Puntualidad a
la cubana
Tania Díaz Castro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Sabemos que los ingleses son
puntuales; que los japoneses, gracias a la modernización del país,
también lo son. Con mis propios ojos pude contemplar la puntualidad de
sus trenes transitando por las arterias más importantes de Tokio. Su
llegada no tenía diferencias ni siquiera de segundos.
Pero a decir verdad, como los cubanos tenemos fama de no ser puntuales, con
algo de inmodestia confieso que yo fui puntual desde mi más temprana
edad. Cuando no llegaban al sitio fijado a la hora acordada, me encontraban de pésimo
humor o me había marchado del lugar. Es por ello que durante años
he sufrido la impuntualidad de mis coterráneos, sobre todo bajo el
totalitarismo de Fidel Castro, porque al igual que el sistema nos hemos vuelto
morosos, lentos e ineptos como si anduviéramos por la vida entretenidos
en algo que sólo está en nuestras mentes, como si viviéramos
en un país artificial o estuviéramos intoxicados con una nueva
religión.
Hemos podido ver que, a pesar de las subvenciones millonarias soviéticas
recibidas durante décadas y ahora de los ingresos turísticos y
otros más, el Estado no ha podido proporcionarle bienestar a su pueblo.
Ni siquiera los alimentos más necesarios. El nivel de vida está en
un punto muerto, mientras que el cubano de a pie (la inmensa mayoría de
la sociedad) no puede visitar los lugares agradables que se crearon para el
turista, como cafeterías, hoteles, restaurantes y muchos otros sitios de
esparcimiento.
¿Qué posee el trabajador cubano si su dinero no le representa
nada? Yo diría que ésta es la génesis de nuestra
impuntualidad, de nuestra morosidad.
Cuando en Cuba surgió el "socialismo con pachanga" como
calificó Che Guevara a la respuesta que dieron los cubanos al sistema, de
acuerdo con su carácter alegre y liberal, la llegada de un trabajador a
su centro era casi un espectáculo. Se contemplaba al impuntual que, con
rostro compungido, achacaba su tardanza al transporte o al despertador que no
sonó, al transporte, al transporte... y todos le creían.
El mal no desapareció cuando el estado decidió venderle
relojes despertadores a los mejores trabajadores, porque los relojes estaban más
tiempo en los talleres de reparación que en las mesas de noche.
Ahora que está peor el transporte, ¿cómo será el
dilema de la puntualidad en los centros laborales?
Para los jefes y personal especializado, que en muchos casos disponen de
auto, existe un horario abierto: llegan a su buró a la hora que quieren
sin que nadie les pida cuentas. De éstos hay muchos. Cuestión de
suerte.
Pero las reuniones... las reuniones siguen igual. Ni se sabe cuándo
comienzan y mucho menos cuándo terminan. El que espera impaciente,
protesta y se inquieta... ¡cuidado! Podría convertirse en un
disidente.
En Cuba, cuando un restaurante sirve a su tiempo la mesa se dice que tiene
un buen servicio. Sin embargo, no son muchos los que gozan de tal fama. Hasta
las nuevas tiendas que venden en dólares se han sumado a esta vieja práctica,
y en ocasiones no abren sus puertas a la hora prevista o convocan a una reunión
urgente en horario de trabajo y son menos los que atienden los mostradores
durante horas.
¿Y qué decir de la televisión? Es posible que la
impuntualidad de los programas televisivos sea lo más doloroso para la
población. Usted prepara todo para sentarse a ver su programa favorito y
permanece minutos, horas, esperando, porque el horario de la televisión
fluctúa de acuerdo a las necesidades de las altas autoridades
gubernamentales, propietarias de los únicos dos canales con que cuentan
los once millones y medio de habitantes. Además, como dato curioso,
digamos que se trata del único entretenimiento diurno y nocturno del
cubano de a pie. Como se tumba un catao (interruptor eléctrico) así
tumban la esperada película por un discurso político o por un acto
donde se presenta el jefe de Estado, o simplemente comienza el filme dos o tres
horas después.
Aún así, como el papel todo lo aguanta, en la prensa diaria se
publica cada día el horario de la programación televisiva como si
se tratara de una realidad cotidiana.
No, en Cuba no se siente usted delante de la pantalla del televisor de
acuerdo al horario fijado, porque la impuntualidad forma parte de nuestra vida.
Dé vueltas y vueltas por la casa, no se impaciente, porque lo pueden
acusar de opositor.
De las líneas nacionales de aviones no les diré nada. Sólo
les daré a conocer el mote que le han puesto: "Cubana vuela cuando
le da la gana". Sin comentarios.
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