Transcurridos 43
años
Tania Díaz Castro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Llegué a vivir a La Habana allá
por el año 1952. Como no había mosquitos, me gustó aquello
de prescindir del mosquitero, una verdadera tortura en el verano. Además,
me gustó el ritmo ininterrumpido de su modernización urbana. Se veía
a cada paso por calles y avenidas levantarse edificios en pocos meses como por
arte de magia edificios de apartamentos, que por falta de mantenimiento son
verdaderas ruinas hoy.
Nuestra capital es de las primeras en el mundo en tener servicio de teléfono
y de alumbrado público (desde los años ochenta del siglo XIX). Se
realizó, como dijo José Martí, uno de los sueños del
hombre: suprimir la noche. La planta generadora de electricidad de Talla Piedra,
una joya de la arquitectura industrial cubana, se fabricó en 1914.
Pero el aura luminosa de diversos y cambiantes colores desapareció rápidamente
de La Habana con la llegada de Fidel Castro en 1959. Surgieron leyes y
prohibiciones que la convirtieron en la ciudad mísera de ahora. Lo
primero que destruyeron fue la libertad de pensar, la de elegir, la de comparar.
Por último se prohibió el derecho de obrar. Ni un timbiriche para
vender fritas podía poseer el cubano. El ansia de prosperidad que todo
ser humano lleva dentro fue censurado, sólo le quedó una opción:
ser comunista, si no la acepta, no le queda más alternativa que vivir
acorralado en su casa o escapar del país. Así se controló
el pensamiento y la palabra, que es lo mismo que matar al ciudadano común.
El Estado se salió de sus límites a los efectos de gobernar, algo
muy normal para el logro del totalitarismo.
Transcurridos 43 años, La Habana por dentro es -repito- una ciudad
ruinosa, capaz de acumular periódicamente varios millones de toneladas de
escombros y chatarra, capaz de sentir el desplome de una casa o de un edificio
en horas de la madrugada.
Transcurridos 43 años, La Habana es una ciudad oscura porque ya nadie
es capaz de suprimir la noche. A pesar de los subsidios millonarios provenientes
de la Unión Soviética que el gobierno de Castro recibió
durante años, a pesar de los millones de dólares anuales que
recibe como remesas familiares desde Estados Unidos, La Habana está llena
de mosquitos y ha vuelto a los pabellones para sus camas, más conocidos
como mosquiteros, que el propio Estado suministra y no una tienda común y
corriente.
El científico Carlos J. Finlay se pondría las botas estudiando
las numerosas variedades de mosquitos que vuelan en La Habana. No tendría
que alejarse y atravesar campos y ríos con un tubo de ensayo en el
bolsillo. Transcurridos 43 años de castrismo sobran lugares en la capital
donde podría hallarlos, gracias a la burocracia que engendró el
poder estatal, a la ausencia de iniciativas, a las gestiones morosas, a la
lentitud en las decisiones; ineptitudes de las que se aprovechó el
insecto, en detrimento de aquella linda ciudad caribeña.
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