Memorias de la
Plaza (XIII)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Aquel día Lucía
Newman, la corresponsal de CNN en La Habana, no pudo localizar a ninguno de los
directores de las agencias de prensa independientes más renombradas. Era
como si la tierra se los hubiera tragado. Nadie sabía donde estaban.
Recaló en la sede del recientemente creado Grupo Decoro guiada por
Osvaldo Alfonso, presidente del Partido Democrático Liberal, cuya esposa
era miembro del grupo.
Por la mañana se había dado a conocer por parte de la Asamblea
Nacional del Poder Popular (parlamento) el
Decreto-Ley 88, ley mordaza, como más
tarde se la conoció. Cundía la expectativa o el pánico, no
podría definirlo. Las condenas por brindar información oscilaban
entre los diez y veinte años de prisión. Tembló Massantini,
el torero. La calambrina se hizo patente entre las huestes periodísticas
independientes.
Era miércoles, y como cada miércoles, estábamos
revisando los despachos que enviaríamos a CubaNet cuando sonó el
teléfono. No esperábamos, a esa hora, ninguna llamada. Cierto
sobresalto se nos instaló en el estómago. Era Lucía Newman
para concertar una entrevista. Aceptamos. En aquel momento era más
sensato armar barullo que esconderse. Dimos nuestra opinión sobre el
Decreto-Ley 88 y ratificamos nuestra decisión de seguir adelante con el
periodismo independiente.
Dicen que el hombre es el único animal que tropieza cien veces con la
misma piedra, y que no debe asegurarse "de esa agua no beberé".
Pues, es verdad. Cuando abandoné la cooperativa me juré que no me
asociaría jamás, que sería un cazador solitario, un
francotirador. Y fue cuando a Mandy (Armando Añel) se le ocurrió
pedirme que le permitiera incorporarse. Lo miré con cierto
bienintencionado paneo burlón. Recordé el chiste que unos meses
atrás le había hecho por teléfono al bueno de Carlos
Quintela: "Cría Orrios y te sacarán las Zúñigas".
Pero no pude negarme. A fin de cuentas vale más andar acompañado.
Decidimos revivir a Decoro. Esta vez como grupo periodístico y literario
con el único afán de abrirnos paso en el tropeloso mundo de la
información y del libro. Pero está probado que en Cuba lo que no
es oficial es contrarrevolucionario. Así nos tildó la policía
política y empezó la jodienda.
Cuando Lucía Newman nos entrevistó ya éramos toda una
tropa. Ese mismo día ya algunos mostraron hasta dónde eran capaces
de llegar. Pidieron no salir en cámara. En menos de una semana la ley
mordaza nos raleó las filas. Yo estaba preparado para las bajas, pero
para lo que no estaba listo era para lo que me ocurrió al otro día.
En un ambiente de incertidumbre la paranoia se infla como un globo. Se anda
más alerta que lo acostumbrado. Y la dichosa 88 me tenía esperando
que en cualquier momento me arrestaran. La Plaza de Armas era un sitio donde se
me localizaba con facilidad. Por eso, al mediodía del jueves, decidí
marcharme.
Iba por la calle Obispo. El sol era fuerte y me daba de frente. La gente se
arremolinaba en la vía, quizás, más populosa de La Habana
Vieja. A la altura de la droguería Johnson escuché una explosión
seca, rápida, única. Un pequeño ardor bajo la tetilla
izquierda me paralizó. No me cabía dudas de que había sido
un disparo. Vertiginosamente pensé en Gabriel, en Pablo, en Manolo. Los
vi conteniendo las lágrimas. Pensé que pensarían que había
muerto sin acobardarme. Quería que supieran que mi último
pensamiento había sido para ellos y que cuando me recogieran inerme ya en
mi rostro hubiera una sonrisa de satisfacción. Si me habían
matado, así en plena calle, la situación en el país era más
grave que lo que había previsto. Ningún gobierno es tan loco como
para asesinar a la luz pública a un periodista a menos que la rebelión
popular sea inminente o haya explotado ya.
Me llevé con calma la mano al lugar donde primero me había
ardido y sentía ahora un frío gélido. Me extrañó
no sentir humedad. La sangre debía haber brotado. La gente se había
separado un poco de mí. Unos me miraban con perplejidad, otros con una
sonrisa que se me antojó burlona. Apreté el bolsillo de la camisa
con fuerza, como buscando una señal. Qué raro. Algo punzante me
hincó un dedo. ¡Carajo! Era la fosforera de gas. Había
explotado, quizás por el calor.
Me volvió el alma al cuerpo. Y debió haberme tornado el color
a la cara. Todo retornó a su ritmo normal. Sentí las carcajadas de
la gente mientras caminaba tirando añicos de plásticos por toda la
calle Obispo.
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