Tan cerca y
tan lejos
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA VIEJA, febrero (www.cubanet.org) - Antes de vivir en el primer
lugar que recuerdo (Neptuno #204, aquí en La Habana) mi madre y yo
vivimos en un edificio situado en Industria #161, e/ Trocadero y Animas. Estoy
hablando del año 1955. De grande he contado los pasos que me separaban de
la casa donde vivió don José Lezama Lima, en Trocadero #162,
e/Industria y Consulado; y son 74 pasos.
En la esquina de Industria y Trocadero había una bodega con grandes
pomos de cristal alineados sobre el mostrador con caramelos de distintos
sabores, la notoria máquina de moler café a la orden, la larga
nevera con su infinita variedad de refrescos fríos: Cawy, Orange,
Salutaris, Iromber, Materva, Coca-cola, Pepsicola, Malta, Trimalta, los frascos
de chocolate Kresto a 25 centavos y unos más grandes de a 50 centavos que
mediante una cinta adhesiva traían pegados a la tapa una pistola de agua;
y el olor de la bodega con su arroz chino, frijoles de todas clases, mortadella,
jamón, tasajo, tocino, chorizo; y el sonido de los dados dentro del
cubilete rodando sobre la parte del mostrador dedicado al expendio de bebidas
alcohólicas sin borracheras y mucha compostura por parte de sus
habituales; y la deslumbrante Victrola con sus discos de Lucho Gatica, Tejedor,
Rolando La Serie, los Matamoros, el Beny, los Cinco Latinos, Gardel, Libertad
Lamarque, Celia Cruz, y Barbarito Diez.
En esa bodega recuerdo haber consumido una lata de jugos Piker (las había
con sabor a mango, melocotón, pera, y tomate), y su precio -no sé
por qué- jamás se me olvidará: 11 centavos.
Esa marca de Jugos Piker la anunciaban por la televisión en un
programa doblado al español titulado "El Llanero Solitario". El
vaquero, al comienzo de cada episodio, venía a galope tendido con la música
de Rossini tomada de la ópera "Guillermo Tell", subía
una cuesta, se detenía en su cumbre, y gritaba, con una lata de jugos
Piker en la mano: "¡Aaaaeeereeeooosilveeeeer!"
En esas cuatro esquinas, correspondientes a las calles de Trocadero e
Industria, concurríamos mi madre y yo todos los domingos en la mañana
a comprar el pollo del almuerzo del domingo en la pollería "Medina"
que también ocupaba una pequeña tienda de quincalla haciendo
esquina. Estoy casi seguro que en más de una ocasión pasé
por el lado de Lezama y ninguno de los dos reconoció al otro; excepto que
las almas existen realmente y por saberlo todo se ríen buenamente de
nuestros cuerpos transitorios.
Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a
Leandro", publicada por CubaNet.
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