humanos.
Independientemente de que esos jóvenes fueran refugiados políticos
o económicos, la primera actitud que toma un gobierno democrático
y humanista es cuidar las vidas de quienes buscan protección en su
recinto diplomático.
En cambio, en sólo horas, el gobierno mexicano solicitó al régimen
castrista su ayuda para desalojar a los jóvenes cubanos. Todavía
hoy no sabemos dónde están, cómo son tratados y cuál
será la suerte de las 150 personas, aproximadamente, que fueron
arrestadas la madrugada del 1 de marzo (incluyendo a las que estaban dentro de
la embajada). Hay distintas versiones que sugieren que la entrada de los jóvenes
a la embajada de México, utilizando un autobús para abrir la reja,
fue organizada o tolerada por el gobierno de Fidel Castro para mostrar su
descontento con el canciller mexicano Jorge Castañeda. Al régimen
de Cuba le molestó mucho la extraordinariamente bien investigada biografía
que Castañeda escribió sobre un muy imperfecto Che Guevara, la
reunión que el canciller organizó recientemente entre el
presidente Fox y disidentes cubanos en la isla, y sus declaraciones hechas en
Miami --y repetidas por Radio Martí-- en el sentido de que la embajada de
México en La Habana estaba abierta para todos los cubanos. Puede ser que
Castro y su aparato policial se hayan confabulado para poner en aprietos a Castañeda.
Quizás. Pero no lo sabemos con certeza.
Lo que sí sabemos es que el gobierno de México se alió
con la dictadura cubana y puso en peligro la vida de los 21 cubanos al presionar
por su rápida expulsión de la embajada. Fueron tratados como
criminales y no como víctimas de la dictadura. ¿Le consta al
gobierno mexicano cuáles eran las verdaderas motivaciones de quienes
invadieron su embajada? ¿Acaso es muy extraño pensar que alguien
quiera huir de una dictadura como la cubana? Más de dos millones de
personas lo han hecho. Entiendo que la política de México respecto
a Cuba difiere sustancialmente de la de Estados Unidos y la de la mayoría
del exilio cubano. México --al igual que muchos países europeos y
latinoamericanos-- considera que más comercio, más contactos políticos
y culturales y más turismo pueden generar las condiciones para la
democratización de la isla. Estados Unidos, a tono con la percepción
de muchos exiliados cubanos, piensa que el embargo es la única política
aceptable ante un dictador que durante 43 años se ha resistido a cambiar.
Independientemente de estas diferencias, México pudo haber sido mucho más
firme en su recién promulgada postura como defensor de los derechos
humanos. Pero penosamente --como lo demostró el incidente en la
embajada-- no se atrevió.
Un dictador es un dictador es un dictador. No sé por qué el
presidente Vicente Fox trata a Fidel Castro como si fuera un mandatario legítimamente
elegido. En Cuba no hay elecciones multipartidistas desde hace más de
cuatro décadas y la oposición política es silenciada,
encarcelada y asesinada. Estoy seguro de que Fox no le daría a Saddam
Hussein o a Mohammar Gadhaffi --otro par de impresentables dictadores-- el mismo
trato que le da a Fidel. Lo curioso y preocupante es que Fox, no sólo se
resiste a llamarle dictador a Castro --peores cosas les decía a los priístas
antes de llegar a Los Pinos--, sino que lo fortalece con sus constantes muestras
de apoyo. Fox peleó por la democracia en México, pero no parece
hacerlo con la misma convicción por Cuba. Al gobierno de México le
faltó apretarse bien el cinturón para enfrentar a Castro en el
asunto de la embajada. La soberanía de Cuba no debe ser una excusa. La
defensa de los derechos humanos es extraterritorial.
Yasí, tras este triste espectáculo, México se quedó
--como asegura el dicho-- sin melón y sin sandía; es una
cantinflada tratar de estar, al mismo tiempo, con Castro y con la causa de los
que buscan un cambio democrático y el respeto a los derechos humanos
dentro de la isla. Además, las broncas que se crearon con el exilio
cubano en Estados Unidos serán difíciles de reparar rápidamente
y van más allá del boicot contra productos mexicanos. El gobierno
de Fox es visto en algunos círculos cubanoamericanos de esta ciudad como
un traidor a la causa de la libertad y los derechos humanos, para no usar otras
palabras impublicables. Sólo un voto de México contra Cuba ante la
Comisión de Derechos Humanos en Ginebra podría empezar a enmendar
la imagen de un gobierno que se dobló cuando debería haber estado
más firme. México tuvo la oportunidad de escoger entre estar del
lado del dictador o estar del lado de las víctimas de la dictadura. Y
decidió ponerse al lado del dictador.
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