El
holocausto de Pedro Luis Boitel
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - En días pasados apareció
un artículo en el periódico cubano Granma titulado Los Mártires
de Maze. Su autor, Mario Muñoz Lozano, recuerda en el texto el sacrificio
de diez jóvenes patriotas irlandeses que murieron entre mayo y agosto de
1981 por exigir al gobierno británico de Margaret Tatcher el
reconocimiento de ellos a su condición de presos políticos.
De inmediato, me vino a la mente otra historia muy parecida, pero más
distante en el tiempo. Igualmente triste y dolorosa, más próxima a
nosotros y prácticamente olvidada. Me refiero a la que protagonizó
el patriota cubano, opositor al régimen de Fidel Castro, y líder
estudiantil católico Pedro Luis Boitel Abraham, preso de conciencia que
realizó una huelga de hambre en protesta por los maltratos que recibía
en la cárcel capitalina El Castillo del Príncipe y para que
respetaran sus derechos como preso político.
Esta inmolación concluyó 53 días después que
Boitel iniciara su protesta. Fue la muerte quien le puso fin. No le
suministraron asistencia médica ni fueron escuchadas sus demandas por los
representantes del régimen de Castro, que conocían de la huelga.
Armando Valladares, ex preso político que cumplió 22 años
de reclusión en las cárceles cubanas, en su libro titulado "Contra
toda esperanza", señala algunos pasajes acerca de la muerte de
Boitel.
"El siete de mayo -narra Valladares- llevaba Boitel más de un
mes de huelga (...) Al día siguiente el doctor Humberto Medrano publicó
un reportaje en el Diario Las Américas, denunciando lo que ocurría
(...) Poco después personalidades del exilio y organismos de Derechos
Humanos enviaron cables a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y a
la Cruz Roja Internacional para que salvaran su vida (...)".
Para esa fecha, Valladares apunta en su obra: "Boitel era un esqueleto
recubierto de piel que sólo emitía quejidos (...) El teniente
Valdés, jefe de la policía política del Castillo del Príncipe
dijo: 'Yo no puedo hacer nada por él. Informaré al ministerio (del
Interior) del estado en que se encuentra y que la superioridad decida. Pero
pueden estar seguros de que no vamos a ceder a ninguna posición de
fuerza. Ya Boitel nos tiene muy cansados con sus huelgas. Si fuera por mí,
se moría, y creo que ése será el criterio del ministerio'".
Pasaba el tiempo, Valladares afirma en otra parte de su libro testimonio: A
Boitel no le daban cuidados médicos. Los demás presos sabían
que presenciaban la muerte de un hermano y no podían hacer por evitarlo
(...) Al día siguiente, en horas de la tarde (23 de mayo. Nota del
autor) lo sacaron para un pequeño salón en la prisión (...)
En la puerta esperaban el Jefe de Cárceles y Prisiones, Medarno Lemus;
el teniente Valdés, O'Farril y otros oficiales (...) Dejaron a un
sargento de guardia y los demás se retiraron (...) desde lo alto y por
las ventanas de otra sala, varios reclusos observaban la escena (...) los
presos se turnaron durante la noche para estar atentos a lo que ocurriera. Esa
madrugada oyeron la voz agónica de Boitel que pedía agua. Pasaron
las horas y Boitel no volvió a quejarse (...) Era el 24 de mayo de 1972.
Había muerto después de 53 días de huelga de hambre (...)
por reclamar sus derechos como preso político y trato más humano".
Transcurrirían otros nueve años (1981) y la historia de Boitel
se repetía. En esta ocasión, el escenario era la cárcel
irlandesa de Maze. Sobre el particular, deseo señalar que el 15 de
septiembre de ese año, durante la inauguración de la 68
Conferencia Interparlamentaria que tuvo lugar en el Palacio de las Convenciones
de La Habana, Fidel Castro manifestó:
"Considero que los patriotas irlandeses están escribiendo en
estos días una de las páginas más heroicas de la historia
humana (...) Son ya diez los que han muerto en el más emocionante gesto
de sacrificio, desinterés personal y valentía que pueda imaginarse
(...) Para cesar en su huelga, estos jóvenes luchadores no piden la
independencia, no exigen demandas inasequibles; reclaman únicamente (...)
el reconocimiento de lo que son: presos políticos".
Y más adelante, Castro añadió: "No podemos
acostumbrarnos al crimen, ni en Irlanda, ni en El Salvador, ni en Angola, ni en
Namibia, ni en Sudáfrica, ni en el Líbano, ni en ninguna parte
(...)".
Y yo me atrevo a decir: ¡Ni en Cuba tampoco! Los dictadores son quienes
deben temblar ante los hombres que como Pedro Luis Boitel saben morir por las
ideas que defienden.
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