CUBANET .INDEPENDIENTE

8 de febrero, 2002


Memorias de la Plaza (XIII)

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Aquel día Lucía Newman, la corresponsal de CNN en La Habana, no pudo localizar a ninguno de los directores de las agencias de prensa independientes más renombradas. Era como si la tierra se los hubiera tragado. Nadie sabía donde estaban. Recaló en la sede del recientemente creado Grupo Decoro guiada por Osvaldo Alfonso, presidente del Partido Democrático Liberal, cuya esposa era miembro del grupo.

Por la mañana se había dado a conocer por parte de la Asamblea Nacional del Poder Popular (parlamento) el Decreto-Ley 88, ley mordaza, como más tarde se la conoció. Cundía la expectativa o el pánico, no podría definirlo. Las condenas por brindar información oscilaban entre los diez y veinte años de prisión. Tembló Massantini, el torero. La calambrina se hizo patente entre las huestes periodísticas independientes.

Era miércoles, y como cada miércoles, estábamos revisando los despachos que enviaríamos a CubaNet cuando sonó el teléfono. No esperábamos, a esa hora, ninguna llamada. Cierto sobresalto se nos instaló en el estómago. Era Lucía Newman para concertar una entrevista. Aceptamos. En aquel momento era más sensato armar barullo que esconderse. Dimos nuestra opinión sobre el Decreto-Ley 88 y ratificamos nuestra decisión de seguir adelante con el periodismo independiente.

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza cien veces con la misma piedra, y que no debe asegurarse "de esa agua no beberé". Pues, es verdad. Cuando abandoné la cooperativa me juré que no me asociaría jamás, que sería un cazador solitario, un francotirador. Y fue cuando a Mandy (Armando Añel) se le ocurrió pedirme que le permitiera incorporarse. Lo miré con cierto bienintencionado paneo burlón. Recordé el chiste que unos meses atrás le había hecho por teléfono al bueno de Carlos Quintela: "Cría Orrios y te sacarán las Zúñigas". Pero no pude negarme. A fin de cuentas vale más andar acompañado. Decidimos revivir a Decoro. Esta vez como grupo periodístico y literario con el único afán de abrirnos paso en el tropeloso mundo de la información y del libro. Pero está probado que en Cuba lo que no es oficial es contrarrevolucionario. Así nos tildó la policía política y empezó la jodienda.

Cuando Lucía Newman nos entrevistó ya éramos toda una tropa. Ese mismo día ya algunos mostraron hasta dónde eran capaces de llegar. Pidieron no salir en cámara. En menos de una semana la ley mordaza nos raleó las filas. Yo estaba preparado para las bajas, pero para lo que no estaba listo era para lo que me ocurrió al otro día.

En un ambiente de incertidumbre la paranoia se infla como un globo. Se anda más alerta que lo acostumbrado. Y la dichosa 88 me tenía esperando que en cualquier momento me arrestaran. La Plaza de Armas era un sitio donde se me localizaba con facilidad. Por eso, al mediodía del jueves, decidí marcharme.

Iba por la calle Obispo. El sol era fuerte y me daba de frente. La gente se arremolinaba en la vía, quizás, más populosa de La Habana Vieja. A la altura de la droguería Johnson escuché una explosión seca, rápida, única. Un pequeño ardor bajo la tetilla izquierda me paralizó. No me cabía dudas de que había sido un disparo. Vertiginosamente pensé en Gabriel, en Pablo, en Manolo. Los vi conteniendo las lágrimas. Pensé que pensarían que había muerto sin acobardarme. Quería que supieran que mi último pensamiento había sido para ellos y que cuando me recogieran inerme ya en mi rostro hubiera una sonrisa de satisfacción. Si me habían matado, así en plena calle, la situación en el país era más grave que lo que había previsto. Ningún gobierno es tan loco como para asesinar a la luz pública a un periodista a menos que la rebelión popular sea inminente o haya explotado ya.

Me llevé con calma la mano al lugar donde primero me había ardido y sentía ahora un frío gélido. Me extrañó no sentir humedad. La sangre debía haber brotado. La gente se había separado un poco de mí. Unos me miraban con perplejidad, otros con una sonrisa que se me antojó burlona. Apreté el bolsillo de la camisa con fuerza, como buscando una señal. Qué raro. Algo punzante me hincó un dedo. ¡Carajo! Era la fosforera de gas. Había explotado, quizás por el calor.

Me volvió el alma al cuerpo. Y debió haberme tornado el color a la cara. Todo retornó a su ritmo normal. Sentí las carcajadas de la gente mientras caminaba tirando añicos de plásticos por toda la calle Obispo.


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