CUBANET .INDEPENDIENTE

26 de febrero, 2002


Memorias de la Plaza (XX)


Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Si algún libro se vendía con extremada facilidad, sin promoción, ése era la Arquitectura Colonial Cubana de Joaquín Weiss. Quizás le seguían El Monte de Lidia Cabrera y Los Orishas en Cuba de Natalia Bolívar. Pero para vender, pongamos por caso, Gaspar Pérez de Muelas Quietas, de Gustavo Eguren o Noche de Sábado, de Abel Prieto, había que ser un maestro de la gestión comercial. Para qué contarles de Acero, de Eduardo Heras León o El Hijo de Arturo Estévez, de Raúl González de Cascorro. Terminé por regalárselos a aquellos clientes que se portaban mal y regateaban excesivamente mis precios.

Sin embargo, los libros que nunca pude vender, ni siquiera dándolos a tres por un dólar, fueron aquellos que en Cuba se publicaron o se le compraron a editoriales soviéticas por toneladas. Campos Roturados, Las novelas del Don, La carretera de Volokolans, Así se templó el acero, Lo conseguirás luchando, Ellos murieron por la Patria, Los atardeceres son aquí apacibles, Cuatro tanquistas y un perro, La balada del primer maestro, ñooooo, pólvora y pan de centeno a pulso. Un día le regalé dos cajas de ellos a un vendedor de dulces que no tenía papel para envolver sus barritas de maní molido.

Otros libros invendibles eran aquéllos que, aunque gozaban de una gran popularidad en Cuba, en otras partes del mundo ya se habían olvidado: Rebelión en la granja, 1984, Archipiélago Gulak, Un día en la vida de Ivan Ivanovich, La gran estafa. La gente que venía los compraba muy baratos en cualquier librería de sus pueblitos. Donde único parecían ejemplares raros era en Cuba, y los cubanos no tenían dinero para comprarlos. Lo mejor resultaba no gastar espacio en mostrarlos, además de que podía uno buscarse un problema por exponer libros subversivos en el ventorrillo.

Yo opté por hacer una periodización de la literatura cubana y agrupar a los escritores por movimientos o tendencias. Así ya José María Heredia no era sólo él, sino todo el grupo que conformó la primera etapa romántica cubana; Lezama no era sólo él, sino todo el Grupo Orígenes; Heberto Padilla no era sólo él, sino toda la generación de los cincuenta; Luis Rogelio Nogueras no era sólo él, sino toda la generación del Caimán Barbudo, y con ello ampliaba enormemente mi horizonte de ventas, aunque tuviera que darle algunas pequeñas conferencias a los compradores.

Trataba de ser lo menos petulante posible. Con los clientes hay que tener sumo cuidado. Es necesario inducirlos a comprar, pero sin herir su sensibilidad. No se les puede mostrar que uno sabe más que ellos. La cautela es un arma del vendedor. Aparentar modestia es una garantía. Todo el que va a comprar desea demostrar que sabe lo que está haciendo.

Pero con aquel argentino fanfarrón perdí, por todo el tiempo que estuve en la Plaza, los estribos. Su prepotencia me desató todas las amarras con que sostenía mi natural, pero disimulada, vanidad. El hombre llevaba media hora revolviendo el estante donde yo exhibía los textos de filosofía. Había apartado los tres tomos de las obras de Nietzche, los cuatro tomos de los libros de Hume, dos tomos del Organón, un tomo de los Diálogos de Platón y alguna que otra cosa de Hegel. Me preguntó el precio y le respondí, sin asomo de dudas, que setenta dólares. "Pero eso no vale nada" me dijo con ese tono gauchesco que, a veces, suele resultar simpático. "Te doy diez dólares, no sabés lo que me estás vendiendo".

Sabe Dios con qué mangueros había tropezado antes. Traía ya dos bolsas repletas de libros. No pude contenerme. Fue un impulso más fuerte que yo. Hubiera querido, en homenaje a Pablo Manuel Guadarrama, mi profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de Villa Clara, y quien es hoy un eminente filósofo al cual leo con agrado aunque algunas veces no comparta sus postulados, hablarle a aquel zoquete desde El diálogo de un Desencantado con su Alma hasta la escuela existencialista, desde la escuela heraclitiana hasta el marxismo, desde Zenón de Elea hasta Grammsi, desde la escolástica hasta la Teoría de la Convergencia, pero se me escapó el guajiro rebencú: tomé con calma todos los libros, los coloqué en su lugar, y con voz reposada le dije:

- Señor, yo vendo libros, no pido limosnas.


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