"Las
Vegas" cubanas no sólo producen tabaco
Lázaro Raúl González, CPI
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Cuando escuché a aquel chico
de 11 años preguntarle a su vecino "Sántiu, ¿cuál
salió?", no me costó mucho trabajo descifrar la clave: Sántiu
(Santiago) juega a la bolita, o sea, a la lotería cuyos números
ganadores se escuchan en Cuba por la radio, y el chico quería saber cual
había sido el número ganador de esa noche porque él mismo
le había "secuestrado" un peso a su papá y se lo había
puesto al 25, piedra fina según la charada.
No le es difícil a Robertico ni a Pedrito meterse en el mundo del
juego prohibido en Cuba, que cada vez es más popular a pesar de las leyes
socialistas que prohíben este tipo de actividad y de las redadas
policiacas que la persiguen. Sin embargo, el juego constituye no sólo
afición sino también un medio de vida para un número
creciente de cubanos.
Ya se sabe cuán pegajosas son las costumbres. Viendo a papi a mima y
a la abuela jugar todos los días, a Robertico se le mete el juego "en
la sangre" y desde pequeño empieza a practicar. El futuro del juego
está garantizado en Cuba.
A diferencia de sus padres, los menores de edad no se esconden para jugar.
Si tienen una buena cábala, les parece lo más natural del mundo
apostarle cinco pesos al 72.
De los juegos prohibidos, la bolita es el más extendido de todos y
pese a las interferencias se sintonizan las emisoras extranjeras y se siguen los
resultados. Todos juegan a la bolita. Juegan trabajadores, estudiantes, amas de
casa, funcionarios de mediana y baja categoría, militantes comunistas
-del partido y de la juventud- miembros de los Comités de Defensa de la
Revolución. Otros viven del negocio, éstos son los llamados
bancos, los listeros y los recolectores.
Pero la bolita tiene pocas emociones. Ahora están tomando fuerza
otros juegos, principalmente entre jóvenes y adolescentes, que exigen
mayores habilidades mentales o energía física de las personas y
otros animales involucrados en ellos.
A las peleas de perros, a las carreras de caballos y a las peleas de gallos
cada vez asiste más público. Pocos se quedan en el papel de
espectadores, por lo que las apuestas vienen lo mismo del renombrado cirujano,
del militar activo o del estudiante de noveno grado.
Ante la inexistencia de locales legales, las viviendas particulares
comienzan progresivamente a funcionar como casinos de juego. Su clandestinaje es
virtual, porque en pueblos y ciudades todo el mundo sabe adonde dirigirse "para
echar por dinero" un lance de barajas, un partido de dominó o hasta
de ajedrez. Todo esto ocurre en presencia de los menores de edad.
Para los organizadores de estas sesiones es tan lucrativa la actividad que
hasta pueden pagar su propio servicio de espionaje que le avise de cualquier
posible intervención de las autoridades, que extrañamente cada día
es más rara. ¡Vaya a saber Dios por qué!
Abstenerse de este tipo de actividad ilícita es cada vez más
difícil en Cuba. Las razones por las que prolifera el juego son, entre
otras, el desempleo, el restringido horizonte político y económico,
así como la escasez de opciones culturales y recreativas.
Claro, como de algún modo tenemos que ser los mejores, nadie se extrañará
si un día algún funcionario plantea en un discurso que "nuestro
juego es más sano y más proletario que el de Las Vegas, en Nevada".
Además, aquí nadie corre el riesgo de perder grandes fortunas.
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