A paso de
bastón: la palabra de honor
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - Anda por ahí un sabio refrán
cuyo mensaje textual es que "la miseria sólo produce humanos
miserables", razón por la cual vale pensar que si en esta Cuba ya no
tanto del picadillo de soya cierta epidemia en tal sentido se extiende, a juzgar
por distintas anécdotas llegadas a mi conocimiento o vividas en carne
propia.
En la Cuba anterior al triunfo revolucionario de 1959, pese a la
indiscutible presencia de graves injusticias sociales, circulaba entre personas
de pocos recursos una máxima que fue una declaración de
principios: "Pobre, pero honrado".
Más de cuarenta años después existe entre muchos isleños
la sensación de que esa declaración de principios navegó en
una balsa a través del Estrecho de La Florida. No se trata de esos tratos
y trapisondas que pueden encontrarse en los vericuetos de la economía
informal cubana, si se les analiza desde el lado de una moralidad, sino del modo
al parecer bastante extendido según el cual un grupo apreciable de
individuos está violando lo que pudiera llamarse una "ética
de la informalidad".
Compleja, muy compleja la cubana realidad. Vivir bajo el dominio de un
Estado post-totalitario, que se apropia por múltiples recursos de una
parte del producto correspondiente a la sociedad y a los mismos individuos,
implica por definición la existencia de una suerte de "comercio de
rescate" por medio del cual los individuos y la sociedad civil recuperan
parte de ese producto enajenado.
Hasta aquí, si bien es cierto que aparecería como "éticamente
social" participar de ese "comercio de rescate" (necesidad de
supervivencia, además) y en consecuencia no se ve como una falta grave en
la conciencia habitual de las personas el robar o estafar al Estado, también
es verdad que no es lo mismo en el caso de las relaciones interpersonales. Es más,
tales tratos entre personas naturales, por no estar protegidos jurídicamente,
obligan a elevados niveles de confianza entre individuos. Ocurre, así,
que la moralidad no ejercida ante el Estado deviene la moral más elevada
cuando se trata de acuerdos verbales entre éste y aquél. La
palabra de honor, entonces, se hace la clave de lo que tan acertadamente Francis
Fukuyama ha nombrado "redes múltiples de confianza".
A la altura de estas líneas, este periodista ha contabilizado casi un
centenar de anécdotas sólo en el municipio Centro Habana donde
personas distintas han violado su palabra de honor en tratos propios a la economía
informal. La muestra, muy diversa, abarca desde quien se apropia de parte de un
paquete de medicinas llegado del exterior para una familia necesitada, hasta
arrendadores de viviendas que han robado a sus inquilinos. Como una moda parece
extenderse la costumbre de que si se intermedia en algo se tiene el derecho de
apropiarse de más allá de lo acordado, sea por el robo, sea por el
chantaje.
Ojo atento con esta peligrosa tendencia que a los ojos del suspicaz pudiera
ser una exquisita maniobra urdida desde el poder de Cuba, para quebrantar el ya
indudablemente existente proceso de formación de redes múltiples
de confianza en la sociedad cubana, base del capital social necesario para echar
adelante una Cuba distinta de la hoy padecida. Puede ser casual, pero puede no
serlo, el que tan sospechosa epidemia camine por las calles de La Habana, cual
si se intentara despojar a los ciudadanos del mayor de sus tesoros: la palabra
de honor.
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