Sueño
para los extranjeros, pesadilla para los cubanos
Lic. Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Sergio Barrocal, crítico
cultural español, publicó recientemente un artículo en el
semanario cubano Orbe con el sugestivo título de "La Habana, sólo
para soñar". En él afirma que el nombre de la capital
antillana, al igual que el de otras ilustres urbes, "debería estar
prohibido para cualquier otro uso que no sea dar riendas de alegría a la
imaginación".
El señor Berrocal, en su escrito, refleja la evocación que
provoca el nombre de La Habana, asociado "a un montón de películas,
desvanes de sueños, que se conjugan con el exotismo de los desvelos de
europeos y ciudadanos de muchos otros rincones del mundo".
Esta idílica imagen no concuerda con la cruda realidad vivida
cotidianamente por muchos habaneros atenazados por la precariedad, hacinados en
lúgubres sitios (en su mayoría en pésimo estado de acuerdo
a las propias informaciones oficiales), sufriendo la carencia de transporte o
transitando por calles destruidas.
Habría que ver "los sentimientos románticos" que
pudiera despertar en "europeos y ciudadanos de muchos otros rincones del
mundo" experimentar personalmente, en vivo y en directo, un período
especial que durante 12 años soportan estoicamente los cubanos, sin
conocer hasta cuándo podrá durar el martirio. Es éste un
proceso adicionalmente ligado a la creciente dolarización que, unida al
esquema totalitario, ha suplantado la capacidad y el talento de las personas por
el grado de sumisión política, dando por resultado una sociedad
crecientemente estratificada y regida por el miedo.
La visión del crítico cultural español,
incuestionablemente, es la que se observa desde los lujosos hoteles y otros
centros turísticos reservados para los extranjeros, en los cuales los
cubanos sólo tienen cabida en calidad de sirvientes. Un espectáculo
bastante similar al que existía en la Sudáfrica del apartheid.
Quizás el ambiente descrito por el señor Berocal sea el
contemplado por los inversionistas extranjeros desde sus deslumbrantes automóviles,
o las ventanas de sus confortables oficinas, donde realizan jugosos negocios con
todas las garantías posibles, en un clima de absoluta "tranquilidad
social", mientras a los nacionales no se les permite ni siquiera tener
pequeñas empresas, y los reducidos espacios abiertos a mediados de los años
90 para efectuar trabajos por cuenta propia son cerrados paulatinamente.
El señor Berrocal debería conocer que, desafortunadamente, los
sueños que una vez tuvieron los cubanos de poseer una nación feliz
y próspera, con justicia social y libertad, naufragaron, sustituidos por
una interminable pesadilla. Así, todo parece indicar que los únicos
facultados para la ensoñación en la Isla son los extranjeros
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