Dos en uno
José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - En Cuba existen, al mismo tiempo, dos
países por lo menos. Uno es el que presentan en los medios de prensa, en
los discursos y declaraciones de los gobernantes y sus portavoces, y el otro, el
real, es el que se percibe en las calles, en los hogares, en el comportamiento
de la gente, en sus rostros.
En el primero todo es bueno: el pueblo es feliz, culto, trabajador, apoya
incondicionalmente a los gobernantes, y prácticamente no existen
problemas. Si hay algunas dificultades es por culpa de un gran poder extranjero
que nos desprecia, y de la naturaleza que a veces se molesta y desata ciclones,
causa mucha lluvia o sequía.
En el otro hay desesperanza, frustración, asesinatos, alcoholismo,
drogadicción, prostitución, miseria y violencia de todo tipo. Este
es el del camello, vehículo de pasajeros donde hay hacinamiento
permanente, donde cuando se monta en él, si se logra montar, se sienten
pestes de todo género, mucho más fuertes que la de sus congéneres,
los animales de cuatro patas, después de caminar varios días por
el desierto.
En éste se mata por robarle a cualquiera una insignificancia (a veces
por el simple deseo de matar), se dicen palabras obscenas en cualquier sitio,
abunda la corrupción y se ingieren bebidas alcohólicas en los
lugares más inconcebibles.
En la Cuba de la imagen bucólica, la mayoría de la población
aprende a hablar y escribir en diferentes idiomas, se supera, tiene un alto
nivel escolar como corresponde a una de las más cultas del mundo. Esta es
la de las Tribunas Abiertas, donde todos los sábados miles de seguidores
del régimen de Fidel Castro participan en las Marchas del Pueblo
Combatiente; la de los discursos interminables sobre las bondades del sistema
comunista, pero en los que nunca se habla de la tremenda población penal
existente ni de las estadísticas sobre la criminalidad en el país.
En la Cuba de las consignas, la medicina es un gran logro que está al
alcance de todos, los médicos están listos para ir a cualquier
parte del mundo a desempeñar desinteresadamente su labor. En la de
verdad, la mayoría de los hospitales están destartalados, y para
ingresar los enfermos tienen que llevar hasta la sábana para la cama, la
cual tienen que cuidar mucho porque al menor descuido te la roban; y los médicos
que quieren emigrar tienen que esperar varios años trabajando donde los
ubique el gobierno hasta que éste les dé el permiso de salida.
En la Cuba de los medios, donde el gobierno es infalible y vitalicio, la "vejez
es digna y segura", a los ancianos se les trata con "exquisita ternura".
En la real, los viejitos arrastran su existencia miserable, duermen en las
afueras de los hospitales, en las funerarias o en los portales públicos,
mendigan o tratan de vender cualquier objeto, sirva o no, para tratar de ganarse
unos pesos que los ayuden a continuar con el lastre en que ha devenido sus
vidas.
En el país que describe la propaganda castrista, Castro afirma que
reside la nación más democrática del mundo, pero en el otro
hay cientos de presos políticos, las violaciones de los derechos humanos
son actos acordes con la Constitución, los opositores políticos
son acosados permanentemente por la policía política, las personas
tratan de huir del país de cualquier manera sin importarles si ello le
cuesta la vida.
En estos países paralelos, de los cuales se podría hablar
mucho más, los que tratan de componer a Cuba a sus intereses de imagen
saben que el país ficticio no puede sustituir al verdadero porque, aunque
lo nieguen, las personas viven en el real y los dos están sometidos a un
sistema político que únicamente conduce a la sociedad al caos económico
y moral.
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