La
militancia ya no es carrera
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Hubo un momento en Cuba en que no existía
mejor carrera, profesión u oficio que militar en las filas de la Unión
de Jóvenes Comunistas o del Partido Comunista de Cuba. Se podía
ser el más destacado expediente de cualquier facultad, que si no se era
dueño del boniato -así le llamaban al carnet de militante por
aquello de rojo por fuera y blanco por dentro- el ascenso social era muy difícil,
por no decir imposible.
Sin embargo, se podía ser el más mediocre de los egresados de
cualquier instituto o universidad, o ni siquiera ser graduado absolutamente de
nada, que si era portador de la patente roja todas las puertas del éxito
estaban abiertas.
La carrera verdadera era la meritología. Acumular muchos méritos
políticos se convirtió en el centro del esfuerzo estudiantil y
laboral. Asistir a todas las asambleas, cumplir con la guardia del centro de
estudio o trabajo, no faltar a los trabajos voluntarios, ser un cederista
destacado, hablar -aunque fueran disparates- en todas las reuniones, era más
productivo a nivel individual que cualquier nota de sobresaliente.
No había entonces mejor ni mayor recomendación que ser
militante. Con ello se podía administrar un central azucarero, dirigir la
empresa eléctrica, guiar las construcciones ferroviarias sin que fuera
necesario saber un comino de fabricación de azúcar o tan siquiera
enchufar un refrigerador. Lo verdaderamente importante era ser un revolucionario
confiable, ¿y quién más confiable que un militante comunista?
Así, las decisiones trascendentes quedaban en manos de quienes si por
una parte era verdad no poseían los conocimientos técnicos
necesarios, por la otra jamás permitirían que algún
presumido cientificucho dañara la revolución con decisiones
sospechosas y poco claras para el obrero.
Eran tiempos en que las ganancias, la rentabilidad, la productividad
importaban poco. Aún no se había secado la ubre soviética y
podíamos darnos el lujo de ubicar a un ñame con carnet al frente
de cualquier empresa. Las pérdidas económicas resultaban menos
peligrosas que la más mínima pérdida política.
El sufrimiento de aquellos que sí estaban preparados para lograr la
buena marcha de las empresas, frente a las arbitrariedades que cometían
los inmaculados militantes, era cosa de poco interés. Las fábricas
se deterioraron, se hicieron cada día más ineficientes, se perdió
la tradición productiva hasta que llegamos a estos días en que las
zafras son ridículas, las producciones locales verdaderas chapucerías
y las escaseces de los artículos más elementales nos acogota.
Ahora sí es necesaria la productividad, la rentabilidad y la
eficiencia y la militancia ha dejado de ser una carrera exitosa. Se ha recurrido
a los viejos técnicos, a los verdaderos profesionales que por mucho
tiempo fueron relegados. Y los antiguos militantes todopoderosos han pasado a un
segundo plano después de haberle dedicado una vida entera al servicio de
la revolución. Nada, que la vida es ingrata.
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